El piropo es algo universal, aunque con mayor profusión en unos lugares sobre otros. Madrid, o los madrileños, tienen fama de ser piropeadores. Mejor, la tenían porque el piropo es algo ya en desuso. Tanta fama tenía el piropo madrileño que el maestro Moreno Torroba lo utilizó como tema para uno de los números de la zarzuela “María Manuela”, una de las últimas estrenadas de este género también un tanto decaído.
http://www.youtube.com/watch?v=vymGmVZyvAE
En unos casos, el piropo era chispeante, gracioso, ocurrente, en otras atrevido, incluso obsceno, original otras veces, repetitivo y hasta soso según de quién saliera… Era la expresión espontánea de admiración al paso de una fémina. El piropo, hoy, de darse, es utilizado tanto por ellos como por ellas, y todavía conserva su esencia entre el gremio de la construcción que, según parece, es el más dado a pronunciarlo. De cualquier forma, el más utilizado es el que menos complicaciones intelectuales exige, el que menos compromete, el que menos esfuerzos de imaginación requiere, el que lo resume todo en dos palabras: “Adiós, guapa”.
Es quizá la expresión más veces exclamada al paso de una mujer contoneante, sobre todo si lo hace en las proximidades de un andamio. En esta ocasión es un adiós definitivo para la que, con su físico incomparable, se ganó con creces el calificativo de guapa; Elizabeth Taylor.
Intervino en más de cincuenta películas, casi todas acompañadas por el éxito. Con ellas ganó fama de buena actriz; su trabajo fue reconocido en dos ocasiones con la concesión de un Óscar y en varias fue nominada para su obtención; su nombre anduvo con frecuencia en las informaciones referidas a temas sentimentales a causa de sus múltiples matrimonios, pero ante todo, su popularidad siempre estuvo relacionada con su belleza de la que destacaban, dentro de un rostro perfecto, un par de ojos color violeta, algo poco frecuente, casi inaudito.
Hasta en ocho ocasiones unió su vida a la de otra persona, faltando tan sólo una para igualar el record conseguido por la también actriz Zsa Zsa Gabor, que lo hizo en nueve. Según opiniones de quienes la conocieron, fue su convencionalismo ante el amor lo que la llevó a formalizar con una boda cada relación; no sintiendo, por tanto, ningún tipo de afición a aventuras fugaces. La justificación es una simple transcripción de lo que en diferentes momentos hicieron saber personas cercanas a ella. Hasta en ocho ocasiones manifestó ese convencionalismo, dos de ellas repitiendo con la misma persona, el también actor Richard Burton, que ocupó los lugares quinto y sexto en una larga relación que dio comienzo cuando la actriz contaba 18 años de edad y finalizó cuando se divorció, en 1996, de un obrero de la construcción, Larry Fortensky. Antes fueron actores, cantantes, políticos, productores de cine… Siete parejas para ocho bodas más alguna que se frustró. La que más ríos de tinta produjo en periódicos y revistas especializadas o simplemente de información general, fue la que mantuvo con su compañero de rodaje en varios títulos, Richard Burton, con el que mantuvo una auténtica relación de amor/odio originada, muchas veces, por la cantidad de alcohol que entre ambos eran capaces de trasegar. Pero también con momentos felices, como cuando el actor pagó más de un millón de dólares para regalar a Liz la famosa perla “Peregrina” que perteneció, en su momento, a Felipe II y que desde entonces adornó distintos cuellos femeninos de la realeza española, hasta terminar en el siempre majestuoso de Liz Taylor, dando mayor realce, si cabe, a su belleza y al color violeta de sus ojos, como puede apreciarse en la foto que ilustra este post. Un realce mutuo entre la joya y la estrella hollywoodense.
En 1960 se le concedió a Liz Taylor un Óscar como mejor actriz principal por su creación en “Una mujer marcada”, algo que volvería a suceder en 1966 por su trabajo en “¿Quién teme a Virginia Woolf?” para muchas opiniones su mejor interpretación. En tres ocasiones más alcanzó la nominación para el Óscar y en numerosas obtuvo la concesión de diferentes e importantes premios.
Su mejor escuela de interpretación fue el propio trabajo en el que se inició cuando apenas contaba 12 años, impulsada por su propia madre –una actriz retirada– que siempre soñó con el estrellato para su hija y la animó constantemente para influir en su decisión profesional a base de hacerla participar en anuncios y pequeños papeles. La propia Liz reconoció en más de una ocasión que no se inició como actriz vocacional, sino que la profesión le fue impuesta. Nunca dijo “mamá, quiero ser artista”. Fue la madre quien adoptó esa decisión: “hija, tienes que ser artista”. Y lo consiguió.
