Hace unos días, aproximadamente un mes, los jubilados recibimos por anticipado la inocentada que en buena ley correspondería a estas fechas. Ante la suposición de que hemos superado los límites de la expectativa y que ya nada puede sorprendernos, el señor Rajoy, a la sazón presidente del Gobierno de España, adelantó nada menos que un mes la fecha de los Santos Inocentes anunciando una pequeña subida en las pensiones, de la que luego se ha arrepentido. Donde dije digo, digo Diego. Nos ha tocado a los jubilados en lo más profundo de nuestras necesidades con la promesa de una mínima elevación en nuestro poder adquisitivo para a continuación declarar que no era posible llevarla a cabo, mientras que con sonoras carcajadas nos llamaba inocentes. “Inocente, inocente, inocente”. Es verdad que nos lo habíamos creído, a pesar de no existir razones para ello dados los niveles de incumplimientos apreciados y padecidos, visto lo cual pasaremos a denominar a quien se ha mofado de nuestras ilusiones como Rajoy I el Increíble, ya que a partir de ésta y de otras cuantas promesas anteriores también incumplidas, supongo que apenas quedará nadie que le crea mas allá de su grupo de palmeros agradecidos. El artículo 50 de nuestra Constitución deja bien claro que “los poderes públicos garantizarán mediante pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas, la suficiencia económica a los ciudadanos durante la tercera edad, etc.” que es a lo que, semánticamente, han debido agarrarse a la hora de evitar otra vez esa actualización puesto que habla de futuro –“garantizarán”– y mientras llega el momento de que ese futuro se haga presente, las cantidades suficientes para una actualización digna es muy posible hayan ido a parar, previamente incrementadas, a subvencionar un Senado sin sentido y con traductores incluidos, sindicatos, patronales, televisiones autonómicas, películas, embajadas autonómicas, promociones varias, coches oficiales, comidas, asesores y bagatelas por el estilo con cargo a los presupuestos generales. También es posible que tanto el anterior equipo de gobierno como al actual piensen, con su habitual y demostrada ignorancia, que los jubilados no votan o que no tienen memoria.
Pues como por aquí la memoria todavía funciona y este blog a ella se refiere, retomemos el principio del texto para fijarnos en una, más o menos, festividad que en nuestra infancia se desarrollaba el 28 de diciembre; la de los Santos Inocentes. Es la fecha elegida en el mundo cristiano para conmemorar la matanza ordenada por el rey Herodes de todos los varones menores de dos años nacidos en Belén y alrededores, con el fin de deshacerse del recién nacido Jesús.
Según el evangelio de San Mateo, unos magos o sabios de Oriente preguntaron en Jerusalén dónde había nacido el futuro rey de Israel para poder acudir hasta él y adorarlo. Herodes se mosqueó y temeroso de que alguien pudiera hacerse con el trono y dejarle sin ninguna de las prebendas que el trono proporcionaba, les pidió a aquellos sabios que cuando encontraran al Mesías volvieran para decirle dónde se encontraba. Melchor, Gaspar y Baltasar que, además de sabios tuvieron un aviso divino, le dieron un simbólico corte de mangas a Herodes y no volvieron a Jerusalén. Cambiaron su hoja de ruta y el rey quedó compuesto, sin noticias y con un cabreo monumental. Fue cuando dictó el edicto y siendo como eran inocentes, los menores de dos años fueron ejecutados. Un acto sin sentido como los que suelen llevar a cabo todos los sátrapas y déspotas encumbrados en el poder. En nuestros días, Herodes hubiera montado una clínica abortiva para sus infanticidios ya que resulta mucho más progre y sofisticado, además de rentable.
Esta historia parece venirse abajo tras las averiguaciones del actual Papa en las que, al parecer, los magos procedían de la Andalucía hispana, de Tartesos. Claro que como entonces no había GPS pues igual es que se liaron en el camino y dieron una vuelta aparentando un lugar de procedencia que no era el auténtico. Por lo demás, la historia sigue siendo la misma.
Como quiera que sea, lo cierto es que las inocentadas se impusieron aunque bastante evolucionadas ya que se inventó la forma de molestar, pero sin llegar a matar. Se ha dado en llamar inocentadas a las bromas realizadas a otras personas. Normalmente no pasan de ser una simple broma que el afectado suele recibir con un cierto grado de humor. En otras ocasiones, aunque las menos, afortunadamente, la broma adquiere tonos mayores y es de carácter pesado, inconveniente y molesta. Avisos telefónicos sobre el suceso de un familiar, amenazas, etc., así como otras, similares a las que se aplican a los novatos en colegios y cuarteles, que en teoría suelen estar perseguidas. Son las que no tienen ni pizca de gracia y sólo a algún salvaje carente de la más mínima noción cultural puede resultar de tono risueño aunque el humor no aparezca por ninguna parte. Son aquellas que narraba Gila: “Y le pusimos un petardo dentro de la cama y quedó hecho trocicos, me cá, cómo nos reímos”. Pero aquello era parte de un espectáculo humorístico donde, precisamente, se criticaba ese comportamiento de las bromas salvajes.
Hoy apenas se hacen “inocentadas”. Las bromas que me vienen a la memoria son las que se gastaban hace años y que no iban más allá de pegar una moneda en el suelo, o clavarla ya que las de 25 céntimos tenían un agujero, y cuando alguien se agachaba para recogerla, se encontraba con la dificultad de hacerse con el hallazgo y encima ganarse un sonoro alboroto por parte de los que hasta ese momento permanecían escondidos: “Inocente, inocente, inocente”. Eso era todo. La cosa no pasaba más allá de unas mejillas ruborizadas por la vergüenza.
El cigarro que explotaba, la copa de coñac de la que no podías beber porque se trataba de un efecto en el cristal de la misma, las bombas fétidas… Había, incluso un establecimiento dedicado a artículos de broma que no sé si seguirá existiendo, Vicente Rico, muy cerca de la plaza Mayor de Madrid. La broma más difundida consistía en colgar un monigote de papel en la espalda de alguien y llamarle inocente cuando se percataba del adorno que portaba. Una broma sin maldad de ningún tipo y bien pensado, una verdadera tontería, pero es que no teníamos otra cosa. No se había inventado la televisión que es la que nos anula la imaginación para pensar cómo bromear de forma original.
También estaban las inocentadas de los diarios donde se publicaba una noticia falsa cuyo contenido se aclaraba al día siguiente. Éstas, prácticamente, han desaparecido ya que los periódicos publican inocentadas todos los días del año para hacernos creer las bonanzas gubernamentales. Y como ya hemos perdido la inocencia la mayoría no picamos, aunque todavía quedan algunos inocentes que creen en ellas y eso es lo malo.
Inocentes son todos los miembros de esa amplia relación a la que a diario se añaden nuevos nombres sorprendidos llevándose lo que no es suyo. Claro que lo de inocentes es su propia versión además de la de algún que otro juez que está de acuerdo en esa inocencia.
En la actualidad, pensando en cómo llegar a fin de mes, en el precio de la cesta de la compra, la gasolina, la mensualidad de los colegios y en el pago de la hipoteca, todo con el sueldo congelado e incluso rebajado quedan muy pocos ánimos para bromas, excepción hecha de colocar un potente petardo bajo las posaderas de alguien.