Desde hace un par de días, Madrid rinde homenaje a Raquel Méller llevando al escenario teatral una obra en la que se escenifica su biografía y, lo que es más importante, se interpretan, en directo, gran parte de las canciones que le dieron fama hasta encumbrarla en el gran mito que fue.
España, como ya es habitual, tampoco en este caso ha protegido para la historia el nombre de la artista por lo que, hoy en día, sólo quien forme parte de un cierto núcleo con los 50 superados alcanza a conocerla y saber de sus éxitos en el mundo durante su periodo de actividad. Para las nuevas generaciones, el nombre no creo que diga nada, y menos la especialidad artística de esta aragonesa reconocida en todo el mundo y por todos los públicos. Con la puesta en escena referida, ahora se presenta la oportunidad de recrearse quienes la admiraron y conocerla quienes no saben de su existencia.
Ninguno de los que en esta web nos damos cita, pertenecemos a los tiempos en que el cuplé hizo furor allá por los comienzos del siglo pasado. Pero sí somos testigos y no hace falta demasiada memoria para ello, de tiempos más cercanos a los referidos en que el cuplé todavía se cantaba, aunque nuestra corta edad no permitiera el acceso a los locales donde se interpretaban.
Teníamos, sobre todo, la radio, lo que facilitaba el acercamiento a ese género musical todavía presente en nuestra infancia. Contábamos, además, con la aportación de nuestros padres, si es que se encontraban con ánimo para entonar alguna de estas canciones, que en este caso sí eran de sus tiempos mozos. Teníamos, también a la abuela, porque las abuelas de entonces eran cantarinas a más no poder. Se conocían todo el repertorio cupletero, así como los nombres de quienes les pusieron voz en los escenarios. Sin acudir, según ellas, a ninguna de aquellas salas (“quita, quita, como iba a ir yo a esos antros de perdición y que se enteraran mis padres”), sin ir tampoco al cine porque no estaba demasiado bien visto que lo hicieran las mujeres solas. Discos no había, aparte de aquellos de pizarra que se hacían añicos al menor roce con una superficie dura y que se escuchaban en un fonógrafo de bocina. Pues así y todo, insisto, nuestras abuelas se sabían todos los cuplés. Dejemos en la nebulosa de la duda las razones de sus conocimientos acerca del género. Un género que tuvo muchas –no proliferaron los nombres masculinos para él– seguidoras, muchas de renombre y categoría tanto nacional como internacional, entre las que destacó muy por encima a su inmediata seguidora, la aragonesa Raquel Méller.
Hasta la aparición de esta artista, el cuplé, con tintes sicalípticos y con cierta chabacanería, había sido el estilo musical de referencia popular desde finales del siglo XIX, pero después de la I Guerra Mundial evolucionó en su contenido literario hacia aspectos más románticos, más elegantes, fusionando en sus intérpretes la expresión de canzonetista y tonadillera para convertirse en cupletistas, aunque la Meller negaba cualquier denominación argumentando: “Yo no soy cupletista. Tampoco soy cancionetista Yo soy Raquel Méller”. Rotunda, ella. Si nos ponemos exigentes tampoco Raquel, ya que su verdadero nombre era Francisca Marqués López, un nombre muy digno y respetable aunque con muy poco atractivo para los carteles.
Es en ese momento belicoso cuando se imponen la personalidad y las canciones de Raquel Méller, convertida en la artista más famosa del momento al hacer evolucionar el cuplé destinado hasta entonces a un público masculino, para convertirlo en apto para todos los públicos. Más famosa, según dicen las crónicas, que Maurice Chevalier y Carlos Gardel, ídolos para el público de entonces. Además de sus actuaciones en salas teatrales y cabarés, era invitada por las más altas personalidades e incluso, según parece, llegó a viajar en trenes destinados únicamente a ella y su séquito en el que se incluían tres cocineros además de un equipaje compuesto por decenas de baúles. No obstante, la Méller no renunció a las formas vigentes hasta su aparición y de ahí que, en sus actuaciones, no olvidara incluir “La pulga”, un cuplé de finales del XIX traducido del italiano que causaba furor entre los espectadores.
