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Cabecera Me Viene A La Memoria

TIEMPO DE CARNAVAL

En el retrovisor de la memoria, para justificar el título de este blog, me encuentro con las fiestas de Carnaval, que en este momento se convierten en actualidad al dar comienzo las correspondientes a este año. Son fiestas movibles que toman la Cuaresma como referencia, por lo que no coinciden las fechas entre uno y otro año. Tratando de recordar, de que me vengan a la memoria los carnavales de antaño, el resultado es que no me acuerdo por la sencilla razón de que no existían. O poco. Aclarémonos: existían, pero estaban prohibidos oficialmente y su celebración –me refiero a Madrid, porque en otras poblaciones la prohibición se observaba algo menos estricta– apenas se limitaba a cubrirse el rostro con una careta de cartón que vendían en los puestos de caramelos o echarse por los hombros un paño negro que hubiera por casa tratando de convencer a quienes nos veían con él que éramos una bruja o cualquier otro ser maléfico. Eso los críos, que los mayores nada; hablaban del Carnaval, pero ni lo celebraban ni lo reclamaban como una necesidad. Cada uno era como era, sin aparentar ser otro al amparo de un disfraz.


Con el cambio de Régimen las cosas evolucionaron y el Carnaval, por tratarse de algo prohibido, pasó a convertirse rápidamente en algo permitido y válido para criticar los tiempos anteriores en nombre de la libertad. Mucho cambiaron las cosas desde entonces, al saberse con aptitud para transformarse en alguien diferente y así engañar al resto del mundo. Así ocurrió que muchos políticos, para disimular su estilo corrupto, adoptaron el disfraz de la honradez que es como, según Confucio, “los viciosos tratan de disimular sus faltas”, para mostrarse con ese disfraz ante el pueblo al que dicen representar y al que con tanta frecuencia se limitan a mentirle desde la corrupción establecida como norma de comportamiento. Muchos profesionales de la justicia, supeditados al poder político, se disfrazaron de alcalde de Zalamea, tan esclavo del honor y la honradez, o cualquier otro de los personajes calderonianos, pero sólo en apariencia como tantas veces hay ocasión de comprobar. También muchos ediles optaron por esconder el bastón de mando bajo el disfraz de vecinos y así acercarse al pueblo poder prometer sin rubor lo que “para sí mismos” desearían que se hiciera en la localidad que regentan, aunque las particulares pretensiones del edil y sus amigos sean muy otras. Los sindicalistas, una vez permitidos los disfraces que camuflan la verdadera personalidad, se disfrazaron de trabajadores para, con acompañamiento de pito arbitral, colocarse en las manifestaciones con las que creen justificar sus prebendas, ante los que verdaderamente lo son hasta que se convierten en objeto de despido y un simple número en las listas del paro. Los banqueros, no sé si la totalidad pero sí gran parte de ellos, obviando el tan discreto comportamiento anónimo de sus antecesores, camuflaron su aspecto de señores Scrooge para desearnos felices navidades desde el gesto afable de ofrecernos un préstamo escrito con letra pequeña, avarienta y expropiatoria.


Así, con máscaras que no hacen más que cambiar la verdadera realidad, es como nos vamos desenvolviendo un día tras otro: escondiendo las vergüenzas con engañosos disfraces. Es el auténtico carnaval que celebramos a lo largo de todo el año, incluso con charangas y letrillas acusatorias, escritas por el equipo de guardia habitual, que se corean en huelgas y otros festejos similares a los que el pueblo acude en su inmenso interés por el entretenimiento colectivo, la desinhibición y el exhibicionismo que, según amplia mayoría, es signo de libertad y libertario. Pero que con él no se puede ir a la compra; es lo malo. Es Carnaval y todo vale; de ahí la necesidad de ocultarse bajo una máscara aunque la mayoría de los que con el disfraz intentan aparentar un gigante Goliat son los que no suelen superar a un enanito de Blancanieves. Y cada vez se les nota más.


Son tantas las opiniones, con respecto a su origen, que lo mejor es que los interesados acudan a las muchas fuentes de información existentes donde lo que sí está claro es su antigüedad ya que, al parecer, se remontan a más de 5.000 años en la antigua Mesopotamia. Fue más tarde, desde el Imperio Romano donde se extendió la costumbre de su celebración por toda Europa para, aún más tarde, llegar a América impulsada por los navegantes españoles y portugueses. Así nos encontramos con Carnavales por toda Europa con especial éxito de los de Venecia cuya notoriedad fue tal en el siglo XVIII que llegaban a durar un mes y el propio Napoleón optó por suprimirlos; en Bélgica, en Croacia, fastuosos desfiles en Niza, el de Colonia cuyo desfile llega a aglutinar un millón de alemanes; la espectacularidad de brasileño en Río de Janeiro y no menos los de muchas provincias españolas, sobre todo las Canarias, aunque son dignos de mención los de Sitges, Cádiz, Huesca, Zaragoza, Gijón, Tarazona de la Mancha, Alcázar de San Juan, Cebreros, La Bañeza, Soria, Ciudad Rodrigo en Salamanca, Badajoz, Murcia, País Vasco, Navarra… tanto en las capitales como en numerosas poblaciones con independencia de su mayor o menor población.


No hay acuerdo en cuanto a los orígenes (indiscutiblemente paganos) que algunos etnólogos relacionan con las fiestas saturnales de la antigua Roma, las celebraciones dionisíacas griegas y romanas que describió Aristóteles señalando que en ellas se celebraba “además de los festejos normales” un baile de enmascarados. Tampoco hay unanimidad en cuanto a su etimología rebuscada en varios idiomas y para la que los especialistas no han encontrado todavía solución. A falta de un conocimiento cultural profundo acerca del Carnaval, lo cierto es que da paso al tiempo de Cuaresma por lo que, ante la perspectiva de las prohibiciones que en él se establecían en el mundo cristiano, el pueblo decidió atiborrarse por adelantado de lo que más tarde le sería vedado. Se trata, pues, de unas fiestas populares de carácter lúdico limitadas a unas fechas, aunque visto lo que se ve en cuanto a desorden (huelgas manipuladas) y alteración (orden público), exhibicionismo (días de diferentes orgullos) o diversión (“otra de gambas”), la permisividad (todo vale) y los desfiles (de desempleados ante las oficinas del paro) el Carnaval, en el peor de sus conceptos, se prolonga cada vez más durante todo el año.


http://www.youtube.com/watch?v=P_5I3THavvI

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