Hace unas dos semanas, me encontré en el metro con un hombre que tocaba con maestría una ranchera muy bonita. Se notaba que disfrutaba haciéndolo y que lo hacía con mucho cariño hacia los pasajeros. Le di mi chocolatina y mi enhorabuena y me lo agradeció efusivamente.
Ayer volví a encontrarme con el mismo hombre, tocando sus rancheras en el metro. Me reconoció, y cuando le di mi chocolatina me dio las gracias, comentando que el chocolate le daba energía, más todavía si era tan sabroso como el que le había ofrecido y que recordaba de la vez anterior.
Bajó del vagón al mismo tiempo que yo y coincidimos en el ascensor hacia la salida. Empezamos a charlar y me contó que no tenía problemas en pedir en el metro ya que ofrecía buena música a cambio de dinero. Además, me dijo que tenía un largo historial de pobreza desde la infancia con la miseria que le tocó sufrir en su casa.
Añadió que cuando no tocaba en el metro escribía y que hacerlo le encantaba. Entonces, le dije que yo también era escritor y me preguntó sobre que temas escribía. Cuando le comenté que lo hacía sobre el desarrollo humano, su cara se iluminó. Me dijo que a él también le gustaba escribir sobre las personas y sobre las posibilidades de cambio en sus vidas. Todavía no había publicado nada pero esperaba hacerlo muy pronto y estaba muy ilusionado al respecto.
Yo iba muy retrasado y, a la salida, le di nuevamente mi enhorabuena y el titulo de dos de mis últimos libros. Añadí que esperaba volver a verle y esta vez con más tiempo para compartir.
Fue un encuentro muy especial y me hizo reflexionar. Su entusiasmo y su afán de ayudar a las personas me tocó y de veras me da mucha ilusión poder volver a encontrarle y conocerle mejor.