http://www.youtube.com/watch?v=TrlK8L60_OM&feature=related
La popularidad de este título ha llevado a incorporarla en sus repertorios a otras artistas, mucho más cercanas a la actualidad.
http://www.youtube.com/watch?v=vm7hH0oj8ck&feature=related
Con ésta y alguna que otra excepción recogida de otras compañeras de profesión, Raquel Méller llevó al público un sinfín de nuevas canciones que para ella compusieron los más afamados compositores y letristas. No es posible establecer si ésta o aquélla fue más o menos importante en su carrera, entre un abultado número de títulos, pero dos de ellas se impusieron al resto. Una de ellas “El relicario”, una historia de amor y muerte del mismo orden en que fue concebida “Carmen”. Este cuplé, con ritmo de pasodoble, fue compuesto por el prolífico José Padilla –maestro Padilla– que lo estrenó en el teatro Eldorado, de Barcelona, en la voz de Mary Focela, una cupletista de segunda fila que con el tiempo terminaría ayudando a la propia Raquel Méller en las necesidades de su camerino, pero que no obtuvo ningún reconocimiento por parte del público. La Méller incorporó el título a su repertorio aunque observando un contrasentido entre letra y música, ya que la primera era triste mientras que la parte musical rebosaba de la alegría habitual en los pasodobles. Ralentizó el ritmo, se presentó en el escenario vestida de negro y con la luz de un foco sobre ella, acompañada por una orquesta tocando muy piano y sin apenas ella cantar, sólo recitando en tono trágico. La puesta en escena supuso un rotundo éxito para autores e intérprete y para la canción en sí. Un éxito que se mantiene a pesar de los casi 100 años transcurridos desde su estreno en 1914. Lustros después, cuando en 1952 Eisenhower presentó su candidatura para la presidencia de los Estados Unidos, utilizó esta canción como banda sonora de su campaña electoral.
http://www.youtube.com/watch?v=mLnOpR3cP8Y
La otra canción, que con la anterior supondría justificada la popularidad de Raquel Méller, es “La violetera” en la que igualmente puso su inspiración el mismo compositor –José Padilla– y que tampoco fue estrenada por la artista tarazonera, sino por otra cupletista, Carmen Flores que gozaba de una aceptable popularidad. Charles Chaplin utilizó el tema como leitmotiv de su película “Luces de la ciudad”, (a la que invitó a Raquel Méller para su participación en ella, cosa que la artista no aceptó) apoderándose de la autoría, lo que impulsó al maestro Padilla, verdadero autor, a denunciarle, ganándole el juicio. La recientemente desaparecida Sara Montiel se encargó, a las órdenes de Luis César Amadori, de dar vida a la protagonista de la película realizada con el título que popularizara por todo el mundo Raquel Méller.
http://www.youtube.com/watch?v=q71Q5EMyQzk
Dos canciones fijas en una larga lista de títulos que Raquel Méller llevó por todo el mundo a modo de pasaporte. Canciones en español que conquistaron a los públicos de otros idiomas, aunque no entendieran el contenido de sus letras, y gustando por igual a hombres y mujeres. No obstante, alguna incursión llevó a cabo en otras lenguas, como el francés, quizá por la admiración de que era objeto en el país vecino, aunque no pase de ser una anécdota dentro de su repertorio.
http://www.youtube.com/watch?v=bAgf3-eCMDQ&feature=related
Francia, o París concretamente, constituyó uno de sus refugios domiciliarios en su deambular por el mundo lo que, además de cantar en el idioma de este país también significó la evocación de sus atractivos a los que puso música y letra.
http://www.youtube.com/watch?v=ATzm4KTejGs
A pesar de su aspecto frágil, pálido y enfermizo que en muchos casos fue objeto de diversas leyendas urbanas, Francisca Marqués López que era su verdadero nombre aunque como Paca Marqués los carteles no hubieran presentado ningún atractivo, ni tampoco, al parecer, como La Bella Raquel que es como debutó, Raquel Méller tuvo su oportunidad interpretativa como actriz en un cine incipiente y mudo que la llamó para hacer “Violetas imperiales” (1922), La rosa de Flandes (1922) , “La tierra prometida” (1924) o “Carmen” (1926). Más tarde, con sonido incorporado una segunda versión de “Violetas imperiales” (otra versión más fue la de Carmen Sevilla y Luis Mariano, en 1952, recreando la vida de Eugenia de Montijo) y un nuevo acercamiento a la cinematografía en 1936 con “Lola la de Triana” cuyo rodaje hubo de suspenderse a causa de la Guerra Civil española. Aparte del cine, el hábitat natural de Raquel Méller era el escenario y a él llevó infinidad de títulos con distinto carácter: desde los más alegres y desenfadados, con la única pretensión de entretener, a los más románticos.
