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Cabecera Me Viene A La Memoria

LEYENDO SE PUEDE CAMBIAR EL MUNDO

Se celebra estos días en Madrid, como todos los años, la Feria del Libro. Y como todos los años fue levantar el cierre de las casetas y caer un chaparrón de agua más que considerable. La lluvia en la Feria del Libro, antes o después, es algo tradicional y los expositores ya cuentan con ella. Yo creo que hasta la provocan con algún conjuro mágico, financiado por los pocos agricultores que todavía se mantienen cultivando pepinos y otros productos huertanos. No recuerdo alguna celebración en que haya predominado la sequía y posiblemente no ha existido desde que comenzó a celebrarse, allá por 1933, impulsada por los libreros madrileños. Por entonces se celebraba en abril que ya se sabe: “aguas mil” y de ahí vendrá la costumbre de que la Feria del Libro se vea siempre pasada por agua a pesar de los cambios de fecha para su celebración. En 1936 adquirió carácter oficial, aunque debido a las circunstancias por las que atravesaba el país la continuidad se vio interrumpida durante algún tiempo. Concretamente hasta 1944 en que se convocó la quinta edición dando inicio a la continuidad.


Yo conocí la Feria del Libro como lactante ya que el pediatra al que me llevaban vivía en el Paseo de Recoletos que es donde entonces se instalaba. Fue, por tanto, una de mis primeras visiones del exterior y el escenario eran unas casetas repletas de libros. Puede decirse que es como conocí el libro, en principio nada más que por su aspecto. La afición a la lectura vino después, por lo pronto cuando aprendí a leer, que antes era imposible, está claro. Poco podía pensar entonces que me habría de ganar la vida con las letras: escribiendo, aunque fuera información y no como producto de la imaginación, que los periodistas no tienen porque poseer esta cualidad; el argumento nos viene facilitado por los acontecimientos. Pero escribir, al fin y al cabo. Y leer, que, de lo contrario pocos textos pueden concebirse y a ninguno dar forma expresiva ni literaria. Creo que fue Borges quien manifestó “no estar orgulloso de lo que había escrito, pero sí de lo que había leído”. Pues eso. Entre las letras escritas y las leídas, están las otras, las de cambio, que ya vienen preparadas y únicamente hay que firmarlas y pagar durante muchos meses. Ellas también han constituido gran parte de mi vida.


Desde muy pequeño fui llevado a visitar la Feria y desde mis primeros tiempos de raciocinio acudí a ella para “ver” más que para “comprar”, porque el libro, por sí mismo, ya supone un atractivo visual.


Recuerdo de aquellos tiempos infantiles, que los libreros y editoriales que exponían, preocupados por promocionar la lectura que, en definitiva, es su forma de ganarse la vida, regalaban a los niños cuentos. Al terminar el recorrido te encontrabas con una docena, al menos, de pequeños volúmenes en los que iniciabas tu relación con las letras. ‘Blancanieves’, ‘Caperucita’, ‘Los tres cerditos’, ‘Hansel y Gretel’…, todos los títulos infantiles, en ediciones sencillas, aptas para ser destrozadas por las inquietas manos infantiles. También algún lapicero de propaganda, alguna goma de borrar, un papel secante, algún separador de páginas. Aquello ha desaparecido, ya no se regala nada más allá de la bolsa donde transportar los libros adquiridos y en un alarde de generosidad algún señalador de páginas. En la Feria actual no se ven niños a no ser de paso para ser llevados por sus acompañantes a otras zonas de El Retiro, que es donde se ha instalado la Feria, parece ser que con carácter definitivo tras pasar por varias ubicaciones. Se ve, eso sí, mucho “progre”  que se enfada porque hay títulos de temas que “deberían estar prohibidos” –qué manía con las prohibiciones– porque según su criterio no coinciden con su pensamiento colectivo y hasta increpan al vendedor sin que éste tenga culpa alguna de los intereses del editor a quien representa. Normalmente temas de una historia reciente de nuestro país de la que el “progre” desconoce todo aunque presuma de saberlo todo desde una información panfletaria. Desde luego, no entiende nada. También personas mayores a las que sí interesa esa temática y le cuentan al vendedor su versión de los hechos, como si al vendedor le interesara. En general, la Feria es visitada por un número considerable de posibles compradores que año tras año van batiendo el record de asistencia. Sobre todo en aquellos stands donde el autor firma ejemplares. Es un indudable atractivo ya que al comprador le agrada tener el autógrafo de sus autores favoritos. Lo triste es cuando ves a alguno de estos autores, aburrido, esperando que alguien se acerque a demandar su firma previa adquisición de la obra. Pero es el signo de los artistas; no siempre se consigue el aplauso del público.


