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Cabecera Me Viene A La Memoria

El anuncio de Primavera

Los días que anuncian la inminente primavera son el despertar a un mundo que los fríos y las lluvias anteriores nos llevaban a pensar que no iban a llegar.

Apenas hace unos días en que he vuelto a sentirme habitante de la tierra y disfrutador de la generosidad con que en ocasiones se manifiesta la naturaleza. Abro la ventana de mi habitación, me asomo y me encuentro con que el sol se posa en mi aspecto y me calienta. Había llegado a pensar que ello nunca más iba a ser posible tras la sucesión de ciclones, tormentas, tornados y tempestades (lo de ciclogénesis lo dejo para los locutores televisivos y radiofónicos que consideran obligatorio hacer gala de su erudición enciclopédica) que nos han inundado el invierno de agua y frío como hacía mucho tiempo que no padecíamos y que pareció no iba a tener fin. De repente, éste se ha producido y hemos recuperado el humor y el tono vital que el calor nos proporciona. Un calor todavía tímido con cuya timidez nos advierte que no nos descuidemos abandonando nuestra indumentaria invernal que debemos conservar, siguiendo las recomendaciones refraneras, que nos sitúan en el 10 de junio. “Hasta el 40 de mayo no te quites el sayo”. Podemos, eso sí, ir ensayando y preparando nuestras mejores expresiones para decir adiós al invierno.

Al antipático y antisolidario invierno. De todas todas, me quedo con los calores estivales y con las fechas que lo anuncian y en su momento dan la alternativa, que son las primaverales. Fechas que el comercio suele adelantar en varias jornadas para hacernos saber que ya ha llegado a sus locales y que para celebrarlo hacen descuentos y semanas monográficas. Es como si al propietario de los grandes almacenes que se basan en la primavera para su promoción se transformara queriendo hacer feliz a toda la clientela, al igual que el dickensiano Mr Scrooge se transforma al llegar la Navidad. También nosotros, simples consumidores, nos imbuimos en estas fechas iniciáticas de las que en breve se instalarán para proporcionarnos nuevos impulsos, nuevos estímulos tanto para el cuerpo como para la mente.

Para recibir a la primavera que, en pocos días, hará su presentación oficial, Valencia y con ella toda España y gran parte del mundo, festejará el adiós al aburrido invierno con sus internacionales Fallas. Allí estaré como el año anterior y el anterior y así muchos hacia atrás. Oliendo a pólvora quemada y escuchando, con la boca abierta para amortiguar el impacto en los oídos, el retumbar de las mascletás a modo de aperitivo diario ya que coinciden la hora del mismo y la de hacer estallar los castillos de fuegos artificiales. Después, en la noche dedicada al fuego, entre el estruendo constante de petardos y cohetes que elevan el ambiente valenciano a la máxima expresión decibélica, contemplar cómo el fuego devora los monumentos falleros con su liturgia tradicional.

Un festejo puede alcanzar cierto nivel de interés folklórico, tradicional, popular o cultural. Hasta aquí todos de acuerdo, pero ya no lo estamos tanto (de eso estoy seguro) si manifiesto que para que en España el festejo sea completo y desde mi punto de vista puramente taurófilo, ha de ir acompañado de celebraciones taurinas. Como ocurre que las Fallas son fiestas como deben ser, cuentan con su temporada taurómaca que, prácticamente, es con la que se inicia la temporada en toda España. (Excepción de la castellonense Feria de la Magdalena, menos pretenciosa y previa a la valenciana) Con lo que tenemos, al llegar estas fechas, cambio de estación, festejos populares y toros. Con estos elementos, si los políticos, los representantes de la justicia y de la banca y los sindicalistas suspendieran sus respectivas actividades, la situación sería como de ensueño. Pero me temo que no va a ser y que durante estos próximos días diluviará, bajarán las temperaturas, las Fallas adolecerán de grandiosidad por falta de presupuesto, los toreros participantes en la Feria valenciana quedarán mal y el ganado peor.

Llegados al pesimismo, que es con el ánimo que actualmente vivimos la mayoría ya que apenas se dan motivos para lo contrario, tenemos la solución de mirar por el retrovisor de nuestras vidas y llegar al recuerdo que nuestra memoria nos traiga de momentos más optimistas en nuestra existencia referidos a fechas similares. De lo que no cabe ninguna duda, porque a estas alturas no vamos a dudar de lo que dicen los calendarios ni los grandes almacenes que la anuncian, es de la inminente llegada de la primavera; del mismo modo que tantas veces fuimos testigos de su llegada en tiempos pretéritos. A falta de muy pocos días para su formalización, ya es primavera.