http://www.youtube.com/watch?v=n0RR0P_aKSM
Todos sus éxitos, como los de La Chelito, La Bella Otero, La Fornarina, etc. fueron adoptados por ella elevando la categoría del cuplé hasta la dignificación de un género que hasta entonces se consideraba ínfimo. Ocurrió, como en tantos casos en el arte, que los gustos evolucionaron y los contratos, que hasta un momento se habían sucedido aceptando siempre los empresarios las elevadas pretensiones económicas de la artista, empezaron a desvanecerse con el cambio de los tiempos. Raquel Méller, tanto obligada como voluntariamente, acabó por abandonar el espectáculo, refugiándose en su domicilio barcelones y aceptando –qué remedio– el olvido del público, mientras que Sara Montiel triunfaba con sus canciones en la película “El último cuplé” al igual que Lilian de Celis lo hacía en el programa de radio “Aquellos tiempos del cuplé”, también llevado al cine.
http://www.youtube.com/watch?v=kgcsK3x1Uho&feature=related
Aquellos tiempos del cuplé también lo fueron para Raquel Méller cuya vida comenzó a verla ya sólo a través de un retrovisor. Atrás quedaban la admiración que por ella sintieron tanto el pueblo llano como artistas, nobles e intelectuales; fue el caso de los Álvarez Quintero, los Machado, Benavente, Galdós, Marquina a los que posiblemente sirvió de musa en algún momento. Pasaban también al olvido sus momentos de gloria y desarrollada economía que la llevó a adquirir propiedades en París y en Versalles decoradas con obras de Touluse-Lautrec, de Renoir, Matisse, Picasso, Rodin y hasta con un piano que perteneció a Mozart. Todo se desvaneció al evaporarse los contratos y la pasión del público. Los Vieneses, o lo que es igual Arthur Kaps y Franz Johan todavía confiaron en el prestigio de la artista y la incluyeron en uno de sus espectáculos en 1946 con una reaparición que supuso hacer algo más larga la agonía artística de la que fue gran estrella. Todavía se produjo una segunda oportunidad cuando el nombre de Raquel Méller apenas era nada más que eso: un nombre. Fue en 1958, en el teatro Madrid de la capital de España y de nuevo bajo el amparo de Los Vieneses. Allí, el tropezón fue definitivo y soy consciente de ello porque tuve ocasión de ver el espectáculo. Raquel Méller, con un hilo de voz -de una voz que nunca fue poderosa en la canción aunque le sirvió suficientemente para la interpretación declamatoria- aparecía en el escenario arrastrando a duras penas sus setenta años, sin apenas poderse mover en el escenario. A la imposibilidad de renacer de sus propias cenizas hubo de escuchar las duras críticas que se dedicaron a su actuación y con ello fue el adiós definitivo. La que fue símbolo de una época recogida en multitud de escritos, los felices años 20, se encerró en su domicilio barcelonés, unos dicen que arruinada y otros que no tanto y en la capital catalana se despidió de este mundo, hace poco más de medio siglo. Quedan sus grabaciones, apenas conservadas por unos cuantos nostálgicos aficionados a la discografía antigua, y quedan en el aire y en otras voces las canciones que ella popularizó y que todavía se escuchan porque el repertorio que conforman ya es parte de nuestro acervo cultural popular, además de reflejar el sentir de un momento de nuestra historia como queda demostrado en los constantes homenajes y espectáculos que se dedican a esta artista española y universal. El último acaba de estrenarse en un teatro madrileño y se llama “Por los ojos de Raquel Méller” a la que la crítica ha dedicado encendidos elogios.