Durante mucho tiempo, yo me resistí a aceptar que cualquier cosa me habían hecho a lo largo de mi vida tenía detrás una motivación positiva por parte de la otra persona. Por ello me había costado mucho dejar partir mis recuerdos abriéndome a perdonar a los que los ocasionaron.Lo mismo les pasó a mis hijos que solo hace poco decidieron que podían dejar de sentirse victimas por la forma como yo les había educado y tomar ellos mismos las rienda de su propia vida.
En ocasión de un curso de educación para la paz, el tema se tocó a fondo con los demás participantes y nos preguntamos sobre qué ventajas puede tener quedarse atascados en estos recuerdos negativos. Alguien dijo ”Es que me hicieron mucho daño y ¿Cómo puedo perdonarles cuando estoy todavía resentido o hasta furioso por lo que me ha hecho? A lo mejor le voy a perdonar pero no voy a olvidar nunca” y cosas por el estilo. ¿Cómo puedo olvidar algo por lo que todavía estoy pagando las consecuencias?
Por otro lado, a un cierto punto, todos nos dimos cuenta dentro de una reunión de pacifistas, que si buscamos la paz, interior y entre personas, estos pensamientos no nos sirven. Nada nos obliga a perdonar y a olvidar lo que pensamos nos han hecho, pero si queremos enfocar nuestra vida en sentirnos en paz con nosotros mismos y con los demás, es muy importante y nos ayuda mucho reflexionar sobre el perdón como instrumento de convivencia y crear dialogo con los protagonistas para hacerlo posible.
Si lo pensamos un momento, veremos que todos, de una forma u otra les hemos hecho daño a alguien. Casi siempre, además, esto aconteció por una equivocación, una mala interpretación, una falta de escucha o un resentimiento no superado por algo del que queremos vengarnos. En general, no actuamos por el deseo de hacer daño por el gusto de hacer daño. Todos tenemos y hemos tenido una motivación positiva detrás de nuestras actuaciones negativas.
La protagonista del blog anterior, Alicia, leyó las aportaciones de los lectores y aceptó la sugerencia de perdonar y crear un diálogo con su hija. La llamó y la invitó a comer en un restaurante y hablaron, largo y tendido, del pasado y del presente. Les costó a ambas mucha buena voluntad, pero a lo largo de esta primera conversación y otras que siguieron descubrieron muchas cosas de las cuales no se habían dado cuenta en el pasado y aprendieron a conocerse mejor la una a la otra lo que nunca habían ni siquiera intentado anteriormente. Alicia se dio cuenta de que efectivamente su hija le guardaba rencor por el pasado. Esto le hizo reflexionar sobre lo que pasó y sobre cómo su hija podía haberlo interpretado.
Su hija se dio cuenta de que todo o casi lo que había hecho su madre con ella lo había hecho con las mejores intenciones y con el deseo de hacerlo bien y de ayudar a que recibiera una buena educación aunque, a menudo, desconociendo cómo hacerlo de una forma más eficaz y placentera. Ambas pudieron aprender de si mismas y de la otra y pudieron explicarse mutuamente muchas cosas de las cuales no habían hablado antes. Las dos descubrieron y comprendieron que todo esto requería pedirse mutuamente disculpas por lo que ambas podían haber hecho en el pasado.
Se dieron cuenta, además, de lo importante que había sido su nueva decisión de crear una alianza entre ambas para, así, crear una convivencia familiar dirigida al bienestar común y a facilitar una ambiente que facilitase una mejor educación y formación de sus respectivos hijos y nietos.