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Cabecera Me Viene A La Memoria

LA PRIMAVERA SIEMPRE VUELVE

Incluso sin ser friolero, no le tengo ninguna simpatía al invierno; menos al otoño. Me quedo con los calores estivales y con las fechas que lo anuncian y le dan la alternativa, que son las primaverales. Es más, creo que este sentimiento es prácticamente colectivo, puesto que es la primavera con sus temperaturas iniciáticas para fechas posteriores las que proporcionan nuevos impulsos, nuevos estímulos vitales, tanto para el cuerpo como para la mente.


Este año, atendiendo al refrán, por ser de nieves ha de ser lógicamente de bienes. Y arranca la más estimulante de todas las estaciones, con los días de fiesta que supone la celebración de la Semana Santa, que por ser vacacionales y al margen de compromisos religiosos, presuponen momentos de goce en el hogar, en la playa o en el destino elegido para recuperarnos del desgaste invernal. Cuando menos, del aburrimiento a que nos somete el invierno. Coincide, por otra parte (la cosa va en gustos, pero personalmente es uno de mis momentos de mayor disfrute anual) con las celebraciones previas al debut estacional como es el caso de las Fallas. En tierras valencianas, por supuesto. Oliendo a pólvora quemada y escuchando el estruendo constante de petardos y cohetes elevado a la máxima categoría decibélica en las diarias cremás para, por fin, ser testigo de cómo el fuego devora los monumentos falleros con su liturgia tradicional elevada al rango de fiesta.


Un festejo puede alcanzar cierto nivel de interés folklórico, tradicional, popular o cultural. Hasta aquí todos de acuerdo, pero ya no lo estamos tanto (de eso estoy seguro) si manifiesto que para que el festejo sea completo ha de ir acompañado de celebraciones taurinas. En España, naturalmente, nunca en Estocolmo, en Ciudad del Cabo o en Osaka. Se habrá apreciado que soy taurino, aunque eso sí, con una tolerancia hacia lo antitaurino similar a la que este sector dedica a quienes admiramos el arte de Cúchares. Como ocurre que las Fallas son fiestas como deben ser, cuentan con su temporada taurómaca que, prácticamente, es con la que se inicia la temporada en toda España. (Excepción de la castellonense Feria de la Magdalena, menos pretenciosa y previa a la valenciana) Con lo que este año tenemos, al llegar estas fecha, ya que no siempre coinciden todos los acontecimientos, cambio de estación, vacaciones, festejos populares y toros. Con estos elementos, si los políticos, los representantes de la justicia y de la banca y los sindicalistas suspendieran sus respectivas actividades, la situación sería como de ensueño. Pero me temo que no va a ser y que durante estos próximos días diluviará, bajarán las temperaturas, las Fallas adolecerán de grandiosidad por falta de presupuesto,  los toreros participantes en la Feria valenciana quedarán mal y el ganado peor.


Llegados al pesimismo, que es con el ánimo que actualmente vivimos la mayoría, tenemos la solución de mirar por el retrovisor de nuestras vidas y llegar al recuerdo que nuestra memoria nos traiga de momentos más optimistas en nuestra existencia referidos a fechas similares. De lo que no cabe ninguna duda, porque a estas alturas no vamos a dudar de lo que dicen los calendarios ni los grandes almacenes que la anuncian, es de la llegada de la primavera; del mismo modo que tantas veces fuimos testigos de su llegada en tiempos pretéritos. A falta de muy pocos días para su formalización, ya es primavera.


Es momento de acudir al armario para elegir prendas más ligeras que las usadas hasta el momento para combatir las bajas temperaturas reinantes. Es el momento, también, de comprobar aunque sin saber el motivo, que la ropa del año anterior ha encogido. Después de las limitaciones gastronómicas a las que estamos seguros de habernos sometido tras los excesos navideños y de las palizas gimnásticas para reparar los daños causados, no podemos suponer que hemos engordado. Faltaría más. Se puede afirmar por tanto y sin temor a equivocarse, que la vestimenta que se deja colgada de un año para otro, encoje. Y si no ¿por qué todos los años ocurre lo mismo?


El buen tiempo aporta a los cuerpos, sobre todo el ansia por salir a la calle, o al campo, olvidados los fríos, para pasear entre árboles florecidos que muestran su, todavía, débil follaje mientras que nuestra capacidad olfativa intuye renovados olores a césped recién brotado de un suelo hasta ahora adormecido. La primavera, a diferencia de otras estaciones, es como un empezar de nuevo, al revés del otoño, una invitación a la vida.


