;
Cabecera La Hora de la familia

Desde la piscina


Mi mujer y yo hace ya años que hemos decidido, creo que acertadamente, “pasar” de ir en los meses de verano a las atiborradas y por ende incómodas playas de nuestras costas. Amén de tener que soportar un sinfín de incomodidades en restaurantes (sin mesa libre casi siempre), un servicio de ínfima calidad, atendido por personas que apenas chapurrean nuestro idioma, precios de “temporada alta” (altísima) en Hoteles, carreteras peligrosas e intransitables, etc., etc…

Decidimos quedarnos en  casa. Ya tendremos ocasión de disfrutar del llamado turismo de invierno. Que es el bueno. Nos quedamos como digo tan ricamente y sobre todo con la placidez de la piscina, que es un auténtico oasis de paz y tranquilidad. Y desde la cómoda tumbona escribo este post, echando un vistazo a lo que me rodea. Nada de calor, nada de ruido, nada de molestias. El paraíso…

La primera novedad de éste año ha sido la de contar nada menos que con ¡agua salada!. Al parecer, es el último grito en cuanto a salubridad de la misma se refiere. La verdad es que es un  encanto cuando te bañas y sientes la salinidad, como si del mismísimo mar se tratase…

La segunda novedad ha sido la del  bañista. Por primera vez en muchos años ya no es un extranjero. Un fuerte muchachón de estos madriles. Y lo más sorprendente es que cuando le pregunto qué estudia (o estudiado), me salta con que es… ¡arquitecto!.  Me he quedado de una pieza. Y pensativo durante toda la mañana musitando el negro panorama laboral que ante nuestra juventud se ofrece…

También éste año y como consecuencia sin duda de la terrible crisis que nos acecha, he notado menos cuidadoras de los peques. Las madres, muchas de ellas incorporadas a la tremenda lista del paro, han optado naturalmente por hacerse cargo directamente de ellos. ¡Eso que han ganado los pequeñines!, pienso para mis adentros…

Los abuelos presentes nos dividimos entre  los “de secano” y los que todavía nos damos chapuzones;  “acuáticos” que yo llamo. Aquellos nos sirven para todo: que si tienes un cigarrillo, que si me dejas echar un vistazo al períódico… y casi siempre acuden prestos a ofrecernos una fresquita cervecita  que supone un máximo placer en determinados horarios, próximos al almuerzo…

Hablando de placeres, pocos existen como el de sestear a la sombra de una frondosa acacia madrileña. No es que se sueñe, es que se levita. Y también esas horas al atardecer, sintiendo el suave adiós del solano y la llegada de las primeras brisas nocturnas. Como digo, auténtico placer de dioses…

Y para terminar de completar  la paradisíaca vida estival piscinera, la máxima comodidad que significa no descabalgarse a ninguna hora de unas cómodas chanclas. Máximo placer, máximo confort.

Me vuelvo a mis refrescantes pensamientos…

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *

Puedes usar las siguientes etiquetas y atributos HTML: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>