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Cabecera Me Viene A La Memoria

¡Castañas calentitas!

Francisco Umbral lo dejó escrito en su libro “Mortal y rosa”: “las castañas asadas me huelen a infancia, que es mi única verdad”. Me sucede algo similar con el olor y el sabor de las castañas asadas: son sensaciones de infancia, de otros tiempos en que tan sólo eso, un cucurucho de castañas asadas era suficiente para, de manera simultánea, dar gusto al paladar y proporcionar calor a unas manos ateridas por el frío invernal. Porque inviernos heladores, gélidos, en Madrid, los de antes; hoy el termómetro se asusta de acercarse a los cero grados y mucho menos de rebajarlos; apenas algún que otro día. Actualmente en muy poco se parecen los días invernales a los de hace medio siglo y aún menos a los anteriores según supimos por nuestros mayores que ya hacían estos mismos comentarios cuando la nieve cubría tejados y aceras durante varios días. La indumentaria carecía del confort que ahora la caracteriza para enfrentarse a los rigores invernales y los domicilios tampoco disponían de los potentes sistemas de calefacción actuales. La cocina de carbón, cuyas calorías alcanzaban a toda la casa, y el brasero bajo la mesa camilla constituían todos los elementos calóricos en la mayoría de las casas. Otra cosa son aquellos cocidos tan populares en Madrid y con otras denominaciones en otras ciudades, que nos proporcionaban suficientes calorías para enfrentarnos a la climatología estacional.

El frío se introducía en nuestros huesos y dificultaba el movimiento de los dedos de las manos por la falta de circulación sanguínea. Para remediarlo allí estaba ella, la castañera, en su esquina, para abarcar con la mirada el público precedente de una u otra dirección al que llamar la atención para ofrecer su mercancía. Dentro de un quiosco montado con cuatro tablas para defenderse levemente del frío, con sus manguitos blancos, su pañuelo en la cabeza, su toquilla y sus mitones de lana con los que las puntas de los dedos, libres de impedimentos, facilitaban preparar el encargo en un cucurucho de papel de periódico y cobrar la peseta de su importe. Así un invierno tras otro, desde que heredó el puesto de su madre que ejercía la misma profesión, y el mismo lugar que donó en herencia a su descendencia. Porque los puestos de castañas iban pasando de padres (madres) a hijos (hijas) desde mucho tiempo atrás para conformar el decorado invernal de la ciudad como elemento imprescindible. Un invierno sin castañeras es menos invierno y hacen a éstas las figuras más entrañables y populares de la estación climatológica.

En aquellos inviernos no solía faltar clientela, en los de ahora apenas tengo ocasión de comprobarlo puesto que la gran mayoría de recorridos urbanos, como casi todo el mundo, los realizo en coche, lo que no deja de ser un grave inconveniente para apreciar el sabor y el color de la ciudad en toda su intensidad. El discurrir de compradores era constante y en ocasiones hasta se formaban colas de alguna consideración según en qué lugares y en qué momentos, debido a la aglomeración de público, porque la castañera no aceleraba su ritmo de asado: el tiempo que haga falta para que las castañas queden como debe ser, ni crudas ni quemadas. Recuerdo a la castañera de Callao, por ejemplo en la esquina del cine que lleva el nombre de la plaza o en otra de las esquinas de la plaza con la calle Preciados, la de la glorieta de Bilbao, las de los Cuatro Caminos donde de instalaban varias o Quevedo a la hora de entrar y salir de los cines. Si se producía el descenso en las ventas, la castañera no dudaba en proclamar su mercancía a los cuatro vientos: “¡Castañas, castañas calentitas, que ahora queman!”. El anuncio unido al olor que impregnaba el ambiente, hacía que te dieras cuenta de que llevabas las manos al borde de la congelación por el frío y que además el estómago reclamaba algún tipo de sustento. Nada más fácil de resolver.

- “Déme una pesetas de castañas”.

- “Recién asadas, ahí van. Y una de propina, por si acaso”.

El acaso es que solía aparecer en el interior algún que otro habitante y si lo detectabas te obligaba a tirar el fruto.

Para calentar las manos y activar en ellas la circulación de la sangre apenas conozco otros remedios que de forma inmediata te eleven la temperatura. Repartías rápidamente aquella docena de castañas en dos montones, manteniendo para cada uno de ellos el papel de periódico del envoltorio, y los metías en los bolsillos del abrigo. A través de las manos se entonaba todo el cuerpo y es de los calores más agradables que conozco. Cuando la temperatura de las manos había subido y la de las castañas descendido las pelabas, que si estaban bien asadas la piel se desprendía fácilmente, y las comías. Un sabor cercano a lo dulce, suave, de duración en el paladar.

Un sabor que ha hecho de la castaña, aparentemente tan menospreciada, uno de los productos más sofisticados en la mesa. El marron glacé, el dulce de castañas, el relleno hecho con ellas, en sopa con miel y un largo etcétera culinario y gastronómico.

Son las posibilidades de la castaña en la gran cocina, pero este fruto se ha consumido desde siempre aprovechando sus grandes aportaciones alimenticias y hay datos de la antigüedad que lo confirman. Galeno se refirió a ellas fijándose, además, en sus posibilidades respecto a la farmacopea.

El de castañera (tiene que ser en femenino aunque también haya algunos castañeros) es un oficio a o profesión que se mantiene a través de los años. Si… pero… Para empezar, los inviernos son menos fríos que entonces, el número de puestos ha disminuido considerablemente, el casticismo y la chulería de las de entonces que, incluso quedaron reflejadas en alguna zarzuela como “Alma de Dios”, (‘castañas calentíbiris, biris, biris’…)

http://www.youtube.com/watch?v=Rb7OoAW2WgM

El estilo tampoco es asimilado por las muchas nacionalidades de quienes ahora ejercen frente al hornillo, e incluso éste, conocido como anafre o anafe hasta, en ocasiones, es alimentado por butano en lugar de hacerlo con carbón vegetal. Y por supuesto, el precio ni aún considerando su equivalencia con lo que una docena costaba a mediados del siglo pasado, tiene ninguna relación.

Nos queda la solución casera: adquirir las castañas crudas en la frutería, rajarlas para que no estallen con el calor y asarlas en el horno o en el microondas; incluso si disponemos de chimenea, esperar a que haya rescoldos y hacerlas sobre una base de metal agujereada. Lentamente y haciéndolas por los dos lados. Nunca quedan como las de aquellas castañeras de nuestra infancia pero se dejan comer. Como apenas necesitamos ya calentarnos las manos, por lo menos no renunciemos al sabor de las castañas asadas. Lo que nunca he sabido es porqué cuando algo (un libro, una persona, una película, etc) no es de nuestro agrado, decimos que “es una castaña”, ni cuando algo excede de los límites establecidos se dice que “pasa de castaña oscura” o cuando algún político no responde a lo que de él se espera derivado de sus promesas, se augura sobre el “castañazo” que se va a dar, y no es de buena educación el señalar. Si alguien sabe estos porqués, que nos ilustre a quienes desconocemos el origen de estas expresiones que nunca es tarde para aprender.

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