Hasta hace un par de días o tres, una concursante del programa televisivo ”Pasapalabra” provocaba la gran expectación entre los seguidores del mismo, ya que tal y como se desarrollaban los acontecimientos un día tras otro, venciendo siempre a sus contrincantes, llevaba a pensar que la concursante en cuestión acabaría por alzarse con el premio que, acumulado una jornada tras otra, andaba en torno al millón y medio de euros. Una cantidad más que considerable para un programa de televisión. Sin embargo, un error en una pregunta de carácter musical, supuso que el adversario eliminara a Paz Herrera, una arquitecta santanderina haya sucumbido ante los conocimientos idiomáticos de su adversario. Hasta el último momento se mantuvo la tensión entre las dos contrincantes y Paz hubiera continuado invicta de no haber confundido la “Pastoral” con la “Patética”, cuando fue preguntada por el locutor por qué otro nombre que empezaba por la letra “P” se conocía la Sexta Sinfonía de Behetoven. El despiste en la contestación la privó de optar a tan importante premio.
El caso es que ha participado en el programa más jornadas que ningún otro aspirante a conseguir el suculento premio acumulado con que el citado programa reconoce los conocimientos idiomáticos de quienes participan en él. A más de un millón de euros se eleva la cifra acumulada, programa tras programa, día tras día, al no hacer pleno en las respuestas acertadas por parte de ningún concursante. Concursantes a los que, uno a uno, Paz ha ido eliminando, o lo que es similar, consiguiendo mejores resultados y demostrando poseer un amplio conocimiento del idioma español que es, en definitiva la razón de ser del programa. Una excepción entre tanto cotilleo, seres policíacas o de médicos.
Para los españoles que lean este post supongo que no les resulta extraño lo que escribo, pero sí puede serlo para quienes realizan la lectura desde otros países ya que nos consta los muchos seguidores de Mayormente que existen, sobre todo en América Latina.
“Pasapalabra” es un programa diario de televisión en versión concurso con una base tan elemental como es el conocimiento del idioma, de su vocabulario sobre todo. Consta de diferentes pruebas, casi anecdóticas algunas, donde el saber cuenta, pero también los reflejos y la suerte. En ellas, el concursante es supuestamente ayudado por dos personajes populares que con su participación en el programa promocionan sus trabajos aunque, en la mayoría de los casos, es mucho mayor el estorbo que la ayuda. ¿Por qué?; muy sencillo: porque esos “ayudantes” procedentes casi siempre del mundo del espectáculo suelen ser el paradigma de la incultura. Son esos que se llaman actores y actrices que al verse reflejados en el espejo de su casa, se han considerado agraciados y han decidido dedicarse a la noble y artística tarea de interpretar personajes; sin ningún otro tipo de preparación. Con el agravante de que hay productores y directores que les contratan en base a ese físico que es lo único que pueden aportar. O son esos que se llaman cantantes (aquí no cabe diferenciar entre masculino y femenino) que, al verse reflejados en el espejo de su casa, se han considerado agraciados y han decidido dedicarse a la noble y artística tarea de entonar, con más o menos sentido del ritmo y la afinación, canciones; sin ningún otro tipo de preparación. Con el agravante de que hay productores y empresarios que les contratan en base a ese físico que es lo único que pueden aportar.
En uno y otro caso, aunque pocas, hay excepciones e inquietudes. Con semejante bagaje cultural se enfrentan, junto al concursante a las preguntas, obligados continuamente, por ignorar la respuesta, a pronunciar el leitmotiv del programa: “pasapalabra”. Gracias, casi siempre, al propio concursante, el programa consigue avanzar con las respuestas adecuadas, para vergüenza del actor, la actriz o el/la cantante a quien le trae sin cuidado su propia dignidad porque su única pretensión en el programa, es promocionar el espectáculo que va a estrenar, la película que acaba de estrenar o el disco que va a salir al mercado. Me gustaría, de verdad, tener una opinión más favorable de nuestros intérpretes dramáticos y musicales, pero son ellos quienes se empeñan en evitarlo.
