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Cabecera Me Viene A La Memoria

Tiempo de torrijas

De nuestro tiempo pasado una de las cosas que se conservan, para satisfacción general, es el consumo de torrijas que, por estas fechas cuaresmales, es algo casi obligatorio y en lo que no hay opciones ideológicas que lo critiquen ni censuren.

El propósito de este blog está bien claro a partir del título: “Me viene a la memoria”. En ocasiones, apenas es preciso el recuerdo memorístico ya que las circunstancias hacen que éste se despierte. Ocurre, desde hace unos días, que en todas las cafeterías y bares se ofrece al cliente la posibilidad de consumir torrijas que, de manera casi general, se muestran en una bandeja instalada en el mostrador, en la que se aprecia si un necesidad de ser un experto, el género ofrecido que denota el mucho tiempo transcurrido desde que fue manipulado. Torrijas aplastadas, sin brillo, sin esponjosidad… lo menos parecido a una torrija. Ni siquiera en el precio ya que una torrija, considerando sus componentes y el trabajo que exige para su preparación, ni siquiera se aproxima al precio que se venden. Todo un negocio, por tanto, que, por otra parte, celebro alcance a quienes así lo han concebido intuyendo la favorable respuesta del mercado.

El público, generalmente, siendo o no tiempo de crisis y apretura de cinturones, responde a las tradiciones y la de preparar y consumir torrijas en fechas de Cuaresma es una de ellas; de las más arraigadas en todo el territorio español e incluso por la América latina y buena parte de Europa, con alguna que otra variación,
La torrija es uno de los alimentos que menos secretos encierra y apenas presenta dificultad para su elaboración. Consiste en cortar rebanadas de unos 2 cm de una barra de pan que empiece a endurecer, que es como mejor absorbe el liquido. Se vierte sobre ellas leche caliente, cocida con algo de azúcar, una rama de canela y una corteza de limón, dejando que se empapen bien. A continuación se bañan en huevo batido y se fríen en aceite bien caliente hasta que estén doradas. Posteriormente se rocían con un almíbar, o miel o simplemente azúcar. Gusta a mayores, a jóvenes y a niños por su dulzor, su textura suave y la saturación que proporcionan al estómago si se trata de calmar el apetito además de dar gusto al paladar.

¿Quién inventaría la torrija? Pues vaya usted a saber, pero lo cierto es que ya en el siglo XV la cita Juan del Encina como alimento indicado para la recuperación de parturientas: “miel y muchos huevos para hacer torrejas”, escribe el autor salmantino. Actualmente, muchas de ellas se anuncian fabricadas sin productos lácteos, o sin huevos, sin gluten, sin… nada de lo que debe llevar una torrija con lo que los modernos del cuidado gastronómico y la observación alimenticia estarán muy contentos, pero la tradición, la naturalidad y el buen gusto se resienten. Se dan recetas de como condimentar las torrijas en el “Libro de Cozina” que el cocinero Domingo Hernández de Maceras dio a luz en 1607 con un amplio recetario de la cocina española de entonces.

Hoy, además de en las casas donde se preparan con mayor o menor fortuna culinaria, se ofrecen, ya digo desde el mostrador de cafeterías, bares y tabernas. En las tabernas, precisamente, es donde hicieron fortuna a principios del siglo XX ya que en ellas se servían para acompañar al vino. Así hemos alcanzado a verlas en muchos de estos establecimientos de bebidas no a principio de siglo sino a mediados y todas ellas tenían el sello inconfundible del que las preparaba que, por lo general, era la mujer del tabernero que era quien se ocupaba de la cocina en el local. El público conocía las características de un sitio y de otro y cada uno se dirigía al que más coincidía con sus gustos. Mas o menos esponjosa, que se deshaga en la boca o que haya que masticar, que esté más o menos dulce… y por supuesto, la condición del vino acompañante. O del licor, que también con alguno se degustan.

Parece ser que el centrarse su consumo en estas fechas cuaresmales se debe, por tradición, al no comer carne. Como en las casas se cocía la misma cantidad de pan pero se consumía menos por la ausencia cárnica que sería en salsa que es donde se moja, éste se endurecía, por lo que alguien inventó esta manera de aprovecharlo. Suena a simple, pero es lo que hay. Con pan del de siempre, el de casa no con el que venden ahora para este menester, llamado pan bombón, creo.
Y si la torrija la acompañamos de una jícara de chocolate caliente y espeso, directos ya al hospital para superar el ataque de glucemia. O quizá, por una vez, no nos pase nada. No sé, pero creo que habrá que probarlo.

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