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Cabecera Me Viene A La Memoria

CENTENARIO DE JOSÉ MALLORQUÍ

Nuestra infancia –lo he comentado en alguna otra ocasión– transcurrió en gran parte junto o ante un aparato de radio. Lo mismo en casa que en las de los abuelos y tíos donde el sonido de la radio era el sonido ambiente que se escuchaba desde el comienzo del día hasta muy finalizado; porque hasta en los momentos de descanso continuaba encendido el receptor. La radio y poco más, como podría ser el cine de sesión continua con dos películas y NO-DO, era de casi lo único que disponíamos para nuestro entretenimiento. El nuestro y el de nuestros mayores. Sabedores de ello, los responsables de las emisoras programaban con arreglo a los distintos tipos de gustos y edades y así, mientras por una parte estaban las obras de teatro en versión radiofónica o las novelas folletinescas con huérfanos y mujeres abandonadas, o los grandes espectáculos con participación  de los nombres más destacados de la canción, la juventud contábamos con la posibilidad de demostrar los conocimientos adquiridos en el colegio en programas concurso de competición como “La olimpiada del saber”, (precursor del televisivo “Cesta y puntos” que presentaba Daniel Vindel) y por otra parte impulsar nuestra fantasía con series como “Dos hombres buenos” surgida de la imaginación de un autor de quien en el recién terminado febrero se conmemoró el centenario de su nacimiento: José Mallorquí.


Son, además, otras varias, las razones conmemorativas referidas a este destacado representante de nuestra literatura popular tomando como referencia de fechas redondas en decenas de años, el 3 final de la cifra correspondiente al actual. Las iremos desgranando a lo largo del post. La primera de ellas que nació en 1913.


Tras una infancia y una adolescencia como extraídas de una obra de Dickens, aunque entregado pasionalmente a la lectura de todo lo que caía en sus manos, comenzó su actividad creativa y laboral en 1933, con 20 años, en la Editorial Molino traduciendo (conocía el francés y el inglés) novelas, sin mayores pretensiones literarias, con personajes como Búfalo Hill o Nick Carter. Aunque la editorial se trasladó a Buenos Aires al estallar la Guerra Civil, Mallorquí continuó ejerciendo su trabajo de traducción de la mítica colección “Hombres audaces”, ampliando su labor con obras de creación propia. Son, en total, decenas de títulos los firmados en esta etapa inicial de su carrera por José Mallorquí. La mayoría de ellos dedicados al género del western y entre ellas, con la que se inició en el terreno novelístico, en 1943 –firmando como Carter Mulford–  en la que puso como protagonista un personaje al que bautizó como “El Coyote”, basado a su vez en otro personaje ya popular, “El Zorro”, creado por el norteamericano Jonson Mc Culley. De “El Coyote” poco cabe apuntar ya que como tal o como el Zorro, permanece vivo en la imaginación de nuevos guionistas que han llevado sus aventuras al cine, tras pasar por la radio durante varios años.


Más de nuestra infancia y adolescencia eran los “Dos hombres buenos” y durante el momento de su emisión –iniciada en 1953– no perdíamos ni una sílaba de cuanto sucedía en la aventura correspondiente surgida de la prodigiosa imaginación de Mallorquí. Su gran éxito radiofónico hizo que el propio autor novelara los diferentes capítulos para su publicación editorial, cosa que se prolongó entre 1958 y 1962.


Varios años en los que don César Guzmán y Joao Silveira, o lo que viene a ser lo mismo Teófilo Martínez y Julio Montijano, los dos actores que daban vida a los personajes de ficción, galopaban incesantemente por tierras de California y Arizona, en las que el autor nunca puso el pie. Los dos hombres buenos impartieron justicia, su justicia, a la vez que venganza contra los asesinos del padre de don César, al que mataron en un asalto a la hacienda familiar siendo éste un niño. Justicia con tiros que siempre solían acertar en el entrecejo de los malvados, que es como se supone que se impartía por aquellas latitudes, aunque, eso sí, con buenas maneras y si llegaba el caso, haciéndose cargo de los gastos del entierro. Que lo cortés no quita lo valiente.


Si grande era el atractivo ofrecido por “Dos hombres buenos” no lo fue menos el de otra serie radiofónica con la que igualmente nos sentíamos identificados, aunque aún no había dado comienzo la era espacial, ni se había llegado a la luna, ni había cohetes, ni nada. Todo era producto de la fantasía de su guionista, Enrique Jarnés, como en tiempos anteriores dio rienda suelta a la suya Julio Verne. Me refiero a “Diego Valor” que se dejó escuchar por primera vez en 1953 en la voz de Pedro Pablo Ayuso que, posteriormente, la llevaría por todos los escenarios de España. También se hicieron tebeos –un formato apaisado, que si mal no recuerdo costaba 50 céntimos subiendo más tarde a 75–, juguetes, cromos, etc., incluso un programa de televisión. 


Diego Valor, desplazándose en naves espaciales, en compañía de sus ayudantes Laffite y Portolés, además de Beatriz Fontana, de la que se acabaría enamorando, se enfrentaban a las fuerzas del mal que representaba el malvado Mekong, un personaje verde, empeñado en hacer reventar la Tierra. No sabía con quién se la jugaba.


Los responsables del reparto no tardaron en encomendar la misión interpretativa a Joaquín Peláez, que fue el definitivo, pero no fue quien lo inició. Algo similar ocurrió con el personaje de “Beatriz” que fue estrenado por Juana Ginzo para ser transferido posteriormente a Alicia Altabella. Tenía la serie un himno, sintonía del programa: “Adelante, soldados, de la tierra, volad hacia el espacio misterioso…” Era cuando dejábamos cualquier cosa que estuviéramos haciendo para escuchar “Diego Valor” e imaginarnos volando en una nave por el espacio.


http://www.youtube.com/watch?v=cJyCWgi0xDg


Las nuevas generaciones no han conocido a los “Dos hombres buenos” ni a “Diego Valor”; son personajes de otros tiempos en que la radio pasaba por, seguramente, el mejor momento de su historia. Su edad de oro. Los oídos de los españoles permanecían atentos a ella para saber los goles que habían metido el Madrid o el Atlético, las orejas que había cortado Antonio Bienvenida, los consejos de Elena Francis, las tragedias de “Simplemente María”, “Lucecita”, “Lo que nunca muere” o “Ama Rosa”, el humor de “El Zorro”, las cabalgatas fin de semana de Bobby Deglané o las travesuras de Periquín que sus progenitores, Matilde y Perico, eran incapaces de evitar. Muchos de los programas los firmaron Eduardo Vázquez, Marisa Villar de Francos o Sautier Casaseca, pero otros muchos, de éxito siempre, fueron avalados por la firma de José Mallorquí, con el que la mayoría de nosotros coincidimos en el comienzo de nuestras vidas y la segunda mitad de la suya. Gran parte de ese tiempo lo pasó enfermo, sin poder tenerse para escribir, por lo que había de dictas sus textos; algo que, junto a la muerte de su mujer, le arrastró a una profunda depresión que le decidió a poner fin a su vida en 1972. Dejó una nota, mucho más escueta del que era su estilo literario habitual; también más dramática: “No puedo más. Me mato. En el cajón de mi mesa hay cheques firmados. Papá. Perdón”. En el mes de febrero que nos acaba de dejar habría cumplido 100 años.

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