El sábado nos invitaron a mi mujer y a mí a una fiesta con barbacoa en Pozuelo, a media hora de nuestra casa en Madrid. Como nuestro coche estaba en el taller, preguntamos a una amiga, Carmen, que también estaba invitada, si nos podría llevar. Nos respondió que estaba sin coche pero que sus hijos le prestarían el suyo.
Quedamos, con otro amigo, Peter, en una esquina de Pio XII para que Carmen nos recogiera allí. Cuando llegamos en la hora convenida, vimos el coche de Carmen aparcado y ella intentando sacar del asiento trasero las dos sillitas de niño que sus hijos habían instalado para sus críos y que había que sacar para podernos sentar los cuatro.
Nos pusimos a ayudarla pero las sillas estaban fuertemente enganchados. Presionamos
botones, tiramos cinturones, dimos vueltas a tuercas, soltamos manivelas, pero por más que intentáramos, no hubo manera de soltarlas. ¡Las sillas deben de ser muy seguras!
Hacía un calor agobiante. Se hacía tarde y parecíaque íbamos a perder una buena parte de la fiesta y la barbacoa. Tendríamos que ver cómo podíamos llegar en autobús o en tren.
Por un momento incluso nos planteamos la posibilidad de intentar sentarnos en las sillitas nosotros pero enseguida la abandonamos.
A este punto, vimos acercarse un grupo de personas esperando el semáforo para cruzar la
calle: cuatro adultos, claramente dos padres, dos abuelos y dos niños. Pensando que, a lo
mejor, tenían experiencia en cómo sacar las sillas, nos acercamos y les pedimos ayuda.
Muy amables, los dos hombres se pusieran enseguida a la obra. Les llevó unos 10 minutos pero al final lograron desentrañar el misterio del sistema de seguridad y consiguieron desenganchar las sillas.
Mientras los maridos trabajaban, nosotros charlábamos con las mujeres que comentaron que los sistemas de seguridad de las sillas habían avanzado y cada vez eran más complicados.
Habían cambiado incluso desde que sus chicos, que tenían seis y ocho años, y ya estaban en edad de no necesitar sillitas en el coche, eran pequeños.
Les dimos un aplauso a los maridos por resolver el problema, nos despedimos muy
agradecidos y nos separamos, nosotros para ir a la fiesta y ellos a hacer la compra en Alcampo, al otro lado de la calle.
En el camino, nosotros le dimos las gracias al universo por las personas tan bondadosas,
generosas y solidarias que hay en el mundo y que quieren ayudar.
Yo, personalmente, me estoy fijando cada vez más en ellas. Cuando tienes necesidad y pides, es magnífico ver cómo les encanta ayudar y disfrutar haciéndolo.
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