Volviendo al concurso y a la gran protagonista de los últimos meses, me refiero a la concursante Paz Herrera que ha vencido día tras día al contrincante de turno, ha batido el récord de permanencia en el programa, algo que por sí mismo ya supone un mérito, además de conseguir una más que aceptable cantidad económica adquirida con sus conocimientos programa tras programa. Aunque no el premio “gordo” que, a fecha de ayer, continuaba todavía en el aire. En varias ocasiones la concursante cántabra, con su serenidad y su conocimiento del español, a punto ha estado de completar con éxito el “rosco” con las 25 preguntas programadas entre la A y la Z. Pero hasta la fecha, aunque superior a sus contrincantes, no ha conseguido hacer el pleno, cuando ha sido superada por otra concursante.
Bien, esto no tiene nada que ver con la idea del post de recurrir a la memoria. Al menos así lo parece. Pero sí. La idea de los concursos de pregunta/respuesta con argumentos culturales no son una novedad de la televisión actual. Se llevan haciendo desde que se inventó y mucho antes en la radio. Aquí sí hace acto de presencia la memoria y a ella me viene un concurso, de similares características, que supuso un auténtico impacto en las preferencias de la audiencia televisiva de finales de los 60: “Un millón para el mejor”. Las aspiraciones al bienestar se centraban por aquel entonces en un millón de pesetas, seis mil euros actuales. Para ver si lo conseguían los espectadores televisivos se plantaban ante el receptor atentos a las preguntas que hacía Joaquín Prat (más tarde sustituido por José Luis Pecker) a los concursantes.
¿Quién, entre la clase media, tenía entonces un millón? Con esa cantidad se podía comprar un piso y amueblarlo, por supuesto un coche de cualquiera de las marcas y características disponibles entonces, un viaje alrededor del mundo; para infinidad de cosas alcanzaba aquella cifra mítica y quizá, de ahí el interés por el seguimiento del programa cuyos concursantes adquirieron una considerable popularidad, todavía conservada en muchas memorias. Por ejemplo, Rafael Canalejo el alcalde de Bélmez, Paco Ruiz el ye-ye del millón (un aspirante a artista), Rosa Zumárraga cuya popularidad la llevó a ser nombrada madrina de un modelo de la SEAT además de ser reconocida por cualquier rincón que pasara de nuestra península y sobre todo Mercedes Carbó, “la mamá del millón”, quien después de alcanzar el premio hizo público que su participación en el programa la motivó el deseo de dar a conocer la problemática de la disminución mental padecida por su hija, algo que tocó la fibra sensible del público que le dedicó todas sus simpatías a la concursante.
Ni fue “Un millón para el mejor” el primer concurso mediático de la historia ni “Pasapalabra” será el último. Recuerdo, aunque no el título, un antiguo programa de radio de estas características donde dos personajes que concursaron adquirieron extraordinaria popularidad. Uno de ellos abrumó con sus conocimientos sobre Puccini y el otro, conserje en una universidad, dejó atónitos a los oyentes y a los especialistas en la materia al contestar con verdadero aplomo y conocimiento todo lo referente a pájaros. Tanto que pasó a ser conocido como “el conserje de los pájaros”. También el premio era una importante cifra económica.
Poner a prueba a quien aspira a conseguir un determinado premio (normalmente más sustancioso que un salario laboral) con preguntas que requieren la respuesta exacta no es sinónimo de cultura, es cierto, o no lo es totalmente, pero un mínimo sí indica sobre las características de quienes se someten al formulario. La mayoría de nuestros actores y cantantes, si apenas saben de cantar y de interpretar ¿qué pueden aportar al mundo de la cultura no dependiente de subvenciones? Y al que depende de ellas, tampoco, que es muy poco exigente sobre resultados.