;
Cabecera Me Viene A La Memoria

Centenario de Platero

Si el “Platero y yo” de Juan Ramón Jiménez es un libro y el “Ambiciones”, firmado por Belén Esteban también lo es, algo no está bien estructurado en el mundo editorial que, por lo menos, debería establecer la diferenciación entre dos cosas que en nada se parecen.

En el colegio en que realicé mis primeros estudios había dos grupos de preparatorio. En el ‘A’, al que yo pertenecía, daba la clase don Ricardo, un gran aficionado a la literatura. En el ‘B’, don Magín se interesaba principalmente por las matemáticas. Pasó lo que tenía que pasar cuando a un niño se le orienta en una materia: que los del ‘A’ nos inclinamos en los estudios superiores básicamente por las letras mientras que los del ‘B’ lo hicieron por las ciencias.

Un día, don Ricardo nos mandó leer un pequeño libro: “Platero y yo”. Teníamos, entonces, los de su clase, alrededor de los ocho años. Superada la etapa de los cuentos infantiles y los tebeos, fue el primer libro serio con el que me enfrenté y es muy posible que con él se iniciara mi afición casi enfermiza a la lectura. Por su brevedad y fácil asimilación lo leí una y otra vez. Cada vez me gustaba más aquella poesía que encerraba en sus páginas. Poesía sin métrica ni rima, fácil de comprender y que logró mi inclinación por la literatura, no, sin embargo, por la poesía aunque se considere como la sublimación de la literatura. No entiendo que para decir las cosas haya que enrevesarlas hasta hacerlas incomprensibles.

El propio Platón, que se formó con la poesía de Homero, manifestaba que “el poeta no puede escribir en medio de una lucidez racional, sino en una lucidez irracional”, y en ese recelo por los poetas –”criatura sentimental a menudo y tornadiza casi siempre”–, ni corto ni perezoso se limitó a expulsarlos en el Diálogo de ‘La República’ porque, a su juicio, “la poesía nos hace viciosos y desgraciados a causa de la fuerza que da a estas pasiones sobre nuestra alma, en vez de mantenernos a raya y en completa dependencia, para asegurar nuestra virtud y nuestra felicidad”. Sea por esta razón o por cualquier otra, menos profunda con toda seguridad, lo cierto es que la poesía no me entusiasma, excepción hecha de los versos humorísticos de Jorge Llopis o de cualquiera que se dedique al humor versificado como Jardiel Poncela, por poner otro ejemplo.

Otra excepción es “Platero y yo” que, aunque en prosa, también es poesía. Sin rima ni métrica, pero poesía. ‘Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no tiene huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro’. Tengo que realizar un gran esfuerzo para no seguir copiando, y haciendo que trasciendan, frases entrañables dedicadas a un borriquillo. Desde aquella primera lectura colegial es enorme el número de veces que me he recreado en sus páginas. A través del libro juanramoniano tuve una impresión visual de Moguer, ese pueblo que vio nacer a su autor y que quinientos años atrás sirvió de base a Colón para iniciar el camino a América. En la actualidad se produce en él la cuarta parte de todo el fresón que se cultiva en España. Un pueblo que siempre estuvo en la mente del escritor, incluso durante sus estancias en Madrid, en Sevilla o en América. Sus calles, sus plazas, sus costumbre, todo aparece reflejado en su “Platero”.

La relación, como lector, con Juan Ramón Jiménez supuso que, aún siendo un adolescente, no me sorprendiera, más que agradablemente, la concesión del Premio Nóbel de Literatura ya que me resultaba un personaje conocido del que admiraba su talento. Y que, dos años después lamentara su fallecimiento.

En este año recién iniciado se cumple el primer centenario de la publicación de ‘Platero y yo’ y estas breves líneas no son más que un torpe, aunque sentido, homenaje a la obra y a su autor. Él, Juan Ramón Jiménez, se fue, pero sus obras, como las de todos los grandes creadores, continúan con nosotros dado que forman parte de la cultura universal. Un centenario que se cumple cuando, poco más que algún aficionado a las letras, se acordará del borriquillo y del poeta que hizo gala de toda su sensibilidad y genio literario para describirlo, mientras que miles de personas convierten en apoteósico de ventas otro libro escrito (por lo menos firmado) por la reina de la ordinariez, como es la mediática Belén Esteban con la que, a pesar de la coincidencia de apellido, no me une ningún parentesco ni relación aparte de estar cercanos en las listas de contribuyentes. Ella, a la que es muy probable que las letras impresas afecten a su vista, percibe sus buenos dividendos por la venta de su libro que creo se llama “Ambiciones”. No tenemos, pues, que extrañarnos de cuánto de negativo pasa en nuestro país ya que en gran medida deriva de la gran incultura que padecemos y de la que por parte una gran mayoría se hace gala, como lo demuestra el que este libro se venda.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *

Puedes usar las siguientes etiquetas y atributos HTML: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <strike> <strong>