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Cabecera Me Viene A La Memoria

BLA, BLA, BLA…

Día sí y día también, o sea que todos los días, a la hora de los telediarios, veo aparecer en la pantalla del televisor al hasta hace poco vicepresidente del Gobierno, señor Pérez Rubalcaba, ahora aspirante a ocupar la presidencia del país. Aparece en imagen rodeado casi siempre de un pequeño grupo (nunca para multitudes que si no acuden conforme a lo previsto los huecos deslucen el espectáculo) de personas que escuchan su discurso. Por lo menos ponen cara de escuchar, aunque no estoy tan seguro de que se enteren de algo ya que, tras escuchar la oferta, la fabulosa oferta, no comprendo cómo ninguno de los presentes se aguanta las ganas de preguntar las razones por las que estando de gobernante, el ahora candidato no puso en práctica todas esas medidas que considera necesarias y para las que dice tener solución. O por qué no renunció al cargo si no estaba de acuerdo con lo que hacía por lo que se deduce que le ¿obligaban? a hacer. Son cosas que no se entienden. O se entienden tanto que se hacen inexplicables. Es lo que me hace suponer que quienes le rodean son una especie de figurantes a los que ni les va ni les viene el discurso. Cobran (de alguna manera) por su presencia, aplauden y ya está.


Pero a lo que voy: esa imagen del señor Pérez R., muchas veces en mangas de camisa, en la calle, dirigiéndose a un reducido grupo de personas a las que ofrece infinidad de maravillas, me trae a la memoria otra imagen similar que en mi infancia contemplé en la mañana de los domingos allá, en la cabecera del Rastro madrileño y posteriormente en ferias y mercadillos de muchos pueblos de España. La imagen del charlatán. Ese profesional de la palabra que es capaz de ofrecer como lo mejor y por muy poco dinero, una serie de artículos de los que es consciente carecen de valor. El señor Pérez R. también ofrece ungüentos mágicos a cambio del voto, consciente también de que sus utopías, por serlo, no será posible llevarlas a cabo. Siempre hay alguien que “pique”. Lo mismo que aquel charlatán del Rastro menospreciaba a los comercios ya que él ofrecía “más calidad por menos precio”, el candidato que tuvo casi todo el poder en sus manos y en nada benefició al pueblo, también añade a su oferta una serie de acusaciones contra el rival. Él, en el gobierno al que pertenecía, rebajó los sueldos a los funcionarios, congeló el de los pensionistas y el número de parados se aproximó a los cinco millones, amén de una larga serie de situaciones tan alejadas del bienestar social y que resulta, según parece, que sabía cómo enmendarlas. Pero no lo hizo. Sus conocimientos los guardaba para adornar su candidatura, presentada de la misma manera que los charlatanes de feria anunciaban sus artículos. Únicamente, que éstos reconocen su actividad profesional y no aprecian nada peyorativo en que se les denomine charlatanes.


Esa charlatanería es propia de casi todos los políticos, aunque no todos alcancen el grado de perfección del señor Pérez. Nada hay imposible para sus ofrecimientos que, incluso, llegan a superar las aspiraciones de los sufridos contribuyentes, modestas casi siempre con tal de llegar a fin de mes con el sueldo obtenido como remuneración a un quehacer laboral. Uno de esos quehaceres cada vez más escasos como consecuencia de la pésima labor desempeñada desde el gobierno al que perteneció el señor Pérez R. Un trabajo, convertido a estas alturas en la única aspiración del contribuyente (conseguirlo o mantener el que se tiene)  que con el señor Pérez R en los puestos de mando se ha ido transformando día a día, mes a mes y año a año, en un mayor número de parados. Algunos de los presentes a las charlas aplauden, igual que algunos sindicalistas subvencionados, pero es algo que también me lleva a la imagen de los antiguos charlatanes. Concretamente a los “ganchos”. Uno cuantos personajes puestos de acuerdo con el charlatán. Valoran en voz alta la calidad de lo ofrecido y elogian su reducido precio. Incluso son los primeros en adquirir el artículo y desaparecer rápidamente con él para volver poco después a incorporarse al corro de posibles embaucados. En el caso de los políticos, los ganchos también están instalados en los periódicos, en las emisoras de radio, en las cadenas de televisión, en el mundo sindical y hasta en el empresarial. Aplauden y festejan las exposiciones del político que les patrocina desde su puesto de tertulianos, informadores, directivos o accionistas, a cambio, naturalmente, de un estipendio o una subvención. En las tertulias consideradas hay dos bandos: los que están a favor y los que están en contra. Es igual lo que se exponga. Las opiniones de los tertulianos se conocen de antemano. Sobre todo si se trata de María Antonia Iglesias.
 
