Hubo un tiempo en que la televisión atendía al propósito para el que fue creada que no es sino el de formar, informar y entretener. Se da por entendido que son sus principios, pero ninguno de los tres aspectos se contemplan actualmente en cualquiera de las cadenas que componen el abanico televisivo de nuestro país. Dejémoslo, para que nadie se incomode puesto que habrá quien en su mediocridad esté convencido que atiende estos compromisos profesionales, que en casi ninguna de las cadenas. Concedamos generosamente ese mínimo margen.
No es bueno mirar hacia atrás donde las comparaciones apenas resisten, pero no es éste el caso. En televisión (tecnología aparte) hemos perdido mucho. Sobre todo en inteligencia y en imaginación. Dejando a un lado los programas de creatividad, salvo excepciones muy puntuales los servicios informativos no son de 10: se improvisa, no se contrasta la información, se inclina la balanza hacia el lado de cómo “piensa” la empresa o de cómo le interesa pensar en según qué momento y se coloca en los puestos directivos a los fácilmente domeñables, sin necesidad de que acrediten un importante currículo de conocimientos ni mucho menos de experiencia profesional. Con ello, los informativos, además de apenas aportar nada nuevo, aburren. Son todos iguales, no por el material informativo, que también, sino por la forma de exponerlo. Su mayor preocupación está en los deportes y en el tiempo, una sección que se ha convertido en imprescindible en la que se nos hace saber cómo ha sido la climatología transcurrida (después de habernos empapado se nos informa que ha llovido, aunque, eso sí, nos enteramos de cuántos litros han caído, lo que resulta muy didáctico) y alguna pequeña aportación sobre el pronóstico climático.
En cuanto a lo de formar, es cierto que se crea opinión desde las pantallas televisivas. Los políticos lo saben muy bien y por eso las utilizan por encima de cualquier otro medio de comunicación con los votantes. Dejan cualquier cosa que tengan que hacer para atender a la invitación de una cámara ante la que soltar su mensaje. Concretando: generalmente más que formar lo que se hace es manipular.
Otro de los compromisos televisivos es el de entretener. Habrá quien considere como entretenimiento el hurgar en vidas ajenas hasta llegar al hígado. Si es así dispone de una gran variedad de programas que ofrecen las discusiones entre el equipo que presenta el programa donde se llega incluso al insulto y la difamación; conocerán todos los defectos de personajillos mínimamente populares o las miserias de quienes no tienen otra cosa que ofrecer para mantenerse en la retina y el comentario del público y poder “ir tirando” con lo que buenamente perciban. Porque por ello cobran, naturalmente, y más alto es el caché cuanto más alto es el desprestigio al que se someten. Allá ellos. Es lo se nos ofrece como entretenimiento y eso es, hay que reconocerlo, lo que reclama una importante mayoría para su contemplación televisiva mañana, tarde y noche. Da lo mismo que entre medias existan horarios de protección infantil. Ellos siguen a lo suyo que, principalmente, es hacer caja.
La oferta se diluye entre una enormidad de canales televisivos cuya programación no somos capaces de controlar, por lo que si existe algún programa de calidad nos pasa desapercibido. Manejando el mando a distancia nos encontraremos, además de con el alboroto comentado, con una película, otra y otra más a la que renunciamos porque ya está empezada. Con una serie de policías y otra igual y otra igual a las que renunciamos para seguir buscando algo con un cierto atractivo. Encontramos otra serie de médicos ya mostrada unos meses antes a la que renunciamos igualmente porque la vimos en su momento o eso nos parece, pero no ya que nos encontrábamos en una situación similar; nos suenen las imágenes, eso sí. Además la confundimos con otra serie de similares características: también de médicos. Con una pandilla de dudosa integración en una sociedad normalizada metida todo el día en una casa en constantes abrazos y discusiones sin motivo ni razón. Los programas infantiles los saltamos directamente, pues bastante tenemos los fines de semana en que los nietos acuden a casa de los abuelos y hay que recurrir a estos programas para evitar en todo lo posible el retraso en la destrucción de la casa. Otros programas, que incluso tienen un cierto atractivo, son rechazados porque ya los hemos visto en la emisora principal, ya que cada empresa cuenta con varias señales por aquello de aspirar en el mayor grado posible al reparto de la tarta publicitaria. En todo un recorrido por 50 emisoras, o más, no somos capaces de encontrar un programa de nuestro agrado. Un programa que nos forme, desde el que se nos informe y que además nos entretenga. Según parece, es mucho pedir. Lo más seguro es que con una oferta tan grande sean muchos los que ganen, sobre todo con una tan amplia plataforma para lanzar mensajes. No sé si los empresarios se beneficiarán hasta el punto de enriquecerse en estos tiempos de vacas flacas, pero los que no ganamos en nada somos los espectadores.
