No podemos decir que los últimos días de mayo y primeros de junio, con un verano en puertas, nos hayan ofrecido una climatología acorde con la que se supone debe ser por estas fechas. Han abundado los fríos, que hasta nieve nos han traído como si de pleno invierno se tratara, y las lluvias han sido torrenciales en muchos puntos de España. Si no para ser causa de inundación, Madrid, también ha sentido estos caprichos atmosféricos más propios del comienzo primaveral. ¿Razones? Los especialistas en climatología, más conocidos popularmente como hombres (y mujeres) del tiempo, expondrán sus argumentos científicos y posiblemente tengan razón, pero personalmente opino que esta abundancia de aguas está motivada por la Feria del Libro que el pasado domingo inició su 72 edición. Realmente comenzó en 1933, pero hubo algunos años en que no se celebró ya que las cosas no estaban para entretenerse en lecturas. En el mejor de los casos, para “leer entre líneas”.
Los expositores, a pesar del cambio de fechas que hace años se estableció huyendo de los arrebatos meteorológicos propios del mes de abril en que dio comienzo, ya tienen asumido que sea cualquiera la fecha que se determine para su celebración, siempre lloverá. Y tronará y relampagueará. En plena celebración. Público que huye despavorido buscando un resguardo, casetas que se apresuran a cerrar para evitar que la mercancía acabe pasada por agua… Todos los años es igual durante alguno de los días en que se celebra la Feria del Libro. O algunos.
Este año, además del peligro que supone el agua para el desarrollo de las ventas, el libro cuenta en su contra con la crisis. Otro factor negativo para la larga agonía que el libro padece. ¿No nos gusta leer cuando la televisión nos da todo hecho sin necesidad de realizar ningún esfuerzo mental? ¿No nos gusta gastar en literatura pudiendo hacerlo en restaurantes y bares de copas? ¿No nos gustan los argumentos que se nos ofrece cuando los telediarios pueden atender nuestra capacidad de asombro con la aparición de un nuevo caso de corrupción cada día y una separación de famosos? ¿Hemos renunciado al libro de papel cuando las revistas de cotilleros se pueden adquirir por un par de euros? ¿Los posibles económicos no nos alcanzan para dispendios literarios teniendo en cuenta que la alimentación diaria nos resta la casi totalidad de lo que disponemos? Vaya usted a saber. O son todas las razones juntas.
Lo cierto es que no se venden libros. Mejor dicho, porque vender sí que están a la venta, lo que ocurre es que no se compran y desde ahí, la derivación es lógica: no se lee. Larra ya vaticinó en 1836 que “escribir en Madrid era llorar”. Muchos que han utilizado la frase la han extendido a España y con razón, ya que de ello dan ganas a quienes optan por su dedicación a la letra impresa. Sobre todo si es como medio de vida.
Así y todo surgen espontáneos, como en los toros, que se lanzan al ruedo literario sin más ayuda que su propia ilusión a modo de capotillo, y con él enfrentarse al enorme morlaco de la comercialidad, los intereses espurios, el desinterés editorial casi general ante cualquier novedad, la competencia desleal, la falta de apoyos publicitarios tan generosos para otros, la desconfianza en el novel, etc. Así y todo, con tal cantidad de inconvenientes, hay quien consigue superarlos y quienes, sin conseguirlo, aspiran a ello desde las páginas que han sido capaces de concebir y con las que han logrado convencer los escrúpulos de algún editor, que ha creído adivinar un posible talento con el que hacerse millonario, que si no es con esta perspectiva las posibilidades de publicar son inexistentes. Y con todo ese bagaje, el libro llega a la Feria dedicada a él en Madrid. En todas las capitales españolas, en una u otra fecha, se celebra la Feria del Libro, aunque sea la madrileña la de mayor tradición y prestigio.
Siento mi vinculación a esta Feria por varias razones. La principal, mi gran afición a la lectura que en los últimos tiempos se ha dirigido más al libro electrónico que al de papel, dada la gran comodidad que éste posibilita. Afición a la letra impresa que, de algún modo, he intentado practicar desde mi condición de periodista. Son muchas las páginas que podría haber rellenado en un libro, de haber acumulado todos los textos que han salido de mi máquina de escribir antes y del ordenador posteriormente. Ninguna de ellas, por supuesto, con aspiraciones literarias más allá de la corrección gramatical, porque la urgencia informativa no suele coincidir con los florilegios idiomáticos. Tampoco la inspiración que, en lo informativo, viene dada.