Es momento de acudir al armario para elegir prendas más ligeras que las usadas hasta el momento para combatir las bajas temperaturas. Es el momento, también, de comprobar aunque sin saber el motivo, que la ropa del año anterior ha encogido. Después de las limitaciones gastronómicas a las que estamos seguros de habernos sometido tras los excesos navideños y de las palizas gimnásticas para reparar los daños causados, no podemos suponer que hemos engordado. Faltaría más. Se puede afirmar por tanto y sin temor a equivocarse, que la vestimenta que se deja colgada de un año para otro, encoje. Y si no ¿por qué todos los años ocurre lo mismo?

El buen tiempo aporta a los cuerpos, sobre todo el ansia por salir a la calle, o al campo, olvidados los fríos, para pasear entre árboles florecidos que muestran su, todavía, débil follaje mientras que nuestra capacidad olfativa intuye renovados olores a césped recién brotado de un suelo hasta ahora adormecido. La primavera, a diferencia de otras estaciones, es como un empezar de nuevo, al revés del otoño, una invitación a la vida.

En ella, puestos a escribir cursiladas, se despiertan las ilusiones y se altera la sangre. Escriben sobre ella los poetas y los músicos le dedican lo mejor de su inspiración artística. Estallan los colores de la naturaleza y el sonido con que las aves emiten sus cantos se hacen audibles en directo o bajo la sugestión que ocasiona la orquestación concebida por Vivaldi para anunciar con música el estallido primaveral.

Los calores veraniegos aún no se han hecho presentes, que faltan tres meses, pero ya es posible la comodidad indumentaria dado que los fríos, ya desaparecidos, tampoco atenazan nuestros sentidos, ni el abrigo limita el movimiento de brazos para poder conducir. Los campos se disponen a ofrecer su flora, empezando por los prunos, mientras son invadidos, suavemente, por las aguas que el cielo deja caer o las montañas permiten que se deslicen por sus meandros como consecuencia del deshielo. Todo ocurre en primavera convirtiéndola, por ello y mil cosas más, en la estación perfecta. Incluso se miden por ella los años de juventud: “tiene 17 primaveras”, nunca se dice tener 17 otoños o inviernos o veranos. Es la época en que los estudiantes empiezan a temblar ante la inminencia de un fin de curso a cuyas calificaciones han de enfrentarse. Y es cuando las mentes empiezan a concebir un periodo estival al que acompañan las siempre ansiadas vacaciones. Es ahora, en primavera, cuando aflora nuestro romanticismo y cuando reaparecen los recuerdos. También los insectos que es como si resucitaran y que obliga, entre otras cosas, a rellenar los armarios de naftalina, cuyo olor nos acompañará durante unos días cuando volvamos a utilizar la ropa de invierno. Un olor que está unido a los recuerdos de nuestra infancia que es cuando los armarios olían a naftalina. Los productos actuales concebidos contra las polillas apenas emiten un suave perfume que yo creo agrada a los insectos más que ahuyentarlos o eliminarlos.

Recuerdo mis primaveras infantiles sobre todo por las tan esperadas salidas dominicales, cuando en la mañana de los días festivos, sin temor ya a los fríos que obligaban a permanecer en casa, mis padres me llevaban (junto a mis hermanos) a pasear al aire libre de los parques madrileños. Sobre todo al Retiro, el extraordinario recinto ajardinado que el Conde-Duque de Olivares regaló a Felipe IV y donde, en el edificio construido para dar albergue teatral, Calderón y Lope estrenaron algunas de sus obras. También donde, en las mañanas dominicales con el acompañamiento de temperaturas agradables, la Banda Sinfónica Municipal ofrece sus conciertos al pueblo madrileño. En este parque he pasado muchos momentos de mi infancia, como tantos otros niños de los años 50, bajo la atenta y protectora mirada paternal.

Niños jugando al escondite, a pídola o a las canicas… O montar en las barcas del estanque emulando la actividad marinera, sin preocuparse por las salpicaduras, e intentado acertar (porque nadie nos los aclaraba) si babor y estribor corresponden a la izquierda o a la derecha. O montando en las bicicletas de alquiler, porque en aquellos tiempos no era habitual tener “bici” propia y había que valérselas con los alquileres si se pretendía emular a Louison Bobet o a Fausto Coppi. Las había, de distintas medidas para según las alturas, con 3 o con 2 ruedas y éstas, a su vez, con manillar de paseo o de carreras y costaba 5 pesetas la hora.

Como la mía, muchas otras familias tomaban la misma decisión de acudir al Retiro a disfrutar de la primavera y, como en mi caso, otros padres con el ABC bajo el brazo o echándole un vistazo alternado con la vigilancia mientras los hijos pedaleaban hacia la caída segura. Son imágenes de infancia que hoy, muchos años después, me vienen a la memoria en este comienzo de la primavera. Tras la actividad ciclista y el ponerse al día informativamente a pesar de sus escasas novedades, la comida en casa de los abuelos; como ahora aunque nos hemos transformado de visitantes en visitados. Así, casi todas las mañanas dominicales de primavera.

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