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Cabecera Me Viene A La Memoria

EL VIENTO NO CONTESTA

Hace unos días le concedieron el Premio Príncipe de Asturias de las Artes a Bob Dylan, algo que, al igual que otros medios de difusión, fue recogido como noticia en el magazine de ‘Mayormente’. Como artista que es, como creador de ‘Mr. Tambourine Man’, de ‘Like A Rolling Stone’, de ‘Forever Young’ o de ‘Masters of Ward’, algunos títulos que me vienen a la memoria del cantautor de Minnesota, pues me parece muy bien. Sin embargo, no es un criterio generalizado ya que, si bien es reconocido por numerosas personalidades, no lo es del mismo modo por otras. Joan Baez opina: ‘ Yo nunca he visto carisma como el que exhibía Bob en sus actuaciones’, pero por el contrario Truman Capote opinaba de distinta manera: ‘Siempre he pensado que Dylan era un farsante. Desde luego no es un muchachito que canta canciones líricas. Es un oportunista que quiere hacer carrera y sabe muy bien dónde va. Además, es un hipócrita. Nunca he comprendido por qué le gusta a la gente. No sabe cantar’. Algo parecido al juicio emitido por el beatle George Harrison: ‘Bob es muy chistoso….. quiero decir que mucha gente se lo toma en serio y sin embargo, si conoces a Dylan, es todo un bufón’. Joaquín Sabina, por su parte, se reconoce un seguidor del cantante/poeta:  ‘Actualmente hay un hueco generacional, porque los chavales de veinte años no tienen “Bobdylanes” de veinte años’.


Con este criterio es con el que más de acuerdo estoy, porque Bob Dylan, bueno o malo, músico o poeta, aplaudido o rechazado, es consecuencia de una generación. De la misma a la que pertenecemos la mayoría de los ‘mayormente’ aquí presentes. La generación del rock and roll, del pelo largo, de los grandes festivales de música, de la petición de libertades, de justicia social, de derechos humanos y sobre todo la petición de paz y el rechazo a la guerra -’Peace, peace, peace’-, además de las consabidas frases que hicieron más fortuna por su ingenio que por la fuerza de su contenido: ‘Haz el amor, no la guerra’, ‘Prohibido prohibir’, etc. En definitiva, una generación que aspiró a cambiar el orden mundial.  Se trataba de cambiar un modelo, el que nos precedía, que se nos antojaba obsoleto, egoísta, insolidario, cerrado… Bob Dylan se alzó como líder indiscutible de aquel movimiento de rebeldía y millones de jóvenes de los cinco continentes, con Joan Baez, Pete Seeger, Ron Wood, John Lennon, Eric Burdon o Ringo Starr, entre otros, a la cabeza, levantamos nuestras voces de protesta con el ‘Blowin in the wind’ como himno. El que se estableció en el Festival de Newport donde Dylan fue reconocido como profeta de la revolución juvenil.


Con el paso del tiempo fueron surgiendo las deserciones y uno tras otro nos fuimos adaptando a las normas sociales establecidas, por necesidades de supervivencia, posiblemente las mismas que obligaron a nuestros antecesores. Pasamos a aprender a convivir con los criticados, con lo que los tiranos siguieron ejerciendo su tiranía desde el poder, los ejércitos siguieron desarrollando su potencial bélico y los países continuaron sus particulares enfrentamientos por razones en que los ideales únicamente son el disimulo para ocultar las verdades razones de poder y economía que los impulsan.


Dylan no fue una excepción. Convertido en millonario con la venta de sus discos, vivió una larga temporada alejado de la canción, transformado en un hombre casero junta a Sarah, su esposa, y sus cuatro hijos. Intentó de nuevo la conexión con su público en el Festival de la isla de Wight, pero lo hizo con una sofisticada presentación de gran estrella, completamente vestido de blanco, hasta el punto de que el movimiento hippie decidió erigir una cruz de piedra para enterrar al mito decadente.


Las propuestas de Dylan, como dice en su tema más famoso, quedaron en el viento. Continuó y continúa, en algunos casos con mayor virulencia que entonces, la xenofobia, la violencia, el racismo, el ecologismo mal entendido, la falta de derechos, el desorden moral, la desigualdad de género, la falta de valores, el totalitarismo, el fanatismo y las guerras. Ahora en plural. Se nos ha concedido, más que nada como justificación para tener contento al personal, el derecho a manifestarse, a lanzar unos cuantos gritos que no escuchan sus destinatarios y que únicamente sirven para descargar adrenalina. Se permite también que el que quiera, como hace Lucia Etxebarría, luzca una camiseta con el slogan de ‘no a la guerra’. Poco más.


Hace unos días un periódico publicaba una encuesta sobre si se estaba conforme con el premio concedido a Bob Dylan y el resultado mostraba un claro empate entre los que estaban a favor y en desacuerdo. Por mi parte, al margen de que el premio en cuestión esté cada vez más desprestigiado debido a su politización, soy de los que están en contra precisamente por una de las razones que han motivado su concesión al ser considerado como ‘faro de una generación que tuvo el sueño de cambiar el mundo’. Fue el faro, en efecto, pero de éso, de un sueño, y al despertar hemos comprobado que todo sigue igual. Nos queda -y  no a todos- el espíritu rebelde de entonces, pero las respuestas, amigos, se quedaron en el viento.


The answer, my friend, is blowin’ in the wind

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