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Cabecera Me Viene A La Memoria

MINGOTE SUSPENDE SU CITA DIARIA

Hace años acudí a una cita, previamente concertada, con Antonio Mingote para hacerle una entrevista que Alfredo Amestoy, como director del programa de televisión en el que estaba, me encargó que le hiciera, no recuerdo con qué motivo. Entonces, y como desde el primer momento en que cayó en mis manos un ABC, yo era admirador y seguidor diario de este humorista. En el contacto previo para establecer la cita, el protagonista de la noticia –Mingote– simplemente se manifestó modesto haciendo notar que el hecho (ya digo que no recuerdo cuál era) carecía de importancia y que, por tanto, no merecía la pena. Así y todo, en todo un gesto de generosidad, aceptó ante mi insistencia y me citó en su domicilio. A la hora y en la fecha convenida me presenté en él (en la zona de Argüelles) y me encontré con un tremendo jaleo de embalajes. Resultó ocurrir que aquel día Mingote se trasladaba de casa y lleno de timidez, que él atribuyó al olvido al fijar la cita, no supo negarse. Pero por timidez, insisto, no por vanidad de ser entrevistado para la tele ya que para nada podía contribuir a aumentar su merecido prestigio. Entre aquel batiburrillo de enseres se llevó a cabo la entrevista, aunque con dificultades para el operador que apenas disponía de sitio para instalar la cámara de televisión. Se trabajó sin prisas, calmados todos por el propio Mingote que, sin embargo, precisaba del máximo de su tiempo para el desarrollo del traslado. Bien, pues este hombre que desconocía por completo lo que pudiera ser la vanidad que en tantas ocasiones acompaña a la fama y mucho más a la popularidad, nos acaba de dejar recién cumplidos los 93 años de edad que en él, como en muy pocos mortales, eran todo un síntoma de juventud.


“Pero estaría…” sugerirán algunos. Nada, no estaba nada hasta el último momento en que un cáncer adoptó su hígado como lugar de alojamiento. Pero lo más importante era su salud mental que era perfecta. Por eso se permitía el lujo de alegrarnos cada mañana con su chiste en ABC, como lo estuvo haciendo desde el 19 de junio de 1953. Haciendo la cuenta puede deducirse el número de chistes que ha publicado durante más de medio siglo. Porque son muy escasas las faltas que Mingote ha tenido para su cita diaria con los lectores; si es que ha tenido alguna. Ahora, con Internet, es fácil comunicarse con la redacción del periódico desde cualquier lugar donde uno se encuentre y adjuntar el dibujo correspondiente, pero antes de Internet ¿cómo lo hacía? ¿O es que Mingote nunca ha tenido vacaciones? Es más que posible si actuó en el, como influencia, la proximidad y la personalidad de su amigo Luis María Ansón que, aunque sea académico de la Lengua, desconoce el significado de la palabra vacación. Lo más parecido que conoce es vocación. Mingote también pertenecía a la misma institución y por lo que se deduce de su diaria actividad también manifestó una cierta ignorancia respecto a interpretar lo de vacación. O quizá fueron su concepto de la responsabilidad y el sentido de la disciplina adquiridos en su etapa como militar, en la que alcanzó la oficialidad, que es donde se establecen los orígenes de este catalán de Sitges (Barcelona) hijo de un músico aragonés y una escritora tarraconense, aficionado desde pequeño a la lectura y al dibujo. No me imagino a Mingote mandando un pelotón, o compañía, o lo que sea, de soldados: “A formar, de frente, ese pelo está muy largo, esas botas están sucias, queda usted arrestado…”


En el ejército no estaba el genuino Mingote aunque en él se inició, de forma autodidacta, en la cosa del dibujo, desde las páginas de “La Cabra”, una revista no oficial que se distribuía en la Academia de Transformación de Infantería de Guadalajara en la que se formó. Tampoco él se encontró realizado en la Universidad ya que los estudios iniciados en la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza no los llegó a terminar.


