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Cabecera Me Viene A La Memoria

LOS RATEROS DEL SUPER

Abundan en la literatura española de los siglos XVI y XVII las historias de “pícaros”. Tanto que el conjunto de ellas acabó por denominarse literatura “picaresca” que abarca infinidad de títulos de los que gran parte son verdaderamente populares como puede ser el caso de “El lazarillo de Tormes” (1554), “Guzmán de Alfarache”, de Matero Alemán que data de 1599, “El Buscón” de Quevedo cuya fecha de autoría aún está por determinar, “La vida del escudero Marcos de Obregón” que Vicente Espinel dio a conocer en 1618, las “Aventuras de la pícara Justina”  (1605) ya que también el sexo femenino andaba enredado en la picaresca, de Francisco López de Úbeda, o “La vida y hechos de Estebanillo González” (1646), entre otros muchos, muchísimos, títulos que el profesorado de nuestra época estudiantil (que tenía por costumbre enseñar y como meta el que aprendiéramos) trató de inculcar en nuestros conocimientos.


Los personajes de estas novelas, con la aportación del ingenio de sus autores, no dudaban en engañar, embaucar y robar, principalmente para atender a su propia subsistencia. Robos menores, lo justo para solucionar el problema del día (normalmente de carácter alimentario o de indumentaria) y al día siguiente poner de nuevo en marcha la astucia y la imaginación, con procedimientos ilegítimos, para un nuevo timo, una nueva estafa con que atender los mismos fines que el día anterior y que volverían a serlo en los sucesivos días de sus agitadas y nunca aburridas existencias. Ingenio de una parte unido a la imprescindible colaboración de la víctima basada normalmente en la ignorancia o  la avaricia. Son datos necesarios para quien engaña y para el engañado, que en eso nada ha cambiado. Sí lo ha hecho en cuanto a las consecuencias ya que sobre aquellos personajes algún que otro mamporro cayó sobre sus costillas al ser descubiertos y alguna noche de calabozo si los alguaciles alcanzaban a su detención. En la actualidad el castigo es inexistente o tan leve que para nada impide la consecución de delitos, con impunidad para sus autores que acreditan en su currículo un sinfín de detenciones para asombro de la ciudadanía que no se explica cómo ello puede ocurrir. Incluso podría hablarse de inmunidad más que de impunidad. En ocasiones, demasiados, por desgracia, clarísimos casos de inmunidad.


De la simpatía que estos personajes despertaban en ocasiones cabe recordar, por ejemplo, la mención al ”raterillo” que el cardiólogo y poeta Rafael Duyos (que cambió el recetar por el recitar y que acabó sus días profesando en los Hermanos Marianistas tras quedar viudo) hizo en su popular poema a la Infanta Isabel “La Chata”  tratando con simpatía la figura del ladronzuelo: “…un chavea, un raterillo, con la colilla apagada, sube por Arrieta arriba gritando: he visto a la Chata”.


Con la misma simpatía que Federico Chueca trató a los “ratas” en su zarzuela “La Gran Vía” poniendo uno de los números musicales en su boca: “Soy el rata primero y yo el segundo y yo el tercero … Siempre que nos detiene la policía estamos seguritos que es para un día…”. Porque los castigos para estos perturbadores sociales nunca fueron demasiado ejemplares, ni lo suficientemente duros como para llevarles a abandonar la “profesión. En cierta ocasión le robaron la cartera al maestro Chueca y quienes lo hicieron, tras conocer a quién pertenecía, se la devolvieron con una nota de agradecimiento por acordarse de ellos en la exitosa zarzuela.


http://www.youtube.com/watch?v=vsJD5eE0tBw&feature=related  


Hacia la mitad del siglo pasado eran frecuentes los letreros avisadores de ¡Cuidado con los rateros! que ahora me vienen a la memoria. Eran los que dieron en llamarse años del hambre, dada la escasez de alimentos, y el racionamiento de los mismos, tras finalizar la contienda civil española; años 40 y 50. El aviso lo recuerdo en la carbonería que había en mi calle, en la tienda de comestibles y en la panadería donde no había más pan que el de racionamiento. Había que comprarlo de estraperlo, en la esquina siguiente, a unas señoras que bajo su ropaje exterior iban forradas de barras de pan que aumentaban considerablemente su volumen corporal, aunque resultaran invisible para los policías de barrio que rondaban la zona para “evitar” el estraperlo. También en el campo de Chamartín y en el del Metropolitano donde jugaban, respectivamente el Real Madrid y el Atlético de Madrid. Y en la plaza de toros de las Ventas y en la Casa de Fieras, precursora del actual Zoo, que se llamaba así, pomposamente, pero en la que no había fieras más allá de un anciano león aburrido de su existencia entre barrotes. Por supuesto, en los andenes y vagones del metro y en los tranvías. En general, en cualquier sitio donde pudiera darse un mínimo, o un máximo, de aglomeración que facilitara la actividad “manual” de estos amigos de lo ajeno. Habilidosos con los dedos eran capaces de sustraer una cartera del interior de la chaqueta o vaciar un bolso femenino sin que sus dueños lo percibieran. Muchas películas del que podríamos llamar nuestro cine neorrealista tuvieron a estos personajes como protagonistas desde sus diferentes facetas profesionales. “Los tramposos’ es, posiblemente, el mejor ejemplo.


