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Los 40 principales

En este año celebramos mi mujer y yo los primeros cuarenta años de casados. Los cuarenta años más importantes de nuestras vidas. Lo más llamativo es que lo que antiguamente parecía algo normal, hoy en día cuando lo vamos comentando, oímos con harta frecuencia: “¡qué barbaridad!”.

Qué barbaridad de maravillosa vida en común, añado yo. De compartir lo bueno y lo malo. Lo dulce y lo agrio. Lo bello y lo feo. El nacimiento de seres queridos, el de su entierro. La salud y la enfermedad. Las alegrías y  las penas. La riqueza (escasa) y la pobreza (abundante).

Esto último, referido a lo material. Porque si hacemos referencia a lo anímico y espiritual (AMOR), somos multimillonarios. En el haber de nuestro Balance vital hay mucho activo de enorme valor. Porque, como en todo AMOR, también hay dolor; que en tal caso tiene  consideración positiva. Saber amar es también saber sufrir compartiendo.

Vamos a darnos una vueltecita por nuestra FUENTERRABÍA querida, en cuya playa hace ya 46 años tuve la suerte de encontrarme con ella. Con la mujer de mi vida. Con la única de la que he estado realmente enamorado. Con la única que me ha hecho plenamente feliz. Con la única que me ha “aguantado”. Con la que más me ha amado. Con la que más he reído. Con la que más he llorado.

Volviendo al Balance de estos cuarenta años vividos en común, si tuviera que quedarme con lo más valioso, sería con la frase que afortunadamente nos repiten con cierta frecuencia nuestros hijos: “¡cuánto os queremos!”. Sólo por oírla, ha merecido la pena vivirlos.

Cuando la miro hoy en día la sigo encontrando hermosa, atractiva, apasionante. No ha perdido el toque de limpieza y gusto que adorna su figura. Se traduce en que muchos no dan crédito a su edad. Confirmándose, una vez más, que la edad no es tanto la que refleja el DNI, como la que se lleva en el corazón.

Por mi parte, procuro esforzarme en que me vea como a ella siempre le he gustado. Aseado, delicado, cortés, ilustrado. Interesado en sus cosas. Pendiente de sus deseos. Sin dejar nunca de preparar el café para dos.

Ahora que es el momento de los recuerdos, me viene a la memoria que al “prometernos”, encontramos de común acuerdo, la “piedra filosofal” para que la convivencia fuera exitosa: ceder siempre el uno al otro. Generalmente lo hemos cumplido.

Y así nos ido de bien.

Gracias, amada mía, por no perder nunca la ilusión. La mía también sigue intacta.

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