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Cabecera Me Viene A La Memoria

Los 50 años de Mary Poppins

Han pasado 50 años desde que se estrenara la película “Mary Poppins”, pero como se demuestra en el constante visionado que se hace de ella en las pantallas de televisión, el tiempo no la ha afectado en absoluto convirtiendo este musical en todo un clásico del cine infantil y familiar.

Mantenerse en plena forma tras haber cumplido el medio siglo se ha convertido en algo completamente normal. Hace ese mismo tiempo, algo o alguien que hubiera cumplido los cincuenta ya estaba considerado como que había alcanzado el límite de lo vitalmente correcto. A partir de ahí se pasaba a formar en el escuadrón de la vejez, de lo amortizado. Ese supuesto hoy ni se plantea ya que los 50 equivalen a estar en la flor de la vida, que es una expresión cursi como pocas, pero que sirve para que todos nos entendamos. En esa edad en la que antiguamente comenzaba a vislumbrarse el precipicio, hoy ni siquiera han aparecido los achaques. Por lo general, quien ha cumplido los 50 está en el mercado sin ninguna tara que haga disminuir su valor. Como decía el personaje zarzuelero es que “hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”.

En otros aspectos, el paso del tiempo es algo que se deja sentir desde que ha transcurrido un breve periodo de tiempo. También puede ocurrir que sea eso lo que nos parece o lo que nos hacen creer quienes promueven el consumo. Hace poco más de una década un coche que había cumplido un lustro daba que pensar en su pronta sustitución porque “estaba viejo”. Ocurría, naturalmente, que nuestras posibilidades económicas o la confianza que nos desvelaba nuestro banco hacían posible ese pensamiento. En la actualidad, el banco no se fía en absoluto de la seguridad que nuestra nómina pueda ofrecer y el calcetín de casa está completamente vacío, con lo que el coche aprende a cumplir años y además cargado de elogios por nuestra parte. “Para qué lo voy a cambiar si va muy bien; no me ha dado ningún problema en los casi 300.000 km que tiene. Bueno, lo normal, algún que otro achaque, pero está para recorrer otros tantos”.Ni el coche se cree tantos piropos a su cuerpo maltrecho ni tampoco nosotros vocalizamos demasiado bien para hacer el panegírico no sea que nos escape la risa.

En el cine ocurre otro tanto con respecto al tiempo. Hay películas que antes de estrenarse ya han pasado a formar parte del olvido. Otras –la mayoría de las españolas– que, por su trama, se convierten en viejas desde el primer momento porque viejo es el asunto que tratan: la Guerra Civil una vez, otra, otra, otra más; siempre vistas desde el mismo ángulo que es como se consiguen las subvenciones que es algo en lo que sus promotores creen mucho más que en el cine.

Hay otras cintas que pertenecen al pasado y que se conservan como documento histórico de un arte que comenzó a serlo el 28 de diciembre de 1895, cuando los hermanos Lumière proyectaron los resultados de su primer trabajo. Hoy son consideradas incunables y son analizadas bajo el prisma de la investigación apreciando el desarrollo que el arte y la industria cinematográficos han experimentado en el largo siglo que nos separa de su invento. Muchos de esos títulos se conservan en las cinematecas conformando la historia del cine, mientras que otros, que en su momento alcanzaron el éxito, se fueron quedando en el camino.

La mayoría de aquellos antiguos largometrajes que ya han superado el medio siglo de vida, tienen olor a naftalina y se los contempla como documentos de una época o de la misma historia del cine. Muy pocos son los que sobreviven y los que superan el paso del tiempo conservando su frescura original. Uno de ellos, que este año cumple los 50, lo hemos visto en nuestra infancia, en nuestra juventud y lo seguimos viendo en la actualidad cuando alguna cadena televisiva lo programa, sin necesidad de que nuestros nietos nos acompañen como justificación. La alegría infantil y la inocencia que transmiten sus imágenes, la calidad de la película y su humor son aspectos totalmente válidos para que nos sintamos atraídos, una vez más, por la niñera Mary Poppins.

Su productor, Walt Disney, mezcló actores con dibujos animados y convirtió en musical la obra escrita 30 años antes por la escritora australiana Pamela Lyndon Travers, en la que se basó para realizar la película. Siguieron a su primera obra literaria otras cinco que tenían como protagonista a la famosa niñera y el cine se interesó por ellas, pero la autora no dio su autorización al considerar que el espíritu del personaje no se había respetado. Quizá sea mejor así, porque las sagas acaban aburriendo.

La película dejó muy claro desde el primer momento que nacía con vocación de éxito, como se demostró con la gran cantidad de nominaciones que tuvo para obtener el Óscar y que alcanzó a su protagonista, Julie Andrews, como mejor actriz, incluso siendo prácticamente su debut en la gran pantalla aunque no en la experiencia actoral ya que procedía del teatro. El mismo galardón fue para el montaje, para la mejor banda sonora, para los efectos especiales y para la mejor canción original hoy conocida por toda clase de público sin consideraciones de edad: “Chim Chim Cheree”

No es éste el único fragmento musical que se popularizó ya que hasta el trabalenguas supercalifragilisticoespialidoso son capaces de vocalizarlo hasta los más pequeños, tanto de hace 50 años como de ahora sin distinción de idioma, siempre con el reflejo original de Julie Andrews, incluso de las muchas versiones que de él se han hecho para la música de los hermanos Robert B. y Richard M. Sherman quienes, por si no fuera bastante con este título, también pusieron música a “El libro de la selva”, “Winnie the Pooh” o “Chitty Chitty Bang Bang”, entre otras. El citado trabalenguas supone todo un mensaje en el contexto de la película ya que su pronunciación equivale a inculcar valores y mirar el mundo con alegría. Los autores de los recientes y violentos desastres personales y urbanos en Madrid, es muy posible que no hayan visto de pequeños esta película, ni leído un libro, ni escuchado un concierto sencillo, y de ahí las consecuencias

La niñera dueña de poderes mágicos y su amigo Bert –Dick Van Dyke– conservan intacto el color con el que fueron creados hace 50 años, conservan su alegría contagiosa, la limpieza de sus voces, la flexibilidad cuando se mueven, los valores musicales por encima de ritmos que llegaron más tarde… conservan el sabor de lo auténtico demostrando que no es necesario remover nada ni hurgar en escondites más o menos preparados en busca de lo impactante que a la mayoría no impacta por carencia de autenticidad. El cine como el que nos muestra “Mary Poppins” y otros muchos títulos que no sólo han alcanzado los 50 sino más, pero en el que únicamente ha imperado el deseo de hacer arte, para cualquiera de los públicos a que fuera dirigido, es cine que nunca morirá, que siempre se mantendrá fresco y que, en definitiva, es parte de la historia del séptimo arte.

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