Sin embargo, como decía al principio, hubo un momento en que ello fue posible televisivamente. Y eso que tan sólo había un canal. O dos, algo más adelante. No es momento de relacionar la gran cantidad de programas exhibidos en aquellos años 60 y 70, pero fueron muchos los que cumplían con los requisitos de formar, informar y entretener. Uno de ellos me vino a la memoria este pasado verano cuando vi anunciada la reposición de “El hombre y la tierra”, todo un éxito en el historial de Televisión Española y por supuesto en el currículo de su director y presentador, Félix Rodríguez de la Fuente. No lo pude ver ya que, por alguna extraña razón, en mi domicilio playero la cobertura es un problema que el elevado importe del I.B.I. no alcanza para subsanar, y en esa falta de cobertura se encuentra el canal 2 de TVE.
Como todos los españoles, lo vi en su momento, cuando se programaron las tres partes que concibió para mostrar, enseñar y defender la naturaleza informándonos, formándonos y entreteniéndonos: “Fauna” (1968), “Planeta azul” (1970) y “El hombre y la tierra” (1973) que le convirtieron en una de las personas más populares de nuestro país. En cada una las series, hoy mitificadas, supo superarse a sí mismo e intensificar la masa de audiencia. De no haber sido víctima del accidente que le costó la vida el mismo día que cumplía 52 años, me imagino a Rodríguez de la Fuente hoy con los 80 cumplidos y tan carismático como lo fue siempre, con esa vehemencia comunicativa que le caracterizaba y que fue objeto de imitación por tantos profesionales de la parodia, aunque siempre con respeto, justo es decirlo, con su voz envolvente, con la rotundidad de sus frases y su defensa apasionada de la naturaleza, algo en lo que creía si ningún tipo de dudas ni de intereses, tanto partidistas, como políticos o económicos, que es por donde se desenvuelven la mayoría de los que autocalifican ecologistas.
Como un auténtico despertar de conciencias adormecidas, fueron muchos los que, desconocedores hasta entonces de lo que significaba defender a la Naturaleza, se incorporaron a esa especie de movimiento que Félix creó para la concienciación ecológica de un país. El mismo impulso que, instintivamente, nació en Rodríguez de la Fuente cuando, de niño, en su pueblo burgalés de nacimiento –Poza de la Sal–, observó la caza llevada a cabo por un halcón y que le inició en su pasión por la cetrería. Una afición que se convirtió en razón de vivir y que el propio Félix calificó como arte ya que la consideraba muy por encima de una modalidad de caza, al ejercerse con animales procedentes de la propia evolución natural: halcones, azores o águilas.
Antes de dedicarse con toda su pasión a la actividad ecológica, Rodríguez de la Fuente ejerció la odontología, ya que su padre le inculcó para estudiar medicina. Pero la naturaleza se impuso en sus preferencias. La televisión fue el espaldarazo para su popularidad. Vehemente y apasionado en sus pronunciaciones, porque estaba convencido de lo que hacía y decía. Y consciente de su propósito para que todos los habitantes de su país respetaran y amaran la fauna y la flora.
Su estilo de presentar y su dialéctica captaron millones de espectadores para su “Fauna”, “Planeta azul”, y “El hombre y la tierra”. Programas televisivos para los que no hubo diferencias de edades. A mayores y pequeños interesaban por igual. Como todo lo que está cargado de interés, también tuvo sus detractores, sus críticos a la forma de trabajar del científico. Por supuesto que se utilizaron algunos trucos para llevar a cabo las grabaciones con animales, pero no es menos cierto que el resultado obtenido bien mereció la pena. Lo que ocurre es que siempre hay “listos” y más “papistas que el Papa dispuestos a protestar por todo, impulsados por razones que pocas veces tienen que ver con las causas que dicen defender.
Con críticas o sin ella, lo cierto es que el trabajo desarrollado por Félix Rodríguez de la Fuente fue reconocido en los 5 continentes y que aún hoy, superadas las 3 décadas de su desaparición, el impacto continúa en la sensibilidad de los verdaderos ecologistas, los comprometidos con la causa de la Naturaleza, que no son precisamente los que alborotan en manifestaciones sin otro sentido que el interés, y en las tareas que desarrolla la Fundación que lleva el nombre del naturalista que un día llevó hasta nuestros hogares un programa de televisión que informaba, que formaba y que nos entretenía, demostrando que ello es posible teniendo un público mayoritario y no sólo el minoritario que pueda encontrarse en algún canal temático.