Acompañado de las tres mujeres vivas más importantes de mi vida, mi mujer mi hija y mi nieta mayor, estuvimos a pie de calzada esperando el paso del “papamóvil” en el que BENEDICTO XVI hacía su recorrido por las calles madrileñas. El ambiente era impresionante. Cientos de miles de personas en espera de ver pasar la comitiva a velocidad algo más que lenta.
La escena me recordaba mucho a la inolvidable película de “Bienvenido Mr. Marshall” de Berlanga. En un espacio de no más de veinte metros cuadrados, nos reuníamos gentes de media España. Mayores,medianos y pequeños. El ambiente rezumaba buen rollo (como dicen los chavales). Alegría y emoción a raudales. Tensa espera. Hasta los cuarenta grados que el termómetro marcaba se nos hacían más llevaderos y menos axfisiantes.
Por fín, el esperado “¡ya viene, ya viene!”. Rodeado de cientos de globos y miles de confetis blancos y amarillos, cogí a mi nieta sobre mi cuello para que pudiera verle “a su altura”. Yo apenas pude verle por el rabillo del ojo. Pero no me importaba. “Sentía” profundamente que mi nieta estaba viviendo un momento único e irrepetible. Y ello me llenaba de gozo y alegría.
Para adaptarnos a su mente infantil, se lo habíamos anunciado como “amigo del niño Jesús”. Y eso le bastaba para abrir aún más sus grandes y expresivos ojos y embargarse de emoción y nervios. La imaginación infantil no tiene límites ni a lo ancho ni a lo alto…
El paso frente a nuestra posición, no más de diez segundos de duración. Cuando las cosas importantes suceden en la vida, lo primordial no es su duración, sino su intensidad. Estoy convencido que aquellos diez segundos van a quedar grabados a fuego en la mente de mi nieta primogénita. De por vida.
Con toda su enorme inocencia infantil, la cara se le ilumina y a gritos nos dice llena de emoción: “¡me ha mirado, me ha mirado!”. Y a la madre, a la abuela y al abuelo les asoman unas lagrimillas tremendas de felicidad.
¡Dios te bendiga BENEDICTO XVI!…
