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Cabecera Me Viene A La Memoria

FINALIZA UNA DINASTÍA TORERA

El título de este blog es Me viene a la memoria. Está por lo tanto presentado en primera persona, pero hoy, aún lo voy a personalizar más, con vuestro permiso.


Hace unos días falleció en Madrid Ángel Luis Mejías Bienvenida, con lo que finaliza una dinastía de toreros iniciada en el siglo XIX en la localidad de la provincia de Badajoz que lleva el nombre adoptado por la familia taurina que allí comenzó. Es decir: Bienvenida.


Decir este nombre entre los aficionados a los toros que, según he podido apreciar en las fichas de los blogers, son muchos, es decirlo todo.


En Bienvenida nació el primero de ellos, Manuel Mejías, un banderillero de gran consideración en su tiempo. Sus dos hijos también fueron toreros y una de ellos, Manuel, a quien un crítico taurino le bautizó como el Papa Negro,  fue a su vez padre de Pepe, de Manolo, de Antonio, del ahora desaparecido Ángel Luis y de Juan. Cinco hijos y todos toreros de prestigio. Los cinco aportaron a la fiesta el arte que habían heredado superado con las facultades de cada uno. De ahí que todos llegaran a ser figuras aunque con mayor o menor permanencia dentro del traje de luces.


Ángel Luis fue el que menos estuvo en activo, aunque su vida transcurrió siempre en el mundo taurino. Antonio fue el que más, con 27 temporadas vistiendo el traje de luces, mil setecientos toros estoqueados y 106 paseíllos en Madrid lo que hizo que la capital de España lo adoptara como su torero.


No conocí ni vi torear a Manolo, ni a Pepe ni a Juan, pero sí conocí a Ángel Luis. Recuerdo una larga tarde de charla, en sus casa madrileña de María de Molina, hablando ilusionado de la afición que su hijo Miguel manifestaba y que el tiempo ha demostrado que no decidió continuar la tradición familiar. Y le recuerdo también, en el hall del hospital de la Paz, lamentando, con resignación, las circunstancias por las que estaba allí, acompañando hasta el último momento a su hermano Antonio, tras el accidente de El Escorial que le costó la vida en octubre de 1975. Un simple topetazo de una vaquilla que le causó una fractura de vértebras y que le originó lo que no consiguieron los astados a los que se enfrentó.


Pero sobre todo, me viene a la memora Antonio. Su semblante siempre sonriente y su figura erguida capaz de propiciar una larga cambiada, una chicuelina bajando los brazos, cargando la suerte, o un pase de desprecio para rematar una tanda de naturales. Autor, siempre, de un toreo vertical, llamativo por su naturalidad, pero hondo, sin descomponer la figura en ningún momento, ni perder el sitio y demostrando siempre la difícil facilidad de sus maneras taurinas. Fue un torero completo y nos falta, lamentablemente, Vicente Zabala para confirmarlo. Completo en los ruedos y completo como ser humano. Le vi torear muchas veces con las figuras del momento, como Dominguín y Ordóñez, los dos compañeros con los que más veces alternó, aunque siempre fue admirado por todos sus compañeros de profesión. Le entrevisté en varias ocasiones, tanto en su domicilio de General Mola como en el patio de caballos de las Ventas o en el local de venta de automóviles que montó tras su retirada definitiva de los ruedos como profesional. En una de ellas me confesó que, como todos, él se había enfrentado a toros afeitados. Sus palabras supongo que se conservarán en el archivo de TVE. Pero también me recordó que, en 1952, fue quien denunció el fraude del afeitado, lo que le trajo no pocos sinsabores.


Hay, entre todos los éxitos de su carrera, un aspecto que muy pocos aficionados supieron de él y no porque lo ocultara, aunque tampoco era cosa de llevar una pancarta anunciándolo. Antonio Bienvenida era un hombre profundamente religioso y aún acrecentó más su religiosidad a partir de 1969 cuando solicitó ser admitido en el Opus Dei como supernumerario. A partir de entonces, tras su reaparición en 1971, después de cinco años de retiro, Antonio se planteó como objetivo santificar lo que era su trabajo buscando una perfección aún mayor. El haber encontrado la Verdad, según manifestó, fue su mejor faena y, como también reconoció alguna vez, sus mejores tardes las que pasó con el fundador de la Obra.

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