Entre todas las modalidades de espectáculo hay una por la que me decanto sin ningún género de duda. No es en la que se escuchan las mejores voces, ni a los instrumentistas más destacados o los bailarines más disciplinados; tampoco donde se realizan grandes inversiones para su presentación. Es el circo; el ambulante, preferentemente, con esa carpa circular de colores que alberga a domadores, equilibristas, trapecistas, magos, écuyères, saltimbanquis, atletas forzudos, tragafuegos, malabaristas… y payasos, que son los principales valedores del circo. Los payasos, dispuestos siempre con sus extravagancias a provocar la carcajada tanto a mayores como a niños y que, sin embargo, en muchas ocasiones son objeto de rechazo. Un buen número de adultos argumentan que les “producen pena” (¿…?) y una considerable cantidad de menores manifiestan “tenerles miedo” (¿…?) El resto del público disfruta con sus actuaciones disparatadas, con sus diálogos sin sentido, con sus voces desaforadas, sus narices rojas en forma de bola, el colorido de su vestuario, sus enormes zapatos y las situaciones que crean y que tantas veces terminan con sonoras bofetadas sincronizadas con quien maneja en la orquesta los platillos y el bombo. (La primera obra de teatro impresa que cayó en mis manos, hace muchos años, fue “El que recibe las bofetadas” del ruso Leonidas Andréyev, ambientada en el mundo del circo y que, en su momento, obtuvo un considerable éxito internacional lo que ocasionó que en más de una ocasión el cine se interesara por su adaptación).
Los payasos, sin menosprecio de ningún tipo al resto de profesionales circenses, son el alma del circo. Muchos nombres de payasos insignes han sido y son cabecera de cartel y empresarios de su propia compañía. En España es amplia la relación de payasos que han triunfado en el mundo ya que el circo, a determinados niveles, es un espectáculo internacional. Hay otros, más entrañables incluso, que recorren los pueblos llevando todos sus enseres y a todos sus componentes en una furgoneta por los pequeños pueblos de nuestra geografía. Compañías, por llamarlas de alguna manera, compuestas por el matrimonio, dos o tres hijos, una cabra, un perro y poco más. Suficientes para intentar los equilibrios, los números de fuerza y de magia, los de doma y por supuesto las ilustraciones musicales respaldadas por un acordeón y una trompeta. Por supuesto, nada de contratos; al terminar el espectáculo pedían la voluntad y con lo que de ella obtenían se valían para subsistir. Al día siguiente otro pueblo y otro más al siguiente; sin parar en ninguno y recorriendo caminos sin cesar bajo la lluvia, el calor o la nieve. Yo creo que estos circos, que de pequeño he visto a más de uno por alguna de las pequeñas localidades alcarreñas, ya no existen puesto que la televisión ha eliminado cualquier actividad de entretenimiento basado en la sencillez, ha aniquilado tradiciones y ha dado al traste con cualquier proximidad al romanticismo.
En aquellos circos que en el siglo XIX recorrían los caminos de esta vieja piel de toro, se inició una saga de payasos que con el tiempo se convertiría en ídolo de multitudes de todas las edades. La formada por la familia Aragón-Foureaux. Desde entonces, el apellido Aragón siempre ha estado presente en las pistas circenses ejerciendo la actividad de payaso. A ninguno de los descendientes le ha dado por probar suerte en otro quehacer; claro está que como payasos siempre disponían de un maestro cercano, bien fuera padre, un tío o un primo.
El apellido Aragón estuvo tras los nombres con los distintos miembros de la familia aparecían en los carteles: “El Gran Pepino”, “Nabucodonosor”, “Nabucodonosorcito”, “Pompoff”, Thedy”, “Emig”, “Zampabollos”, más recientemente “Gaby”, “Fofó” y “Miliki” y en el presente “Fofito”, “Milikito” y “Rody” que ya han dado paso a los que serán sus sucesores en la predilecciones infantiles, que se anuncian como “Los Gabytos”.
Gaby, Fofó y Miliki son el trío que implanta definitivamente el quehacer de los Aragón debido a la popularidad que adquieren tanto en Latinoamérica como en España gracias a la televisión. Eran nuevos tiempos y el impacto de lo que se transmite a través de la pequeña pantalla es muy superior a miles y miles de actuaciones en directo.
Los tres hermanos Aragón –Gaby, Foffó y Miliky– debutaron en el primitivo Circo Price en 1939 y en poco tiempo decidieron emigrar a América donde transcurrió un cuarto de siglo de sus vidas. Primero Cuba y posteriormente México, Argentina, Venezuela, Puerto Rico y Estados Unidos donde alternaron sus actuaciones en directo con distintas apariciones de éxito en los programas más destacados de la televisión, algunos protagonizados por ellos mismos.
En 1972 regresaron a España para participar en el programa “El Gran Circo de TVE” con el que se mantuvieron en antena más de 10 temporadas. Once o doce años colaborando con nosotros en el entretenimiento de nuestros hijos que, a su vez, adoptaron a los payasos como algo propio e imprescindible en sus vidas recién estrenadas. Tanto que supuso un auténtico trauma en sus sentimientos, apenas sin estrenar, la desaparición de Fofó el 76. Razones de vida conformaron la despedida de Gaby en el 95 y ahora, hace menos de una semana, Miliki también nos ha dicho adiós. El circo, no obstante, sigue vivo y seguirá mientras alguien con el apellido Aragón y detrás de una nariz roja, ocupe el centro de la pista de un circo para escribir por muchísimos años la historia del mayor espectáculo del mundo.