Nos conocimos en el barco, haciendo un crucero por el Báltico: Ella, Yvonne de California, esbelta, vestida de negro, con el pelo impecablemente blanco, y él, Jose, mexicano, con pelo gris, pequeño bigote quien la sostenía con cariño y respeto al ritmo del cha-cha cha. Éramos unas 5 parejas que bailábamos todas las noches, mirándonos de reojo para ver quien lo hacía mejor, animados por un quinteto de músicos amables y empeñados en que lo pasáramos bien.
Una noche, por mutua simpatía, quedamos con Yvonne y Jose para cenar juntos. Durante la cena Yvonne nos contó que después de que su primer marido la abandonara con 4 niños, ella había adoptado a 36 niños.
Solía ir a Ecuador y Cuba para colaborar con familias necesitadas. Adoptar niños en condiciones extremas de pobreza fue algo que hizo casi sin pensarlo. Era sencillamente lo que le había mandado su corazón.
A pesar de lo duro que tuvo que trabajar durante años para sacarlos adelante, educándolos de la mejor forma para que llegaran a ser cada uno personas estupendas, ella nos dijo:
- Nunca me arrepentí de la decisión de adoptarlos que había tomado entonces.
Hoy todos han recibido una buena educación, ayudándose mutuamente a colaborar en la educación de todos: sus 4 hijos biológicos y los 36 adoptados. Ya no son niños, sino adultos independientes cada uno con su carrera y trabajo.
Ante nuestro asombro y admiración por la enorme labor que había llevado a cabo, ella nos explicó con voz tranquila:
- I have lived the life I wanted to live.
Cuando le sugerí que escribiera un libro para compartir su experiencia, me contestó que no quería llamar la atención.
Ahora tiene 80 años y disfruta cada noche bailando con un hombre que la adora.
- Ella se ha ganado el cielo, nos dijo Jose, orgulloso.