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Cabecera Me Viene A La Memoria

LA CAÍDA DEL IMPERIO FOTOGRÁFICO

Estamos en plena etapa vacacional ya que el mes de agosto es el favorito mayoritariamente para la siempre apetecida costumbre de olvidar durante unos días la actividad laboral entre quienes todavía la conservan y ejercer la noble tradición de veranear. Quiero decir que todavía hay alguien a quien el presupuesto le alcanza, aunque sea con estrecheces y limitaciones con respecto a años anteriores, para pasar unos días en una playa, en una zona de montaña o en la más económica casa de pueblo paterna donde, al menos, la manutención se supone obsequio de la misma casa aunque las comodidades no sean las habituales. En uno u otro ambiente, además de no olvidar los bañadores y toallas, hay un elemento del que siempre buscamos su compañía: la cámara fotográfica. 


Antiguamente, aunque no hace tanto, había que proveerse de carretes para todo el tiempo vacacional puesto que se trataba de regresar con la demostración gráfica de que se había vacacionado fuera de la residencia habitual. No era suficiente con el moreno de nuestros cuerpos para demostrar que la estancia vacacional en la playa había sido cierta, que además nos sentíamos obligados a mostrar todos los paisajes de la zona elegida para veranear y así despertar la envidia de amistades y familiares cuyas vacaciones se habían reducido a unos días en el pueblo de los abuelos o en la piscina del barrio, o ni eso.


Hoy en día, el que más y el que menos se confiesa como “gran aficionado a la fotografía”. A esos hay que temerlos ya que tratarán por todos los medios de que contemples sus obras de arte. “No es porque las haya hecho yo, pero me han quedado francamente bien”. Esto casi nunca es totalmente verdadero. Una foto estará desencuadrada, en otra no habrá profundidad, en otra estará cortada la cabeza del modelo desde la frente y en otra faltarán los pies quedando mucho aire por arriba, o el modelo aparecerá sumamente reducido y por tanto desconocido con objeto de impresionar el edificio del fondo, en otro caso la excesiva luz casi eliminará el objeto fotografiado, etc. Para todas las deficiencias el autor tendrá una disculpa y uno estará obligado a mentir elogiando la calidad inexistente. Eso si son paisajes, que si se trata de personas a las que no conoces de nada, la situación llega a parecerse a la tortura. “No, por favor; más fotos no”, te dan ganas de gritar.


Contribuyó a crear esta situación la facilidad de acceder a las cámaras fotográficas en el primer tercio del siglo XX tanto por su asequible precio como su fácil manejo. Entre todas las marcas existentes (ignoro la cifra) una apostó por la popularización de la fotografía: Kodak. La firma publicitaba en la prensa sus productos invitando a su uso: “Sea el historiador de nuestro veraneo. Cuando llegue, como ha de suceder alguna vez, el turno de engarzar en nuestra conversación efemérides y anécdotas de nuestras vacaciones de verano, hemos de lamentar la falta de una Kodak, testigo de autoridad a quien confiar el relato de nuestros recuerdos. Y así, mientras de mano en mano corrieran las instantáneas Kodak como una aseveración indubitable de lo narrado, afirmaríamos nosotros: ‘Ahí estuve yo, eso hice yo, con esa persona me encontré’ No hay concesión ni elocuencia comparable a la de un pequeño álbum de instantáneas Kodak. Él comunica vitalidad a los recuerdos, por eso vacaciones sin Kodak son vacaciones perdidas”.
El reclamo, por pesado, demasiado extenso y falto de originalidad, era como para pensárselo y renunciar a la compra de alguna de estas máquinas que se anunciaban en varios precios. Sin embargo funcionó hasta generalizarse la propiedad de una cámara. Aquella frase ha llegado hasta nuestros días: “Vacaciones sin Kodak, vacaciones perdidas”. El comediógrafo Enrique Jardiel Poncela la utilizó en su obra “Usted tiene ojos de mujer fatal” que estrenó en 1934.


Parejas de novios dejando constancia de su viaje de recién casados, padres fotografiando a sus hijos en la mañana de los domingos, recuerdos de bodas, de primeras comuniones, de bautizos, de vacaciones… De todo se hacían testigo las famosas Kodak.


Las cosas no han cambiado demasiado. El acudir hoy en día a hacer una visita a unos amigos o familiares, te expone a tener que soportar la visión de las instantáneas de sus vacaciones, su viaje de novios, el parto de su primer nieto, la transformación de un solar en el chalet de la playa… Y tienes que aguantar todos los detalles que te traen totalmente al fresco mientras pasan páginas y más páginas de un álbum con infinidad de fotografías prácticamente iguales y sin ningún interés: “Era una parcela que heredé de mis abuelos, bla, bla, bla”, mientras contienes el bostezo. “Nació muy grande, casi 4 kg., bla, bla,bla”, mientras esperas que te ofrezcan algo de beber, “La novia, no es porque sea mi hija, iba guapísima, con un vestido que le hizo bla, bla, bla”, un modisto del que no has oído hablar en tu vida… Un álbum, otro, otro más, aquello no se acaba nunca hasta que: “bueno, tenemos que marcharnos que mañana hay que madrugar; a ver si venimos otro día con más calma para ver bien todas las fotos”. ¡Qué pesadez!


Yo creo que han sido los japoneses los culpables de que esto ocurra. Nunca veréis a un japonés sin una cámara de fotos cuyo disparador hace funcionar de manera compulsiva. Y son muchos los imitadores aunque no sean hijos de la tierra del Sol naciente.


Lo que ha variado es el sistema de captar la imagen. Aquellas máquinas que dejaban constancia del hecho en un negativo que posteriormente era necesario revelar e imprimir en papel, han pasado a la historia. La técnica que hoy se utiliza es la digital con lo que fabricantes de película, de líquidos reveladores y de papel han tenido que cerrar sus fábricas o reducirlas al mínimo. Tiene la ventaja para el común de los mortales, con alguna que otra excepción, que nunca se “vuelcan” ya que en muchos casos son varios centenares las que puede almacenar el disco; quedan ahí hasta que son borradas para volver a utilizar la máquina en otro acontecimiento. Si acaso, se salvan media docena que no obligan a convocar una reunión de familia o amigos para ser visionadas. “A ver cuándo venís para ver las fotos que hemos hecho estas vacaciones de Benidorm”. Con eso ya nos han dicho nuestros familiares o amigos que han estado de vacaciones, el lugar y que han quedado satisfechos. No hace falta que nos inviten a su casa y tenernos que ofrecer un refresco. Hombre, alguna que otra foto, como recuerdo de algo, no está mal, pero de ahí a la paliza va un trecho. Las vacaciones, con recuerdo fotográfico o sin él, siempre son vacaciones. Aunque Kodak dijera lo contrario. En el presente la empresa estadounidense ya no tiene fuerza para hacernos ésa ni otra recomendación ya que desde el pasado mes de enero se declaró en quiebra voluntaria para “reorganizar sus negocios”. El mundo digital se quedó grande para el que fue imperio de la fotografía. Sus proyectos y planes empresariales se hicieron tarde, cuando todas las demás marcas habían ocupado un sitio en el mercado. Su única actividad es operar con lo necesario para prestar servicio a sus clientes. Como el romano, en su momento, el imperio Kodak ha caído. Aunque sólo fuera por lo que supuso y por su aportación a difundir la fotografía como afición y en algunos casos como arte, merece adquirir nuevos impulsos que lleven a la empresa a recuperar el destacado puesto que ocupó entre sus competidoras. 

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