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TARDE DE DOMINGO INVERNAL

En uno de los últimos post, hace dos o tres semanas, recurrí a la gastronomía como elemento argumental del mismo y dentro de ella la motivada por las castañas, un fruto de invierno. Pertenece a ese grupo de sabores que, por sí mismos, no proporcionan la consistencia de un plato en la mesa a la hora de comer. De acuerdo, es un sabor, intenso para el paladar, para degustar a lo largo del día, casi un capricho.  


Otro tanto podríamos decir del o de los alimentos que hoy vienen al post y que no son otros que el chocolate y los churros perfectamente matrimoniados. 


Es un sabor que, a pesar de mantenerse en plena vigencia, me retrotrae a los tiempos de la infancia. No sé, seguramente porque su degustación era un acto familiar. Y también social.  


- Esta tarde van a venir unos amigos con sus hijos a tomar chocolate. A ver cómo os portáis. 


Se referían mis padres a la tarde, fría,  de un domingo de invierno. Cualquier domingo, porque sus tardes se habían hecho para tomar chocolate con churros. También existía el fútbol y jugaban Di Stéfano y Kubala y Gento y Ben Bareck pero había que ir al campo, porque no existía la tele, y como nunca me llevaron pues nunca me aficioné. Con el chocolate y los churros era más que suficiente ya que, además, siempre se organizaba algún juego.  


Así que nada más terminar de comer y limpiar los platos, a rallar el chocolate. Raspar la tableta con el filo de un cuchillo, apoyándose en una tabla de madera, hasta convertirla en polvo en lugar de deshacer los trozos al calor, para, así, facilitar su cocción. A mí siempre me tocaba desempeñar la tarea para envidia de mis hermanos, más pequeños, a los que no alcanzaba tan alta responsabilidad. Claro que, esa veteranía sobre los demás, también lleva implícitas otras responsabilidades no tan divertidas.  


Llegaban los amigos con sus hijos, jugábamos, lo que empezaba con síntomas de tranquilidad iba subiendo, poco a poco, de tono hasta formar un considrable estruendo de voces infantiles.  


- Venga, ya está bien. A la mesa. Sentaos mientras voy a por los churros -, decía mi padre.

- Yo voy contigo -. Tenía que aprender el cometido ya que, como mayor, algún día me correspondería tomar el relevo. Todo consistía en cruzar la calle. Enfrente estaba la churrería, con su churrera toda de blanco luminoso despachando y el marido, empujando con el hombro un émbolo del que salía la masa que, en la enorme sartén, a los pocos segundos se convertía en churro. La churrería con sus azulejos decorados que mostraban la Cibeles. En Andalucía las estampas de los azulejos suelen ser taurinas y en Valencia reflejan escenas de la Albufera.   Corriendo a casa para que no se enfriaran y .. a mojarlos en un chocolate espeso y dulce. Una delicia. Después  un vaso de leche fría o simplemente un vaso de agua que, en muchas chocolaterías, lo suelen servir sin necesidad de pedirlo. Es como el complemento. Después una partida de parchís entre una familia y otra.  


La costumbre del chocolate con churros se mantiene pero no en las casas y es una pena. Incluso proliferan las chocolaterías hasta el punto de que existen franquicias de algunas firmas reconocidas. En ella acaban muchos jóvenes en el amanecer de los sábados o domingos para recuperarse de los estragos previos de alcohol.  


Volvamos a pasar las frías tardes de los domingos invernales en casa, tomando chocolate con churros y jugando a las cartas o al parchís. Eso sí, con la televisión apagada. Incluso fabriquemos, mientras disfrutamos del aroma que el chocolate desprende al cocer, de nuestros propios churros que es algo sencillo y por supuesto, mucho más económico que adquirirlos en los puntos de venta. Mucho más.  


Ahí va la receta. Por ejemplo, medio kilo de harina, si acaso con una pizca de levadura, colocada en forma de volcán sobra la que se vierte la misma cantidad de agua cocida con un poco de sal y dejada templar. Se amasa añadiendo, si se quiere, que en las churrerías no lo hacen, una clara de huevo batida a punto de nieve. La masa se coloca en una manga con la boquilla apropiada y se fríe hasta que está dorada. Un churro no tiene más historia, pero mojado en chocolate espeso, en el que se mantenga firme, sin sujetarlo, son palabras mayores. Chocolate con churros, casi nada.

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