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El yoyó que va y viene

El yoyó tiene etapas en cuanto a popularidad. Parece en algún momento que el interés por él ha desaparecido y de repente reaparece con fuerza cumpliendo con su deber de ir y volver.

Hace pocos días, mi nieta mayor me habló entusiasmada acerca de su más reciente descubrimiento. Por lo menos en aquel momento ya que desde entonces y a pesar del poco tiempo transcurrido habrá experimentado nuevos descubrimientos puesto que para la infancia todo supone novedad que va incrementando su acerbo cultural. Su hallazgo había sido el yoyó y me hablaba de él como algo realmente nuevo, como así lo era para su, todavía, casi intacto archivo de conocimientos. Y hasta la resultó extraño que yo supiera de lo que se trataba y en qué consistía y que de pequeño hubiera tenido varios y los “bailara” con cierta maestría. Por lo menos con la misma que el resto de niños atraídos igualmente por el juguete que, como ahora mi nieta, pensamos que era de reciente creación. Nada de eso.

Resultó que el momento que nosotros creímos era el del yoyó, lo había sido también antes, en la infancia de nuestros padres, de nuestros abuelos y aún antes, mucho antes; tanto como lo es en la actualidad para quienes ocupan el espacio de la infancia. Y puestos a investigar buscando documentación al respecto, resulta que ese momento se lleva repitiendo desde épocas pretéritas que se remontan a centenares de años antes de Jesucristo.

Por lo pronto, tras el descubrimiento de mi nieta, tropecé casualmente con el primer dato retrospectivo releyendo la novela de Rafael Sánchez Ferlosio “El Jarama”. En ella se hace referencia al infantil juego por parte de uno de sus personajes: “¿Pues no te acuerdas tú, Sergio, de los tiempos aquellos del yoyó, muy poco antes de empezar la guerra? –le decía Felipe a su hermano. -Sí que me acuerdo, sí. -Pues cuidado que era aquello también un invento ridículo del todo. Todo el mundo con el dichoso cacharrito y venga de darle para arriba y para debajo de la mañana a la noche”…

La fecha queda perfectamente referenciada y es anterior al boom que nosotros conocimos. Pero aún se remonta más atrás a poco que hurguemos en el pasado de este juguete tan simple. Tan elemental que es muy frecuente escuchar cuando se menosprecia a alguien: “Es más simple que el mecanismo de un yoyó”. Tanto que se trata únicamente de dos discos similares unidos en el centro por un vástago en el que se enrolla una fina cuerda que, impulsada hacia abajo por un movimiento de la mano y forzada en sentido contrario su recuperación una vez desarrollada toda su longitud, conseguimos que el juguete esté constantemente subiendo y bajando. Los más hábiles consiguen algunos otros efectos en el sube y baja del instrumento en cuestión.

Al parecer, el artilugio en cuestión fue inventado en Grecia en el siglo V a C, que ya son años. Lo demuestra una imagen que se conserva en el Museo Antikensammlung de Berlín donde se aprecia a un muchacho jugando con un yoyó de terracota. Los artesanos helenos de entonces los pintaban con dibujos de dioses como puede comprobarse en las piezas expuestas en Metropolitan Museum of Art de Nueva York.

Posteriormente se han encontrado otras evidencias sobre la existencia de tan elemental entretenimiento y éstas se localizan en China entre los años 1368 y 1644 en que imperó la dinastía Ming. En este caso, como el refinamiento chino es mayor como se demuestra en la tan cotizada cerámica de aquella época, los discos son de marfil y el cordón que los impulsa y recoge de seda. Los de nuestra época eran de madera, que se partían en dos cuando calculábamos mal la distancia hasta el suelo y lo estrellábamos en él, y los actuales de plástico, según he comprobado en los de mis nietos, con muy poco peso y excesivamente ligeros lo que hace que no “funcionen” demasiado bien ni apenas permitan filigranas como el “perrito”, el “dormilón” y otras. Así y todo he comprobado que la técnica no la he olvidado y todavía los hago “bailar”; por lo menos en su función principal que es la de subir y bajar.

