El reciente festival de Eurovisión me ha hecho saltar todas las alarmas sobre algo que vengo pensando hace ya tiempo: el que estamos asistiendo al final de una civilización. No se cuánto tiempo llevará la caída total. Pero tengo por seguro que el proceso ha comenzado (hace tiempo).
Porque lo que seguramente todo el mundo estará de acuerdo es en que la canción cantada por el (la) representante de Austria no era ni de lejos la mejor. Entonces, ¿por qué se lleva el triunfo?. Sencillamente, porque la (el) cantante se presenta con un medido travestismo mujer/hombre. Y ello mola mucho, al parecer. Es como el refrendo total del mal llamado “orgullo gay”.
Y no hay que olvidar que los votos no proceden de un gueto determinado de ciudadanos, ni tampoco de unos pocos Países europeos. Votos de tod@s y de Países del norte, sur, este y oeste. Unanimidad total, vamos.
Sobre las mismas fechas de tal noticia, se produce otra que aparece en portada de los periódicos y que viene a remachar mi temor. Es la que anuncia que “lo último” es tener un muñeco/bebé. Pero no para que jueguen las niñas, no. Mujeres adultas que “libremente” optan por tener eso, en lugar de un bebé humano, con sus llantos, enfermedades, necesidades, noches en vela, etc. etc. Un incordio, vamos.
¡Faltaría más!. Se va a comparar el placer de tener sólo mimos y “cariño” con todo aquello, aducen las defensoras de la patraña…
Después de la “muñeca de goma” para autosatisfacción sexual y la píldora abortiva (por si acaso se “falla), el bebé/muñeco…
Lo dicho, el exterminio de la vida. La falta total de continuidad demográfica. El final de una civilización.
¿Cuál será la sucesora?…