La cultura musical de España se centra, sin duda, en la copla o la tonadilla como se la conoció allá por el siglo XVIII y que no fue sino un antecedente de lo que más tarde adquiriría carácter de popular. A través de la copla se transmite el sentir de un pueblo. Los letristas han sabido encontrar el punto argumental en los sentimientos de quienes les rodeaban, en sus pasiones, en sus amores y desamores, en los sucesos o en las leyendas y le han dado forma poética a la que músicos, conocedores de las formas sonoras que atraían a ese pueblo, añadieron las melodías correspondientes. Plácido Domingo dice que una copla es una ópera en tres minutos. Contiene todos los elementos para ser una obra teatral con su exposición su nudo su desenlace y su música.
De la sensibilidad de aquellos letristas y músicos es como surgieron todos los grandes títulos de la copla durante su auge en la primera mitad del siglo pasado, aunque incursionó en la otra mitad y aún hoy tiene cuenta con sus creadores. Fue la época en que Estrellita Castro estrenó “María de la O”, “Mi jaca” o “Suspiros de España”. Cuando Quintero, León y Quiroga crearon “Francisco Alegre”, “Y sin embargo te quiero” o “Capote de grana y oro” para Juana Reina o “Ay pena, penita, pena” que estrenaría Luisa Ortega además de “La zarzamora” de Lola Flores y entre docenas de canciones, “La niña de fuego” a la que Manolo Caracol prestaría su voz. También cuando Juanito Valderrama se arrancara con ”El emigrante”, Antonio Molina decía “Soy minero” o Imperio Argentina rememorara “El día que nací yo” o Rafael Farina se refiriera, cantando, a “Mi Salamanca” y Marifé de Triana se encerrara en una “Torre de arena” mientras Rocío Jurado aspiraba los aromas de “El clavel”. Muchos, infinidad de intérpretes de copla, de los que en este recuerdo a vuelapluma quedarán tantos nombres sin citar, han dado lustre al género musical identificado como copla donde se amontonan multitud de formas musicales que van de la zambra al pasodoble. Muchos nombres, principalmente del género femenino, que ha sido siempre más generoso cediendo sus representantes a la noble causa de la copla, pero un nombre por encima de todos, al decir de los entendidos, el de Concha Piquer. Ella revalorizó la copla y en parte la alejó del carácter andalucista de que estaba impregnada (sin que este localismo suponga demérito para esta forma musical) dándole por tanto categoría nacional. De norte a sur y de este a oeste, tanto el pueblo como la burguesía se dejaron llevar por las melodías y los temas literarios contenidos en “Tatuaje”, “Ojos verdes”, “Amante de abril y mayo” o el “Romance de la Reina Mercedes”. Títulos qua ya son leyenda en la copla y que a todos alcanza su conocimiento. Escaso será el número de personas que no sean capaces de entonar su música y hasta recordar las letras.
Siendo las mujeres mucho más abundantes en el historial de intérpretes de copla, algunos hombres también han tenido su espacio en las preferencias del público: Miguel de Molina, Angelillo, Bambino, Tomás de Antequera, Carlos Cano y por encima de todos ellos, en lo que a popularidad se refiere, un almeriense: Manolo Escobar.
Debería haber comenzado este texto haciendo referencia de Manolo Escobar, ya que este post se origina con motivo de su fallecimiento, pero no es éste un espacio de noticias y a estas alturas tampoco creo que quede nadie sin tener conocimiento del suceso. Se trata, por tanto, de un recuerdo hacia él, porque con sus canciones ha sido una presencia constante en nuestras vidas, teniendo en cuenta que ha superado el medio siglo de permanencia en la discografía y en los escenarios. En ellos ha estado hasta hace pocos meses en que el agravamiento de su salud le obligó a suspender los compromisos que tenía adquiridos para el presente y futuro. Ya no podrá ser.
Manolo Escobar, el quinto entre diez hermanos, siempre sintió la llamada de la canción. Su propio padre animó tanto a él como a algunos de sus hermanos a que se iniciaran en la música y de ahí surgió que surgiera un grupo que sería precursor de tiempos posteriores: “Los niños de Antonio García”, una denominación poco original pero que servía para presentar en fiestas y bodas a los hijos de Antonio García. Unos con sus guitarras y Manolo con su voz tal y como lo harían una vez convertidos en profesionales aunque como “Manolo Escobar y sus guitarras”.
Así se dieron a conocer en la profesión donde la fama no tardó en presentarse cuando la década de los 50 aún no había finalizado. Iniciada la siguiente se presentó en el teatro Duque de Rivas, de córdoba, con un espectáculo propio: “Canta Manolo Escobar”. No parece demasiado atractivo el reclamo, pero, sin embargo, funcionó como el tiempo ha venido a demostrar y con lo queda claro que lo importante es la calidad del artista, que la publicidad nunca viene mal y ayuda, pero que apenas sirve para iniciarse, después es preciso demostrar la valía. Manolo Escobar lo demostró y con creces. Con el factor añadido y tan pocas veces tenido en cuenta, de la calidad humana. En sus muchos años de profesión nadie tiene conocimiento de que pudiera tener o haber tenido algún problema personal con nadie. Y eso cuenta.
También pudo presumir de su generosidad. No de la material, pero sí de la infundida por su carácter llano. Nunca se sintió por encima de nadie aun sabiéndose el número 1 a la hora de vender discos o llenar auditorios. La sencillez nunca le abandonó.
Personalmente puedo recordar un determinado momento en que el responsable de programas de Radio Nacional me encargó hacerme cargo de uno que se emitía para el mundo de la emigración, veterano en antena aunque en plena decadencia. La misión consistía en recuperar la audiencia y hasta mejorarla, lo que entonces se detectaba por la correspondencia recibida. Como primera medida, en aquella nueva etapa que se me encomendaba fue invitar al estudio a Manolo Escobar. Una hora diaria durante toda la semana. Manolo aceptó y el compromiso se cumplió, las cartas llovían en la emisora para satisfacción de quien me depositó su confianza y para el poder de convocatoria de Manolo Escobar.
Un poder que siempre le acompañó. En pequeñas localidades, en grandes ciudades, en pequeños y grandes auditorios. El éxito siempre estuvo a su lado y para la práctica totalidad de sus canciones. Para “El porrompompero”, “Mi carro”, “Madrecita María del Carmen”, “Anita”, “Ni se compra ni se vende”, “Qué guapa estás”, ”La minifalda” y tantas otras nacidas para incluirse en los más de 80 discos que grabó o para ilustrar musicalmente las 20 películas en las que intervino. Y sobre todas ellas, en cuanto a difusión, venta discográfica y popularidad la célebre “Y viva España”
http://www.youtube.com/watch?v=VSPtHIO8yQw
De las muchas grabaciones que M.E. llevó a la popularidad, muchas fueron dedicados a recuperar títulos incluidos para siempre en la historia de la copla y sólo por ello, debería otorgársele el mayor de los homenajes en los términos que nos ocupan. Son títulos nacidos, en su mayoría, en la anterior etapa política de España y esos éxitos no son fáciles de asumir por una parte del público empeñado en ver fantasmas donde no hay más que canciones. Un público cuya ignorancia le lleva a confundir conceptos y maneras puesto que sólo vive para su fanatismo. Incapaz de reconocer la auténtica verdad de los hechos, porque no resulta progre y porque criticar y protestar es más fácil que ponerse a hacer las cosas tratando de resolverlas. Manolo Escobar no sé si en algún momento dijo que cantaba para el pueblo, para ponerse a tono con un tipo de expresión, pero sus canciones sí fueron para el pueblo. Fue el artista más popular.