En ella, puestos a escribir cursiladas, se despiertan las ilusiones y se altera la sangre. Escriben sobre ella los poetas y los músicos le dedican lo mejor de su inspiración artística. Estallan los colores de la naturaleza y el sonido con que las aves emiten sus cantos se hacen audibles en directo o bajo la sugestión que ocasiona la orquestación concebida por Vivaldi para anunciar con música el estallido primaveral.


http://www.youtube.com/watch?v=KzwnY8ejk2w


Los calores veraniegos aún no se han hecho presentes, que faltan tres meses, pero ya es posible la comodidad corporal dado que los fríos, ya desaparecidos, tampoco atenazan nuestros sentidos, ni el abrigo limita el movimiento de brazos para poder conducir. Los campos se disponen a ofrecer su flora, empezando por los prunos, mientras son invadidos, suavemente, por las aguas que el cielo deja caer o las montañas permiten que se deslicen por sus meandros como consecuencia del deshielo. Todo ocurre en primavera convirtiéndola, por ello y mil cosas más, en la estación perfecta. Incluso se miden por ella los años de juventud: “tiene 17 primaveras”, nunca se dice tener 17 otoños o inviernos o veranos. Es la época en que los estudiantes empiezan a temblar ante la inminencia de un fin de curso a cuyas calificaciones han de enfrentarse. Y es cuando las mentes empiezan a concebir un periodo estival al que acompañan las siempre ansiadas vacaciones. Es ahora, en primavera, cuando aflora nuestro romanticismo y cuando reaparecen los recuerdos. También los insectos que es como si resucitaran y que obliga, entre otras cosas, a rellenar los armarios de naftalina, cuyo olor nos acompañará durante unos días cuando volvamos a utilizar la ropa de invierno.


Recuerdo mis primaveras infantiles sobre todo por las tan esperadas salidas dominicales, cuando en la mañana de los días festivos, sin temor ya a los fríos que obligaban a permanecer en casa, mis padres me llevaban (junto a mis hermanos) a pasear al aire libre de los parques madrileños. Sobre todo al Retiro, el extraordinario recinto ajardinado que el Conde-Duque de Olivares regaló a Felipe IV y donde, en el edificio construido para dar albergue teatral, Calderón y Lope estrenaron algunas de sus obras. También donde, en las mañanas dominicales con el acompañamiento de temperaturas agradables, la Banda Sinfónica Municipal ofrece sus conciertos al pueblo madrileño. En este parque he pasado muchos momentos de mi infancia, como tantos otros niños de los años 50, bajo la atenta y protectora mirada paternal.


Niños jugando al escondite, a pídola o a las canicas… O montar en las barcas del estanque emulando la actividad marinera, sin preocuparse por las salpicaduras, e intentado acertar si babor y estribor corresponden a la izquierda o a la derecha, algo que también confunde a buena parte de la marinería. O montando en las bicicletas de alquiler, porque en aquellos tiempos no era habitual tener “bici” propia y había que valérselas con los alquileres si se pretendía emular a Louison Bobet o a Fausto Coppi. Las había, de distintas medidas, con 3 o con 2 ruedas y éstas, a su vez, con manillar de paseo o de carreras y costaba 5 pesetas la hora.


Como la mía, muchas otras familias tomaban la misma decisión de acudir al Retiro a disfrutar de la primavera y, como en mi caso, otros padres con el periódico (normalmente el ABC) bajo el brazo o echándole un vistazo alternado con la vigilancia mientras los hijos pedaleaban. Son imágenes de infancia que hoy, muchos años después, me vienen a la memoria en este comienzo de la primavera. Tras la actividad ciclista y el ponerse al día informativamente a pesar de sus escasas novedades, la comida, en casa de los abuelos; como ahora aunque nos hemos transformado de visitantes en visitados. Así, casi todas las mañanas dominicales de primavera. Se da el caso de personas alérgicas al polen de la primavera, muy molesto, sí, pero a lo que todos somos alérgicos y padecemos sus consecuencias es a otra prima: a la de riesgo que hasta hace poco no teníamos conocimiento de que existiera y que ha venido a meterse en nuestras vidas para incordiar.

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