En los libros, como en toda creación artística, no se existen los buenos ni los malos, sino los que gustan y los que no, aunque hay, es cierto, una serie de parámetros para determinar la calidad, y conforme a ellos se pueden calificar las obras. Conforme a ellos, hay títulos que no merecerían el desprecio del lector, mientras que otros, incomprensiblemente, alcanzan el éxito de ventas, y se supone que el de lectores –porque muchos se compran y no se leen– que no aportan mayor mérito que el de una acertada y costosa promoción. Con esto de la globalización, donde la cultura se unifica, se cae fácilmente en las modas. La de ahora, en el campo literario, se orienta hacia la novela histórica que consiste en que un autor carece de imaginación argumental y se inspira en cualquier aspecto de la Historia al que va añadiendo una pequeña trama. En la mayoría de los casos no se aprecia ni la inspiración literaria ni la aportación histórica científicamente documentada. Es un híbrido. Pero es lo que se lleva por estas latitudes y con muy buenos resultados para más de un autor y un editor, por lo que son muchos los que se apuntan a esta moda comercial más que verdaderamente literaria, que hay que comer todos los días.


Muy cerca del parque de El Retiro que, durante unos días se convierte en la mayor librería de España, se encuentra asentada otra feria que abre sus puertas durante todos los días del año, la instalada en la Cuesta de Moyano y que recibe el nombre de su ubicación. No sé si le puede llamar feria o se trata únicamente de un punto de venta de libros compuesto por varios establecimientos. Libros, eso sí, de segunda mano. Esos libros que han cumplido su aportación cultural con un primer lector y pasa a unas segundas manos; o terceras o cuartas, vaya usted a saber, que un libro no debe quedar olvidado en una estantería, cuando su misión es cumplir una función social.


Mi afición al libro usado se remonta a mi infancia, a punto de superarla para entrar en la adolescencia. Para llegar al Retiro, desde mi casa, el grupo familiar que componíamos padres y hermanos teníamos que pasar por la cuesta de Moyano, una empinada calle que nace en la glorieta de Atocha y sube hacia una de las entradas del citado parque de El Retiro situado prácticamente en el centro de Madrid. Todo un lujo ecológico del que los madrileños tenemos el privilegio de disfrutar, por la gran masa arbórea que lo compone. Allí nos llevaban,  para correr y jugar, en la mañana de los domingos o festivos al llegar estas alturas del año en que la climatología empieza a ser benevolente. 
Un día, cuando ya había pasado infinidad de veces por allí, descubrí que la cuesta de Moyano estaba repleta de casetas cuya mercancía puesta a la venta eran libros. Libros usados. Me detuve en esta, en la siguiente -’Venga,  Agustín, date prisa’- y descubrí, de pronto, todo un universo literario con el atractivo que ello representa. Una pequeña carrera para alcanzar a la familia:  -’Papá, dame tres pesetas que voy a comprar un libro para ver si es igual que la película’-.  Era ‘Quo vadis’. La cinta que todavía hoy se sigue proyectando en las emisoras de televisión, sobre todo en las fechas de Semana Santa, y que yo sigo viendo para comprobar si Deborah Kerr -fallecida el año pasado- en el personaje de Ligia, mantiene su dulzura y Ursus conserva su fortaleza para vencer al toro.
Mi afición a la lectura ya existía pero aquel descubrimiento la acrecentó porque podía hacerme con libros a un bajo precio.  Libros con la garantía de que ya habían sido leídos lo que, de por sí, constituye un aliciente. Más tarde supe que aquellos -no sé si llamarles feriantes o libreros- podían suministrarte el título que les pidieras, cuando menos intentarlo, aunque apenas fue necesario porque poco a poco allí aparecían títulos que tenían suficiente atractivo. Los autores clásicos, los de teatro, biografías de músicos, libretos de zarzuela y partituras en una de las casetas cuya especialización es la música. Títulos sueltos, autores prohibidos hace años, colecciones…, la mayoría de mis libros proceden de la cuesta de Moyano.


Su sitio está en la cuesta, donde se instaló en 1925 con el impulso de un grupo de escritores y libreros que solicitaron al Ayuntamiento un espacio para instalar un feria fija del libro. Entre sus promotores estaba Pío Baroja, quien en sus obras inmortalizó la vida madrileña y cuya efigie preside en la actualidad el conjunto de casetas desde uno de sus extremos. El otro está dedicado a Claudio Moyano, de quien la calle/cuesta toma su nombre y que fue un político del siglo XIX, además de catedrático. Fue alcalde de Madrid y diputado llegando a ministro desde donde impulsó la conocida como Ley Moyano, que serviría como fundamento del ordenamiento legislativo en el sistema educativo español durante más de cien años ya que, con alguna modificación, pervivió hasta la Ley General de Educación de 1970.
Desconozco si habrá en el mundo otros espacios similares. No me refiero al Rastro madrileño, ni a Las Pulgas parisino, ni a Portobello, en Londres, donde hay, es verdad, libros viejos, objetos de almoneda donde se busca más la antigüedad como valor histórico. 
En la cuesta de Moyano hay libros ‘para leer’ ofrecidos por profesionales que, además de vender, asesoran. Cualquiera que se sienta interesado por los libros debe incluirla en su itinerario literario. La cuesta de Moyano mantiene su feria de libros durante todo el año; no hay que esperar a ninguna convocatoria. El libro, sea usado o nuevo, lo que hay que hacer es leerlo, que mejor irían las cosas si existiera una cultura lectora. Por lo pronto el formar ideas propias y no someterse a las impuestas por causas interesadas.


http://www.youtube.com/watch?v=VjNPA28YJKk&feature=related   

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