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Cabecera Me Viene A La Memoria

URBANIDAD

He leído en la prensa de estos últimos días una noticia que, en principio, parece simplemente curiosa y sin mayor alcance pero que, analizada, considero que tiene un auténtico trasfondo. Está encuadrada entre los compromisos electorales del candidato a la presidencia de Francia, Nicolas Sarkozy, y es la promesa de que, si gana, establecerá que en los colegios los alumnos se pongan de pie cuando entre el profesor.


Automáticamente, la noticia me ha transportado a mis tiempos de niñez que son, también, los de la mayoría de seguidores de este blog, a los que invito a que aporten sus comentarios para comparar experiencias y aunar recuerdos desde la memoria colegial.


Podría referirme al típico olor del colegio. Es algo que nunca se olvida, que está en nuestro interior y que sólo recuperamos si por casualidad visitamos algún centro escolar. Es olor de tiza, de cuadernos, de suelos de madera limpios a base de lejía, de pupitres viejos manchados de tinta, de bocadillos de mortadela y pastillas de chocolate. Todo revuelto. Olor, en definitiva, de infancia que es a lo que nos transporta ese característico olor y que ahora, como hace cincuenta años, sigue oliendo igual. De infancia, más que de juventud, porque la Universidad es otra cosa.


Vamos a poner que tuviéramos diez años. A las nueve de la mañana, puntuales, estábamos en el colegio que, normalmente, estaba cerca de nuestro domicilio paterno. Algún pequeño juego con los compañeros (del mismo sexo porque apenas había colegios mixtos) y ¡a formar ante la puerta de la clase!. Alineados con el compañero de delante por la longitud del brazo izquierdo y del de la derecha  con el otro brazo igualmente extendido. Aunque, con los años, aquel ejercicio sirvió para sentirme iniciado en el cumplimiento del servicio militar (¡alinearse de a tres, ar!) es algo que nunca comprendí y que sigo sin comprender. Entrar formados a clase. De alucine. Pero era así y entendiéndolo o no nadie protestaba porque, además, la urbanidad, junto con la asistencia, era puntuable y nos exponíamos una reprimenda casera si la nota era baja.

Bien, pues se entraba a clase y se permanecía de pie hasta que el profesor autorizaba a sentarse. Y si éste salía o cambiaba el profesor para otra asignatura el gesto colectivo era automático: todos de pie. Nadie perdió su personalidad, ni vio limitada su libertad de expresión (para decir cosas normales, claro), ni ningún padre se presentó a insultar o agredir al profesor, ni un grupo de alumnos tomó como objetivo a un compañero hasta traumatizarle física y psíquicamente. Ni tampoco los profesores volvían la vista hacia otro lado cuando surgía algún conflicto escolar. De todos estos aspectos la prensa da fe diariamente denunciando sucesos en cualquier rincón de nuestra geografía.


Se inculca a la infancia sobre derechos y poco o nada sobre obligaciones con lo que, a la larga, la convivencia no deja de ser una expresión, el respeto algo caduco y la disciplina algo desconocido, aunque de mayores se suele aceptar conociéndose como ideología. Posiblemente esos valores, como otros muchos necesarios para que un país funcione correctamente,, se podrían recuperar empezando por algo tan sencillo como es que los alumnos se levanten de su asiento cuando entra en clase el profesor.

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