La reciente noticia de la separación de su pareja del político de moda, Albert Rivera, me ha hecho recapacitar acerca de esos hombres super ocupados, enfrascados hasta tal punto en sus tareas que acaban por olvidarse de lo más elemental: la vida familiar.
Según aduce el propio Rivera, el motivo fundamental de su separación (pedida por ella) es el poco tiempo que les dedica (a ella y su hija),dados sus continuos compromisos sociales: viajes, entrevistas, reuniones, etc.
El problema, lamentablemente muy extendido en la sociedad actual, no es sólo exclusivo de los personajes públicos. También ocurre con harta frecuencia en los anónimos ciudadanos, arrastrados por la imperante cultura “presencial” empresarial. Horas y horas de improductivas jornadas laborales.
Hay que priorizar no esa cultura presencial, sino la de “efectividad”. En Países desarrollados de nuestro entorno lo tienen muy claro y su puesta en práctica es total. A partir de las 17 horas, “luces apagadas”.
Aquí, no. Incluso después de esas como digo improductivas y agotadoras jornadas laborales, viene el copetín de turno con los compañeros. Algo así como “a beber y a olvidar”…
Olvidar que en casa esperan los más importantes. Mucho más que los más importantes clientes, contratos o negocios. La FAMILIA, cuyo trato reclama un tiempo que lamentablemente se les roba. Y ésa es la causa de tantos y tantos problemas: divorcios, distanciamientos, hijos huérfanos en vida, etc…
Por desgracia el problema se va extendiendo también, cada vez más, a “ellas”, implicadas como están en la vida laboral empresarial. Y no hay que olvidar que la figura de una MADRE es absolutamente imprescindible en todo hogar familiar.
¿Vale ese tiempo robado una hipoteca, un coche nuevo, unas vacaciones mejores, un regalar innecesariamente a destajo cosas, un mejor vestir, un acudir con mayor frecuencia a los restaurantes, un viajar más?…
Sinceramente, no lo creo.