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Cabecera La Hora de la familia

Maristas 1964

Recientemente he tenido ocasión de vivir uno de los momentos estelares de mi vida. Y no exagero nada. Algo único e irrepetible. La celebración de las bodas de oro de mi promoción del Colegio: Hermanos Maristas del Colegio Chamberí (Madrid).

Sesenta sesentones sin pelo, con arrugas y muchos kilos de más, nos volvíamos a ver las caras después de ¡CINCUENTA AÑOS!. Ahí es nada…

Naturalmente lo primero que hubo que hacer fue acreditarnos, como en los Congresos, con una tarjetita donde figuraba el nombre completo. Así sabíamos con quién hablábamos. Y es realmente indescriptible lo que se siente cuando se está al hablar mirando una cara pero realmente en tu mente aparece otra, “aquélla”: la de hace cincuenta años nada menos. Algo así como surrealismo en estado puro…

Aquellos niños transformados en médicos, ingenieros, abogados, economistas, catedráticos, profesionales variopintos, ya jubilados la mayoría ,con toda una vida a cuestas, relatándose con orgullo el número de nietos que cada uno tiene…

Tras la inicial misa en la Capilla, donde recordamos y pedimos por los compañeros fallecidos, giramos una visita a las aulas. Cualquier parecido con las nuestras, pura coincidencia.

Nada de pupitres de madera con tinteros ni pizarras para tiza. Mesas en plan oficina multinacional con sus tomas de red correspondientes y demás aparatos para demos y otras modernidades. Todo on line, nada de antiguallas. De los libros y cuadernos de papel, ni rastro…

También nos dijo el actual Director que se imparten no se cuantos idiomas, además del Inglés (el Cole es bilingüe). Por cierto, se nos olvidó preguntarle si enseñaban también el español (¡espero que sí!…).

A continuación, y después de hacernos la foto para la posteridad (sic), comimos en el propio comedor donde tantas veces volaron trozos de pan de una cabeza comensal a otra. ¡Y hasta fumamos en el Café y todo!. Quién nos ha visto y quién nos ve…

Y entre plato y plato, venga recuerdos. Aquellas trastadas, aquellas chiquilladas, aquellos “ligues”, aquéllas excursiones, aquellos castigos, aquellas correrías, aquellas peleas, aquellos partidos de fútbol con resultado infinito, aquellos recreos, aquella infancia, en suma, única, irrepetible y maravillosa…

Durante la tertulia posterior, donde se recordaron múltiples anécdotas, tomé la palabra para decir un par de cosas; la primera, que gracias a mi fe (que los Maristas me inculcaron) sabía que en la otra vida nos veremos con cuerpos resucitados “gloriosos”. Menos mal, porque si me iba a encontrar con los que allí estaban mostrándose, mejor prefería no entrar en el Paraíso…

El segundo comentario fue para reafirmar lo que todos sentíamos: que lo más importante recibido no fue el título de Bachiller. Fueron los valores y principios que a lo largo de la vida nunca nos han abandonado ni hemos renegado de ellos.

¡VIVAN LOS MARISTAS! ¡VIVA LA PROMOCIÓN 1964!

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