Su primer gran éxito lo obtuvo con “Fuego de juventud”, alternando cinematográficamente con Mickey Rooney en el entrenamiento de un caballo de carreras destinado al sacrificio, al que convierten en vencedor del Grand National. Le siguió otro éxito aún mayor, que muchos recordaréis, donde a los espectadores se nos encogía el corazón con las hazañas del perro Lassie. A ésta le siguieron otras películas entre las que destacaron, por su gran aceptación, “Mujercitas” o “El padre de la novia”, junto a Spencer Tracy, siendo dirigidos por Vincente Minnelli.
En todo momento, la actriz británica (hija de emigrantes estadounidenses en el Reino Unido) hizo gala de profesionalidad y sensibilidad artística muy por encima de su condición de estrella. De niña siguió los consejos de los directores y los compañeros veteranos adquiriendo una verdadera soltura ante la cámara, que puso de manifiesto en tantos papeles dramáticos que la tocó interpretar a los que siempre aportó, además, su singular y fotogénica belleza. Ambos aspectos convirtieron a Elizabeth “Liz” Rosemond Taylor en un auténtico mito, uno de los pocos que todavía quedaban vivos de la época dorada del cine de Hollywood. Con muchos de ellos, hoy desaparecidos, así como con muchos de los que permanecen en la vida de Los Ángeles, mantuvo verdadera amistad. Es el caso de Montgomery Clift, Rock Hudson, con quien compartió protagonismo en “Gigante” (además de James Dean) o con el desaparecido cantante Michael Jackson.
Compartió cartelera con los nombres más destacados de la cinematografía del momento que, a su vez, fue la más esplendorosa de Hollywood. En “De repente el último verano” trabajó junto a Katharine Hepburn y Montgomery Clift; en “Ivanhoe”, con Robert Taylor (que no era de la familia, a pesar del apellido); en “Rapsodia”, con Vittorio Gassman; en “Beau Brummell” con Stewart Granger; “La senda de los elefantes” donde formó triángulo con Dana Andrews y Peter Finch; “La última vez que vi parís”, con Van Jonson; “¿Quién teme a Virginia Woolf?”, junto a Burton o “La gata sobre el tejado de zinc”, basada en la obra teatral del mismo título (añadido “caliente”) de Tennessee Williams, que tras el trabajo que en ella realizaron la Taylor y Paul Newman pasó a convertirse en uno de los grandes clásicos del cine.
Durante su rodaje recibió la noticia del fallecimiento de su marido, Michael “Mike” Todd, el productor de “La vuelta al mundo en 80 días”, víctima de un accidente de aviación. La tragedia, al decir de los especialistas, hizo que Liz se entregara como nunca lo hizo antes a su personaje, produciendo el efecto dramático que transmitió desde el principio al final de la película. Otro título mítico de la actriz fue “Cleopatra” donde compartió estrellato con su pareja de va y viene, Richard Burton. Fue la primera vez que una actriz percibió un millón de dólares por su trabajo. En la actualidad, Julia Roberts, Nicole Kidman, Drew Barrymore, Renée Zellweger, Angelina Jolie, Cameron Diaz, Jodie Foster, Charlize Theron, Jennifer Aniston y alguna más, superan con creces los diez millones de dólares por rodaje lo que, si supone que con su presencia el público acude a las taquillas, me parece muy bien. De cualquier forma y aunque la cifra se ha superado, la concedida a Lyz Taylor en 1963, todavía en nuestros días es una cantidad mítica en la historia del cine. La cifra, incluso, llegó a ser superior ya que Liz había establecido en su contrato una participación en la taquilla, que hizo multiplicar la cantidad por siete.
Tras algunas intervenciones en series de televisión y actuaciones en teatro, en 1994 se despidió del cine con su colaboración en “Los Picapiedra”, y en el 2001 lo hizo de manera definitiva de la interpretación con el tele-filme “These Old Broads” donde alternó con otros tres nombres míticos del cine, todavía presentes en el ambiente de Hollywood, como son Debbie Reynolds, Shirley MacLaine y Joan Collins.
Elizabeth Taylor era uno de los últimos nombres todavía vivos del estrellato de Hollywood que, poco a poco, se está apagando. El suyo lo fue por sus excelentes trabajos, pero sobre todo por una belleza que impresionó a sus compañeros de profesión y a los espectadores del mundo entero. Fue más que guapa. Como decía la canción de Jorge Sepúlveda, “Tres veces guapa”.
http://www.youtube.com/watch?v=2VYePtAPWz0