Seguramente, ni ahora ni tampoco en mi infancia, conseguiría vencer en un campeonato, porque lo del yoyó es algo muy serio tal y como se lo toman algunos. Tanto que se organizan campeonatos con distintas características geográficas (local, provincial, nacional, internacional) y con distintas características de especialización, como se demuestra en la competición mundial que anualmente se celebra en Orlando (Florida).

El yoyó, desde su origen, siempre se mantuvo vigente aunque al igual que ocurre con su funcionamiento, ha vivido etapas de mayor y menor auge. Su popularidad ha estado más arriba y más abajo, de modo alternativo; como le corresponde. Desde aquellos primeros momentos en Grecia, o en China, en Filipinas o en la India, en el XVIII llegó a Europa instalándose entre la aristocracia francesa y escocesa. Una obra pictórica de 1789 muestra al futuro rey Luis XVII, con 4 años, sujetando un yoyó, como queda patente en la imagen que ilustra este post. Al parecer, hay dibujos del general Lafayette y sus tropas jugando con el yoyó. También hay quien asegura que Napoleón y su ejército se relajaron con sus respectivos yoyós antes de iniciarse la batalla de Waterloo el 18 de junio de 1815. Vaya usted a saber.

Por aquellas fecha el yoyó llegó a los Estados Unidos donde se ha fabricado con distintas patentes aunque el principal paso hacia el éxito comercial se debió a un artículo publicado en 1916 en la Scientific American Supplement titulado “Filipino toys” en el que se enseñaba este juguete, la forma de utilizarlo y el nombre: yo-yo que al saber y entender de quienes firmaron el reportaje venía de la palabra filipina “volver”. Un tal Pedro Flores llevó el primer yoyó filipino a los Estados Unidos y en 1928 fundó la compañía Yo-yo Manufacturing Company en Santa Bárbara (California). De ahí se difundió por todo el mundo, aunque desde la perspectiva comercial de Donald F. Duncan que adquirió la empresa al mencionado Flores. Duncan organizó un equipo que se dedicó a hacer demostraciones y promociones por todo el país y por Europa y aunque aparecieron otras compañías competidoras se impuso a ellas consiguiendo la exclusividad del término yoyó y llegando a producir 3.600 juguetes a la hora lo que supuso en su momento el 85% del mercado. Después de tiras y aflojas con la justicia, la Corte Federal de Apelación dictaminó que no se podía registrar la palabra yo-yo con lo que empezó el declive de la empresa de Duncan que poseía su registro, cayendo en la bancarrota en 1965 al no poder soportar los gastos.

Hoy son varias las industrias que en todo el mundo llevan a cabo la manufacturación del yoyo, como son varias las maneras de hacerse con un ejemplar. Su adquisición es la principal, como es lógico, pero también llegan a las manos del usuario por vía publicitaria dado que son muchas las firmas que lo incluyen en sus planes de promoción. Los hay, lógicamente, de mayor y menor categoría según el material con que esté fabricado, así como su peso y cordón, algo definitivo para un buen funcionamiento. Tal es la popularidad del yoyó a nivel mundial que el día 6 de junio se celebra en Estados Unidos el Día del Yo-yo, coincidiendo con la fecha de cumpleaños de Donald Duncan, su principal impulsor en los tiempos actuales.

Incluso ha llegado el yoyó más allá de nuestros límites ya que el 12 de abril de 1985 fue llevado al espacio en la nave Discovery de la Nasa, como parte del proyecto “Juguetes en el espacio” sirviendo, además, como base de investigación sobre los efectos de la micro gravedad. Años más tarde, el 31 de julio de 1992, otro yoyó fue desplazado al espacio para ilustrar un vídeo educativo con imágenes a cámara lenta.

Con muy pocas variaciones, puesto que su sencillez apenas las admite, el yoyó ha pasado por distintas etapas del tiempo. Con mayor acogida en unos momentos que en otros, pero, como es su misión, volviendo siempre a las manos de un sector de la humanidad, infantil por lo general. Ahora disfrutan con él quienes viven la niñez tal y como ha querido demostrarme mi nieta que, con el iPadd y las aplicaciones telefónicas me gana en el conocimiento de su manejo, pero no con el yoyó. Al menos, de momento ya que estoy seguro que llegará a bailarlo como este pequeño oriental.

http://www.youtube.com/watch?v=Wh8S0JJOrbY

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