Con esas se plantó en Madrid dispuesto a probar suerte en destinos que le resultaran más atractivos con relación a su personalidad. Álvaro de Laiglesia le acogió en 1946 en las páginas de “La Codorniz” como humorista gráfico. La suerte estaba echada. Era cuestión de trabajar y convencer tanto a los jefes como a los lectores, ya que de unos y otros dependía su continuidad. Mingote lo consiguió en muy poco tiempo. Escribe y publica su primera novela –“Las palmeras de cartón”– y en 1953 es reclamado por el ABC para publicar un chiste diario con el tema que él elija. El tema elegido siempre está relacionado con la actualidad, satirizando sabiamente a la clase política y sus actos, aunque con incursiones en otros aspectos de la noticia. Sus chistes son casi siempre editoriales, artículos de fondo sin apenas palabras. El dibujo lo dice todo, como cuando reflejó a unos etarras siendo rescatados por la Guardia Civil de unas inundaciones ocurridas en el país vasco. Letras y letras de un texto, negro sobre blanco, no alcanzan semejante elocuencia.


Sin embargo, el dibujo y la agudeza mental expuestos a diario en una página de un periódico, por muy importante que éste fuera en su momento, no le parecía suficiente a Mingote que extendió su trabajo intelectual al cine, al teatro a la televisión y a las editoriales. Escribió guiones para películas (“Soltera y madre en la vida”, “Pierna creciente, falda menguante”, “Hasta que el matrimonio nos separe”, “Vota a Gundisalvo”, etc.), estrenó obras de teatro como “El oso y el madrileño” y fue solicitado por la televisión, con gran éxito, como el alcanzado con “Este señor de negro”. Sin olvidar la cantidad de decorados que ha creado para el teatro, y de figurines para el vestuario de varias obras, y de carteles… La editora, entonces, del ABC instituyó en 1967 un premio para reconocer los trabajos de humor y periodismo gráfico y eligió para denominarlo el más adecuado: “Premio Mingote”, reconocido en la actualidad como uno de los más prestigiosos en el mundo de la prensa escrita. Como es de lógica, el primer galardonado fue el propio Mingote al que, sin importarle demasiado los premios y reconocimientos que tanto suelen halagar las vanidades, ha seguido trabajando en sus dibujos y sus textos teatrales y novelísticos. Está orgulloso, eso sí, de su nombramiento, en 1987, como miembro de la Real Academia de la Lengua donde pasó a ocupar el sillón “r”. Su discurso de ingreso, como casi no podía ser de otra manera, versó sobre el humor y “La Codorniz” en cuya redacción alternó con Edgar Neville, con Tono, con Miguel Mihura, con Álvaro de Laiglesia, con Azcona… Con todos los grandes del humor que, aunque desaparecidos la mayoría, siguen siendo los mejores ya que no han sido superados por quienes posteriormente han elegido la misma profesión. Todo ellos, además de compañeros, amigos de Mingote por la sencilla razón de que don Antonio, dado su carácter y su humildad, no tuvo nunca enemigos.


Del mismo modo que fueron amigos suyos los primeros nombres de la escena y el cine como lo eran Conchita Montes, Alberto Closas, Arturo Serrano, Isabel Garcés, Conrado Blanco, Luca de Tena, Alfonso Sánchez, Berlanga… con los que alternaba tanto en privado como en las tertulias del Café Comercial o el Gijón. Lo hizo durante muchos años, con amenas conversaciones a pesar de la sordera que padecía hasta que un buen día decidió repararla. Sin una buena audición o con ella, lo cierto es que siempre supo escuchar todo acontecimiento social que supusiera noticia, lo que le permitió hacer un chiste todos los días y que, además, tuviera gracia. ¡La cantidad de personas que, hasta hace dos días, compraban el ABC sólo por ver “el chiste de Mingote”! Pendiente queda, aunque no era asunto de su incumbencia, la inauguración del que será su museo para el que ya existe local de acogida en el centro de Madrid. Él no podrá inaugurarlo como era el deseo de sus promotores, pero estará presente para todas las generaciones, presentes y venideras, con sus numerosos trabajos llenos de ingenio que en él se expondrán. Allí podremos apreciarlos y volver a sonreír para quitarnos el amargor que a todos nos ha dejado ésta, su última ocurrencia, en la que no ha demostrado su habitual originalidad y que a nadie nos ha hecho gracia.

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