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Cabecera Me Viene A La Memoria

Juguetes

Apenas hace una semana que los Reyes Magos pasaron por nuestras casas para dejar sus regalos. La mayoría de los juguetes, en manos de sus destinatarios infantiles, ya presentan alarmantes síntomas de deterioro, además de haber iniciado el desapego hacia ellos dada la poca variedad que ofrecen en sus posibilidades de manejo tan poco adaptado a la imaginación infantil.

Los más ilusionados con esta visita real han sido siempre los niños que ahora, como hace cincuenta años, esperan satisfacer sus ilusiones con la generosidad característica de los magos de Oriente. Ilusiones, las actuales, centradas en la electrónica y la cibernética. Las consolas, en toda su amplia gama de posibilidades, están en manos de los niños de nuestros días que, con los mandos de las mismas persiguen a marcianos, conducen a gran velocidad por dificultosas carreteras o se enfrentan a Nadal raqueta en mano. Todo sin moverse de una silla o tumbados en la cama de su dormitorio, sin enterarse para nada de lo que les rodea ni siquiera percibir auditivamente cualquier frase dirigida a ellos. Se vuelven ausentes y sordos. El ejercicio físico ha desaparecido con este tipo de juegos, lo mismo que la imaginación. Únicamente los reflejos permanecen atentos durante las primeras jornadas hasta que la mente graba el punto en que están las curvas o se descubren las posturas del adversario para fulminarle, sistemáticamente, con una volea.

Los juegos de nuestra infancia y los medios de los que nos valíamos para desarrollarlos eran muy diferentes, aunque también es verdad que la variedad no era muy amplia.

Las niñas, desde la didáctica de los juegos, eran iniciadas para en el futuro convertirse en madres y amas de casa según el concepto de la época, afortunadamente superado. Disponían para jugar de muñecas -Mariquita Pérez, Gisela- y de un coche donde sacarlas a pasear. Para jugar en casa, cocinas con todos sus utensilios y hasta una pequeña escoba con que iniciarse en el barrido. También algún recortable con varios modelos para vestir a la figura del mismo. Y las niñas tan felices.

Los niños tenían algo más abierto el campo de sus posibilidades ya que, socialmente, había que prepararles para un futuro laboral. Hoy no es el caso ya que para el paro no hace falta entrenamiento. Se nos instruía en la arquitectura con el juego de la construcción, consistente en una serie de distintas figuras geométricas que colocadas convenientemente sugerían una edificación y que, como las de verdad, también se derrumbaban cuando los elementos no se colocaban adecuadamente. Estaba el mecano para acostumbrarnos a la mecánica; el rompecabezas: unos cuantos cubos con fragmentos de una imagen, que una vez dispuestos representaban un paisaje o similar y que a la tercera vez lo hacíamos de memoria. La iniciación a la medicina o a la enseñanza la aprendíamos por nuestra cuenta jugando a médicos o a maestros. Para inculcarnos el espíritu militar, según conceptos de la época, disponíamos de escopetas con las que hacíamos la instrucción y que disparaban un corcho sujeto por un cordel; el presupuesto no daba para más. Y estaba el no va más de los juguetes y que por alguna razón elitista no alcanzaba a los niños de todas las clases sociales: el caballo de cartón en sus dos versiones. La de balancín o la de plataforma con ruedas. A lomos de estos caballos y con una espada de madera en la mano y un trapo sobre los hombros a modo de capa, nos veíamos como el guerrero del antifaz. Según el movimiento de nuestro propio cuerpo considerábamos si era paseo, trote o galope y hasta la comida la hacíamos desde la grupa de nuestro corcel que, poco a poco, iba cediendo en sus hechuras hasta acabar hundido por completo y partido en dos.

Hoy, que yo sepa, ya no hay caballos de cartón pero la afición hípica continúa. Lo que ocurre es que a los niños de ahora los llevan a picaderos a montar en caballos de carne y hueso. Y los que hace 50 años montábamos en caballos de cartón hoy lo hacemos sobre loa caballos de vapor del automóvil paterno. Con el xilófono descubríamos los sonidos y con el caleidoscopio los efectos del color. Se estimulaban nuestros sentidos y no, precisamente, para conducir en dirección prohibida a velocidades totalmente ilegales, matar marcianitos o atracar a ancianos en callejuelas recónditas.

Aún queda otro juguete o quizá no esté considerado como tal y haya que encuadrarlo entre los artículos deportivos, que es el balón. Antiguamente suponía todo un lujo poseer un balón de cuero, como el que utilizaban los futbolistas profesionales y que por eso calificábamos como de reglamento, que en su interior llevaba una cámara inflada con aire y que cerraba la abertura para acceder a ese interior con una tira de cuero. Si alcanzabas a hacer un remate de cabeza y tenías la mala suerte de tropezar con ese cierre, la lesión estaba asegurada y en todo caso el dolor derivado del contacto. Hoy, todos los niños disponen de un balón con el que iniciarse en la difícil profesión de hacerse millonarios dando patadas, incluidas las niñas que, en los colegios, también se ejercitan en el fútbol y que lo mismo que sus hermanos y compañeros de clase, conocen las plantillas de los diferentes equipos profesionales.

Los niños, desde muy pequeños, también se inician en el motociclismo para emular a Marc Márquez, en el tenis para optar al puesto que en algún momento habrá de dejar vacante Rafa Nadal y hasta disponen de coches adaptados a sus características para sentirse Fernando Alonso. No sé si alguien se encargará de enseñarles la cantidad de trabajo que hay tras el éxito de estos personajes. Ahí es donde está la razón de los campeones, no sólo en las ganas de serlo y eso, es algo que los Reyes Magos no pueden traer; corresponde proporcionarlo a los padres.

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