Otro de los atractivos que para mí tiene la Feria del Libro es el regreso a un tiempo pasado, que por eso me refiero a ella en este blog retrospectivo. La primera vez que acudí a la Feria del Libro lo hice en brazos de mi madre ya que el pediatra vivía en pleno Paseo de Recoletos que es donde entonces se organizaba; actualmente lo hace en el Parque de El Retiro. Fue, por tanto, una de mis primeras visiones del exterior de mi casa. Desde entonces no he faltado ningún año a la cita con la Feria, aun superada la etapa pediátrica. Acompañado en principio por mi madre y mi madrina que me inculcaron, junto a los profesores, el amor a los libros, Siempre en la estación primaveral y siempre con la presencia de la lluvia ya que es algo inseparable y tradicional, como indicaba más arriba. Algún día o algunos, de los quince que tiene de duración, la lluvia hace acto de presencia.
Recuerdo que los libreros y editoriales que exponían, preocupados por promocionar la lectura que, en definitiva, es su forma de ganarse la vida, regalaban a los niños cuentos con los que iniciarse en la lectura. Al terminar el recorrido te encontrabas con una docena, al menos, de pequeños volúmenes en los que comenzabas tu relación con las letras. “Blancanieves”, “Caperucita”, “Los tres cerditos”, “Hansel y Gretel”…, todos los títulos infantiles, en ediciones sencillas, aptas para ser destrozadas por las inquietas manos infantiles, que son las que actualmente procuro para mis nietos a fin de inculcarles la lectura. También recuerdo haber recibido en aquellos antiguos certámenes libreros algún lapicero de propaganda, alguna goma de borrar, un papel secante, algún separador de páginas. Aquello ha desaparecido, ya no se regala nada más allá de la bolsa donde transportar los libros adquiridos. En este aspecto hay un buen dato referido a la Feria de este año, aunque todavía sin valorar en cuanto a su resultado. El día de su apertura se agotaron las bolsas lo que, en principio, representa un dato positivo en cuanto a su desarrollo. En las Ferias actuales apenas se ven niños si no es con algún colegio. Se ve, eso sí, mucho “progre” que se enfada porque hay títulos de temas que a él no le interesan y que muy valientemente hasta increpan al vendedor por ello; como si éste tuviera la culpa. Yo he sido testigo de ello. Normalmente por temas referidos a una historia reciente de nuestro país de la que el “progre” desconoce todo aunque presuma de saberlo todo. También personas mayores a las que sí interesa esa temática y le cuentan al vendedor su versión de cómo fueron los hechos que se describen en el libro.
En general, la Feria es visitada por un número considerable de posibles compradores que año tras año van batiendo el record de asistentes y también de ventas; no sé si porque se venden más ejemplares o porque son más caros. Sobre todo en aquellos stands donde el autor firma ejemplares. Es un indudable atractivo ya que al comprador le agrada tener el autógrafo de sus autores favoritos. Lo triste es cuando ves a alguno de estos autores, aburrido, esperando que alguien se acerque a demandar su obra y su firma. Pero es el signo de los artistas; no siempre se consigue el aplauso del público.
La Feria del Libro es un innegable signo de cultura que se produce tanto en Madrid como en otras capitales, y por eso, por tratarse de un acontecimiento cultural, es por lo que estamos obligados a defender su existencia y contribuir a su éxito con el fin de que perdure en el tiempo ya que el desarrollo de un país está en su cultura. No obstante, libros se venden durante todo el año y comprarlos, más que atender al ocio es invertir en desarrollo. Es cuestión de acercarse a las librerías, revolver y adquirir el que más nos atraiga. Nuestro espíritu lo agradecerá y el país se beneficiará al elevar la calidad cultural. Más que nada, para poder discutir con argumentos en vez de hacerlo con improperios y acusaciones de “tú más” sin saber de lo que se habla.