http://www.youtube.com/watch?v=cJnXMYy3Q2E
 
Los tiempos se supone que han evolucionado desde aquella España pobre y cabría pensar que aquella situación ya forma parte de esa misma historia que algunos intentan recuperar haciendo memoria selectiva de ella. Pero no, no ha desaparecido. Por el contrario se ha recrudecido y sería conveniente que de nuevo aparecieran los avisos de ¡Cuidado con los rateros! en los lugares públicos. Incluso en los domicilios particulares donde estos desaprensivos no tienen inconveniente en acceder durante el sueño de sus legítimos propietarios. Las técnicas han evolucionado y ahora se perpetra el atraco al establecimiento de lujo, aunque esté dotado de medidas de seguridad que los atracadores son capaces de superar. Del atraco se ha pasado a la paliza a quien se resiste e incluso al asesinato. Y quienes lo realizan, nacionales o extranjeros, tienen a sus espaldas multitud de delitos por los que apenas han pagado con unos días de privación de libertad, en los que comen y duermen a costa del contribuyente.

Apenas unos días tras unas rejas y no siempre, mientras que sus víctimas han de perpetrarse tras ellas de por vida con el sólo objeto de protegerse de aquellos. Se nos está condenando a vivir encerrados tras unos gruesos barrotes para conservar la hacienda y la vida. La que han perdido, por ejemplo, numerosos industriales, principalmente joyeros. Mientras tanto, los ladrones fuera, a su libre albedrío. La justicia, con minúscula, concebida al fin y al cabo por políticos e interpretada por los jueces (tan ligados unos con otros en contra de la voluntad de Montesquieu) según su propia capacidad para la interpretación, no está por la labor de acabar con esta lacra que ya quisiéramos fuera igual a la de los años del hambre. Si el delincuente se dedica a pequeñeces (carteras, bolsos, collares) ni siquiera se le tiene en cuenta. Si llega a la categoría de terrorista puede ser objeto de homenajes populares, autorizados oficialmente, y hasta tener derecho a escolta para que el terrorista no sea molestado. Y si el terrorista en cuestión tiene la mala suerte de caer enfermo, se le envía a su casa, supongo que pidiéndole perdón por las molestias causadas; a él y a sus colegas, que siempre es preferible causar un malestar entre las víctimas (“ya se les olvidará”) que soportar una diarrea provocada por el miedo a las amenazas. Las diarreas estivales ya sabe lo perjudiciales que son y hay que cuidarse de ellas. Sobre todo ahora que la Seguridad Social ha suprimido los antidiarreicos de los medicamentos subvencionados. Si el delincuente es abortista será causa de promoción laboral y si defensor de la eutanasia, merecedor de subvenciones para que la promocione. Hay muchas categorías de delincuentes, muchos con corbata, con despacho, con títulos académicos y hasta con doctorado honoris causa. Y entre tan variada fauna no podían faltar, además de muchos banqueros, los políticos y sindicalistas, que viene a ser lo mismo.


Este post lo podía haber escrito hace un mes, con los acontecimientos recién ocurridos, pero he dejado que transcurriera el tiempo para hacer uso del título y refrescar la memoria ya que este tipo de actos y otros peores suelen olvidarse, a nadie le preocupan transcurrido un tiempo cada vez más corto. Incluso se les olvida a los ministros a quienes corresponde perseguir y castigar el delito (de ahora y de antes y de más antes) que anuncian a bombo y platillo que no les temblará el pulso para castigar al o los delincuentes y da toda la impresión de que sufren un ataque de parkinson hasta que el asunto pasa al olvido general.


Hace pocos días el alcalde de la localidad andaluza de Marinaleda (escribir su nombre es contribuir a la publicidad que tanto le gusta) que además es diputado autonómico (cosa que se traduce en dos sueldos procedentes de los impuestos generales, privando a alguno de sus paisanos la posibilidad de percibir uno), este alcalde que no sé cuándo se dedica a la alcaldía, desconozco si como diputado o como alcalde o como parásito social, dirigió a una banda de forajidos afiliados a lo que dicen es un Sindicato, en el saqueo de dos supermercados. No dudaron, además de robar, en golpear a quienes trataron de impedir el atraco, que eran empleadas del comercio atracado; trabajadoras a las que dicen defender desde su subvencionada plataforma sindical. Hay quien hasta se lo cree. La antigua advertencia de “¡Cuidado con los rateros!” me vino a la memoria nada más producirse estos hechos recientes, pero he esperado para referirme a ella al resultado judicial o policial o político, alguna actitud que haga pensar a la población contribuyente que está protegida y castigados quienes delinquen tras escuchar a alguna autoridad que “no le temblaría el pulso para castigar”. Pero ya veo que le tiembla hasta impedirle coger el bolígrafo con el que firmar la orden de arresto o de lo que sea, como invitando a que los actos vandálicos se reproduzcan tal y como ya ha amenazado y ejecutado la troupe de forajidos que está realizando una tourné veraniega por tierras andaluzas asaltando supermercados e invadiendo fincas. Lo de “¡Cuidado con los rateros!” ha quedado obsoleto, ahora hay que prevenirse contra políticos y sindicalistas que son mucho más peligrosos a pesar de tener garantizados sus ingresos con nuestros impuestos. Además desagradecidos.

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