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Cabecera El Jubilado Feliz

NUNCA HAY QUE TIRAR LA TOALLA

Hacía 4 años que no íbamos a Bueu. Este año decidimos volver. Alquilamos la casita de siempre y, al llegar, fuimos al chiringuito de  Gaspar y Adelaida. En la playa no quedaba rastro del chapapote de hace tres años y en el chiringuito encontré la misma atmósfera simpática y acogedora que recordaba. Charlando con Adelaida aprecié la misma mujer práctica y organizada que recordaba, muy gallega. Los años no parecían haber pasado para ella.


Tampoco se notaban grandes cambios fisicos en Gaspar, un hombre alto y fuertote de ojos azules y risueños,  y su sonrisa cordial continuaba  iluminándole  el rostro hasta cuando hablaba de lo que había le pasado el los últimos dos años. Nada menos que un derrame cerebral que le había fastidiado el brazo, la mano y el pie derechos y una sucesión de tres infartos que podían haberle dejado tieso.


Evidentemente allí arriba no me quieren todavía”, comentó. Había salido de todo ello con mucho ánimo y se le veía dispuesto a seguir disfrutando de la vida, recibiendo a los clientes y amigos del chiringuito con su usual amabilidad y buena conversación. Había decidido que no iba a dejarse echar abajo por unos infartos y mucho menos por una trombosis con consiguiente derrame cerebral. Hizo lo que los médicos le habían prescrito que hiciera en las sesiones de rehabilitación: laser, ondas electro-magnéticas y ultrasonidos y unas series de ejercicios. Y siguió adelante con su vida. Adelaida le apoyó de su parte en todo.


Mientras tomábamos un café juntos, nos contaron que un día, mientras estaba echando abajo un tabique en su casa, Gaspar echó mano a una perforadora para rematar algunos ladrillos, sin importarle utilizar su brazo y mano impedidos para manejarla. Notó con sorpresa como las vibraciones de la perforadora le estimulaban el brazo, quitándole el dolor del hombro, lo que la rehabilitación no había conseguido hacer.

Ni corto ni perezoso continuó con la perforadora todo el tiempo que pudo y descubrió que de alguna forma también se le reducía la hinchazón de los dedos de la mano.


Viendo los resultados terapéuticos que había conseguido con la perforadora, decidió aplicar el mismo sistema también al pie. Fabricó una cajita de madera que puso encima de una lijadora en que apoyar el pié. Hizo unas cuantas sesiones y también en este caso las vibraciones de la lijadora le quitaron el hinchazón de los dedos del pié que continuaban fastidiados como resultado del derrame.


En la próxima revisión, el médico le dio su enhorabuena por la  fenomenal mejora que notó. Gaspar no le contó al medico lo de la perforadora y la lijadora, por miedo de que le tomara por loco.


Mientras nos lo contaba, su sonrisa le llegó casi hasta las orejas. Se sentía muy orgulloso de si mismo. Sugerimos que se lo contara al medico por si se podía sacar para más gente una nueva forma de terapia. (Yo personalmente estoy barajando la posibilidad de hacerme con una perforadora para ver si la terapia de Gaspar me puede aliviar una téndinitis en el hombro que no consigo quitarme.)


Charlar con estos amigos fue mi mejor regalo del verano 2007. Además, para mi era un buen ejemplo de lo que en mi libro El jubilado Feliz quería probar como posible: que si lo decidimos y actuamos para conseguirlo, podemos encontrar soluciones alternativas para seguir o hasta para empezar a disfrutar de la vida pase lo que pase. Evidentemente le regalé un ejemplar del libro.

Al saludarnos y con un fuerte apretón de la mano derecha, Gaspar añadió: ”Nunca hay que tirar la toalla”.

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