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Cabecera Me Viene A La Memoria

MARCELINO PAN Y VINO

Al salir del colegio cuántas veces hicimos la misma pregunta a nuestra madre cuando venía a recogernos: “¿Vamos al cine?” – “Es que vamos a ir el domingo”, argumentaba ella – “Pero hoy también podemos ir, es que no tengo deberes; bueno, sí, pero muy pocos”. Mis compañeros del colegio, por los comentarios del día siguiente, se comportaban de igual manera lo que nos convertía en adictos al cine, cuando menos, un par de veces por semana.


Multiplicando por las dos películas de que se componía el programa equivale a cuatro películas semanales. Nuestra infancia, por tanto, se desarrolló en buena parte en la oscuridad de una sala cinematográfica y por nuestros ojos pasaron escenas históricas, aventuras de chinos, galopadas de vaqueros, dibujos animados, situaciones humorísticas y otras con tintes dramáticos. De entre todas, que si hacemos cálculos son algunos cientos, hay dos secuencias que no hemos olvidado y por las que tantas lágrimas derramamos en su momento: la muerte de la madre de “Bambi” y la de “Marcelino Pan y Vino” en los brazos del crucifijo del desván tras manifestarle insistentemente el deseo de conocer a su madre. “Sabes quién soy”, le preguntaba el Crucificado. “Si, eres Dios; sólo quiero ver a mi madre y también a la tuya después” – “¿Quieres verla ahora?” – “Sí, sí, ahora” – “Tendrás que dormir” – “Pero no tengo sueño”, argumentaba Marcelino. “Ven, yo te lo daré”. Y Marcelino en ese momento fue al encuentro de su madre provocando el desconsuelo entre todos los frailes del convento y entre el público de la sala, tanto pequeños como mayores que salían a la calle con los ojos enrojecidos. A Marcelino se le concedió el sueño eterno.


Marcelino era aquel niño de 8 años, de ojos grandes y expresivos con una actitud espontánea e ingenua, al que un día su abuela llevó a un casting en el que Ladislao Vajda trataba de encontrar al protagonista de su película y al que concurrieron más de cinco mil aspirantes. Quedaron diez finalistas y entre ellos, el director húngaro se decidió por el que dijo llamarse Pablito Calvo. –“Me llamo Pablito Calvo”– Vajda, que tantas veces acertó en sus películas, lo hizo una vez más con esta decisión porque Pablito Calvo era el más adecuado, como quedó demostrado con el éxito de la película y la popularidad del mismo en todo el mundo. Además de en España, especialmente en Italia donde posteriormente el pequeño actor fue acogido como algo propio.


La memoria me ha llevado hasta Pablito Calvo como consecuencia de un reciente viaje por el levante español donde, a diferencia de la temporada estival en que todo el tiempo se ocupa en un prolongado baño en sus cálidas aguas, en éste invernal, más frío, se suceden las excursiones por las localidades tanto costeras como del interior. En una de ellas me he acercado hasta Torrevieja, tan popular hoy y tan próxima al anonimato hace poco más de medio siglo. Lo poco que nos llegaba de ella era la suave y cimbreante cadencia surgida del Festival de Habaneras que allí se celebraba y se sigue celebrando , como lo confirma el plazo de inscripción al mismo recientemente cerrado para su 58 edición.


http://www.youtube.com/watch?v=L5piWrsyrCg


Nacieron prácticamente a la vez el Festival y Pablito Calvo (1948 y 1955 respectivamente) y ambos adquirieron el máximo de notoriedad. Los encuentros musicales, con las habaneras como fondo y argumento de los mismos, son frecuentes a lo largo de todo el Mediterráneo español, pero el verdadero lanzamiento de Torrevieja se produjo cuando Narciso Ibáñez Serrador incluyó como premio en el “Un, dos, tres…” un apartamento en la soleada ciudad alicantina. Se repartieron unos cuantos entre los concursantes afortunados. Me imagino las conversaciones de muchos vecinos torrevejenses: “A ti por cuánto te salió el apartamento”. – “Gratis total, me tocó en el un, dos, tres”. – “Anda, pues como a mí, y como a mi vecino de arriba, y creo que hay otro enfrente de mi casa”. – “Ya te digo, eso eran premios”. – “Y programas de televisión, amigo, y programas de televisión, no los que ponen ahora” – “Y eso que sólo estaban el primer Canal y la Segunda, no como ahora que te aburres de canales al cuál menos interesante”.


Aquella localidad marinera y salinera, como su vecina Santa Pola a la que eligió para su descanso don Santiago Bernabéu, se popularizó, creció, creció y creció hasta hacerse la  enorme ciudad que es ahora en que ha sido elegida por infinidad de jubilados nacionales y extranjeros como residencia habitual, siendo como son conocedores de su excelente climatología; que es lo que principalmente demandan los jubilados además de una pensión digna acumulada por cotización año tras año durante su etapa laboral. Por lo menos hasta no hace demasiado tiempo, así era.


De la forma más casual supe hace no demasiado tiempo de la presencia del pequeño actor –Pablito Calvo– en Torrevieja, tras una conversación con alguien que me dijo haberle conocido. En pretérito, porque resulta que Pablito Calvo –quizá fuera yo el único que no se había enterado– vivía y trabajaba en Torrevieja y allí falleció, en febrero del 2000, hace 13 años. Recurrí a la documentación y así se me confirmó. El “Marcelino” persona tuvo una corta carrera en el cine ya que dejó de interesar a los directores cuando la ingenuidad de su gesto infantil desapareció. Fueron poco más de seis años, aunque con éxitos, además del de “Marcelino”, como “Mi tío Jacinto”, con el inolvidable Antonio Vico, o “Un ángel pasó por Brooklin”, junto a Peter Ustinov, las tres, por cierto, dirigidas por Ladislao Vajda. 


Abandonado el mundo del cine, una época en la que, según manifestó en alguna ocasión el propio afectado “no le dejaban jugar”, estudió ingeniería industrial, se estableció comercialmente en Madrid, aunque sin éxito, se dedicó a la hostelería y finalmente a la construcción en la Torrevieja que eligió para vivir con su mujer y con su hijo. Por eso le conocía, o dijo conocer, mi contertulio improvisado de bar en Torrevieja donde, al parecer, todo el mundo le conocía, aunque como don Pablo, o por lo menos como Pablo; el diminutivo quedó olvidado.


Un derrame cerebral se lo llevó de este mundo hace ya 13 años, cuando apenas superaba los 50, una edad en la que no se puede ser Pablito. Lo vuelve a ser cuando recordamos a “Marcelino Pan y Vino”. En una canción de Renato Carosone, de la que surgieron numerosas versiones, se hacía referencia a ese recuerdo con afectadas voces infantiles. “Ricordate a Marcelino”.

http://www.youtube.com/watch?v=MbRutEMvfIs


En alguna ocasión la televisión ha recurrido a aquel gran éxito cinematográfico en el que José María Sánchez Silva hizo el guión. Porque era en él donde estaba el secreto del éxito cinematográfico (sin menoscabo de la interpretación o l adirección) y no en buscar el lucimiento personal del protagonista como ocurría en las películas de Marisol o Joselito. Y siempre que se ha repetido la proyección, el público ha demostrado su favorable acogida a la espontaneidad interpretativa de Pablito Calvo carente de situaciones empalagosas o ñoñas. Películas para todos los públicos, lo que quiere decir que también eran aptas para mayores y no propiamente infantiles. Ni unos, los pequeños, ni otros, los mayores, pudieron contener las lágrimas en el final de la película. Ni entonces (1955) ni ahora.

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