Recuerdo al charlatán que en la mañana de los domingos, ocupaba la cabecera del Rastro madrileño elevado sobre una tarima. Me atraía su facilidad de palabra y cómo convencía a las personas que le rodeaban. Él, posiblemente, despertó mi interés por los micrófonos a los que más tarde llegué para ganarme la vida. No era como los charlatanes del Oeste americano que tardaban mucho en volver a un lugar, por miedo a que se acordaran de la ineficacia del crecepelo que en él vendió a unos cuantos incautos alopécicos. Ramón, que así se llamaba el charlatán del Rastro, volvía un domingo tras otro. Sin miedo a las reclamaciones que, si las había, ya que a nadie le agrada reconocer el haber sido engañado, sabía salir del apuro con más palabras.
 
”¿Qué traigo hoy para la distinguida y fiel clientela? Si la semana pasada ofrecía colchas de raso, el de hoy es un magnífico edredón relleno de auténticas plumas, no de pato sino de cisne”… (Aquí se extendía en explicar el porqué las plumas de cisne dan más calor que las de pato) … “lo más adecuado para que el marido y la mujer pasen una noche caliente” (y guiñaba un ojo o lanzaba una sonrisa maliciosa a alguna mujer del grupo, que se ruborizaba) “y con el edredón un magnífico juego de tocador compuesto por cepillo y peine de auténtico nácar, irrompible”, (lo doblaba y lo retorcía para demostrar la fortaleza del material)  “y para él estas extraordinarias cuchillas de afeitar con las que dejará su cara tan suave como el culito de un niño”. Y continuaba conformando el lote de la oferta:  “No lo voy a vender por cien, ni  por noventa, ni por ochenta. Si les dijera a ustedes que todos estos productos se los ofrezco por cincuenta pesetas me los quitarían de las manos. Aparta niño, échate a un lado, que no dejas ver a la distinguida clientela. Pero no, porque yo no pretendo hacerme rico, sino que ustedes disfruten con la calidad de todos estos productos que, aunque valen muchísimo más -cuánto daría usted, caballero?- (consultaba a alguien compinchado con él que le respondía con una exageración “trescientas pesetas por lo menos” y se dedicaba a intensificar entre el corro todas las cualidades de la oferta), este caballero sabe apreciar el valor de lo bueno; pues como les decía, no por cincuenta, ni por cuarenta, sino veinticinco, tan sólo veinticinco pesetas para los tres primeros que digan para mí y me den los cinco duritos (aquí se ofrecían rápidamente el caballero consultado y otras dos personas que también formaban parte del equipo comercial y conocidos como ganchos. Cogían el lote y desaparecían por la primera esquina para volver al rato para adquirir la siguiente ganga) “A los siguientes les cobraré la insignificante cantidad de setenta y cinco pesetas lo que supone un ahorro de casi quinientas si lo compraran en un comercio donde, además, no les dan ninguna garantía. Yo me lo puedo permitir ya que lo que les ofrezco es de la acredita firma…Y si no están conformes, la próxima semana me traen los artículos intactos en su embalaje y les devuelvo lo que hayan abonado por ellos. ¿Cabe más garantía?” Así todos los domingos.
 
Se me quedó el soniquete de aquel personaje –Ramón– y sus expresiones, y ahora me ha venido a la memoria cuando los candidatos se han liado a hacer ofrecimientos en el mercadillo electoral: “A quien me vote, no ya todo lo que prometí hace cuatro años sino mucho más, ahora dinero para alquilar pisos, el AVE con parada en todos los pueblos y aldeas, dos mil quinientos euros para los recién nacidos que si os parece poco lo reconsideraremos, chequeos bucodentales para los niños, para los abuelos y abuelas y para sus acompañantes, y caramelos para que se le estropee la dentadura y tengan que volver ya que será gratis -je, je, es broma- y pasar de curso con cuatro suspensos, y pisos, que no falten los pisos que hay de sobra, y de propina cuatrocientos euros -échate a un lado mileurista que no va contigo y no dejas ver a los distinguidos contribuyentes- ganga que no creo que se pueda rechazar , pero busquen y comparen y si encuentran algo mejor díganoslo para superarlo. Seguro que lo superamos por encima de cualquier oferta de nuestros competidores”.
 
Es a lo que me suenan las ofertas electorales, a charlatanes de feria, que no deja de ser una forma de ganarse la vida pero que únicamente tratan de vender artículos sin calidad y por lo tanto sin valor alguno. Además sin música.


http://www.youtube.com/watch?v=nCZ-R3j3oTc

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