Yo he tenido desde siempre la costumbre de hacer las cosas muy de prisa. En efecto, durante años he estado presumiendo de lo rápido que solía terminar una tarea o un ejercicio…
Recientemente, me he dado cuenta de que hacer todo de prisa no me ayudaba a hacerlo bien; más bien al contrario. Me di cuenta de que, a menudo, para mí la prisa era una forma de achacar mis posibles errores a lo rápido que había hecho la tarea.
También me pasaba con las comidas. Siempre terminaba de comer antes de mi mujer y salía de la habitación. Ahora he asumido que disfrutar con ella la comida es mucho más agradable a que cada uno coma por su cuenta perdiendo momentos especiales de convivencia. Además, es mucho más sano. Entonces fue cuando empecé también a disfrutar de quedarme quieto y en silencio durante varios minutos cuando tenía que hacer o decir algo con presunta urgencia. Empezaba a pensarlo y a planearlo mejor antes de entrar en acción.
Lo mismo con respecto a la comunicación intra e interpersonal. Descubrí lo útil que era esperar unos segundos antes de empezar a decir algo o antes de contestar a preguntas. Me permitía hacerlo con tranquilidad y con la consciencia de lo que efectivamente quería hacer o comunicar. En efecto, esperar unos segundos o hasta un minuto antes de hablar, de contestar y de explicar, ha sido una de las sugerencias importantes para ser un buen educador y, en efecto, es algo que requiere todo un arte para llevarlo a la práctica.
Recuerdo que salí de estas nuevas experiencia más relajado, satisfecho y consciente de lo que quería conseguir y de cómo hacerlo. Me di cuenta que cambiar de hábitos en este sentido me evitaba muchas situaciones de estrés y me permitía encontrarme más abierto a encontrar soluciones. Además, cuando lo practico en mi día a día, me encuentro bien conmigo mismo y cuando me encuentro bien haciendo las cosas, las hago con mucho más gusto y, por consiguiente, aprendo a hacerlas mejor.