En los últimos días aparece con frecuencia la noticia de que las autoridades, no sé si deportivas o judiciales porque no he prestado mucha atención, andan ocupadas en averiguar casos de dopaje en el mundo del deporte, especialmente en el ciclismo. Si el dopaje es cierto que se produce, no es de extrañar que sea en el ciclismo donde más se practique, dada la dureza de su ejercicio muy superior al de otros deportes. Según parece, nombres destacados, ídolos sobre las dos ruedas, han sido descubiertos tomando algún brebaje que les insuflara una mayor fortaleza en las piernas o en los pulmones, no sé qué es de lo que más precisa un ciclista. Según parece es algo, lo de chutarse determinados preparados o transfusiones, que se ha puesto de moda en el ciclismo al igual que en la política también se ha implantado lo de llevárselo caliente y rápidamente, antes de que llegue otro colega y tenga copia de la llave de la caja.
Tampoco soy consciente de si es algo que corresponde al presente o se remonta a los tiempos en que se inventó lo de mantenerse en equilibrio sobre dos ruedas. Supongo que lo de doparse se refiere únicamente a quienes ejercen el ciclismo como profesión, ya que como deporte son infinidad. Los domingos, sobre todo, aunque con esto del paro y no teniendo potra cosa mejor que hacer, los días de entre semana también abundan los practicantes que invaden las carreteras completamente uniformados de maillot, casco y calzado que les permite pedalear pero apenas desplazarse andando. Estos grupos, cuando han realizado determinado recorrido, deciden entrar en los bares de alguna localidad del camino y allí recuperan todo lo consumido por el ejercicio del pedal a base de cerveza y bocadillos. Cuando terminan las consumiciones, debidamente dopados con las especialidades del establecimiento, se lanzan otra vez a la carretera exponiéndose al tráfico de coches y motos que, con frecuencia, han de ajustar las medidas de sus vehículos para no colisionar con los ciclistas que, en distancias mal calculadas, invaden la calzada con graves consecuencia. Pero esa es otra historia de la que, lamentablemente, los medios de comunicación dan noticia con frecuencia.
Mirando por el retrovisor de los años, me vienen a la memoria, cuando tenía entre quince y veintitantos, muchos de aquellos nombres que se dejaban la piel por las carreteras de Francia, de Italia o de España. Carreteras llanas, en ocasiones, pero empinadas otras muchas, con inclinaciones de asustar. Y había que subirlas, sin más tácticas ni técnicas que las que imponían las propias fuerzas de cada corredor, la fortaleza de las piernas, del corazón y de los pulmones. ¿Con la ayuda de alguna sustancia dopante? Por lo menos no se hablaba de ello. Lo del ciclismo era por entonces de un seguimiento colectivo porque sus representantes eran los superhéroes de entonces. Todos estábamos al día de los acontecimientos en ruta, a pesar de no existir, o poco, la televisión. Ahora, si te descuidas, introducen en tu comedor a los ciclistas. Los que hoy ocupan los puestos destacados son totalmente desconocidos para mi conocimiento deportivo, que, por otra parte es más bien escaso.
Las pruebas francesa e italiana eran las más importantes y la nuestra quedaba en un tercer puesto. Ahora, tengo entendido que no es así, exactamente; que el Giro italiano ha sido desplazado y que la ronda española compite en categoría con el Tour francés.
En las tres pruebas, entonces como ahora, los ciclistas españoles manifestaron siempre su gran talla deportiva. Bernardo Ruiz, Jesús Loroño, Luis Ocaña, Perico Delgado, Julián Berrendero, Olano, Perurena, Julio Jiménez… a ninguno de ellos, cada uno en su momento, les asustaron los nombres de otros corredores internacionales como Louison Bobet, Eddy Merckx, Freddy Maertens, Bernard Hinault, Jacques Anquetil, Gimondi o Raymond Poulidor, entre otros muchos. Pero hubo uno que marcó el punto más alto en cuanto a categoría profesional y popularidad: Federico Martín Bahamontes.
Bahamontes, el “Águila de Toledo”, como era conocido no sé si por su velocidad a lomos de la bicicleta o por ser especialista en subir a las cumbres más elevadas, ya supera los ochenta años. Y ahí está, enjuto, como siempre, pero tan pimpante, en su Toledo, siguiendo atentamente los acontecimientos en el mundo del ciclismo y dicharachero, porque es su carácter, supongo que al frente de su establecimiento de material deportivo. La anécdota no falta en sus labios, ni los recuerdos de su vida profesional, que son muchos. El principal, posiblemente, que se coronó como rey de la montaña, en el Tour de Francia, nada menos que en seis ocasiones. Y como anécdota, que su nombre no es Federico sino Alejandro. Desconozco las razones del cambio.
Sus triunfos, totales o de montaña, fueron innumerables, pero siempre sale a comentario aquel año en que coronó el Tourmalet francés por delante de todos y con tanto tiempo de diferencia, que se permitió el lujo de tomarse un helado esperando al pelotón. Ahora, los comisarios hubieran sospechado de si se trataba de un helado dopante y le hubieran sometido a análisis de sangre a las 5 de la mañana, en pleno sueño. Después de la hazaña, dejarse caer desde lo alto de un puerto, sin temer a la velocidad que cuesta abajo se va adquiriendo. En muchos tramos hasta pedaleando, para lo que hace falta mucho valor.
Eran tiempos (Bahamontes corrió como profesional entre 1954 y 1965) de bicicletas pesadas, sin más consejos por parte de los directores de equipo que el de “apretar”, sin todas las tácticas que ahora se emplean considerando las características de éste y de su adversario, la posición que cada uno ocupa en la etapa o en la general y las variaciones que pueden producirse; todo el mundo sabe de ciclismo. Bahamontes y todos sus colegas sabían de pedalear lo más rápido posible y luchar al sprint por un primer puesto. Pero eso sí, entonces como ahora, el paso de lo que se ha dado en llamar “serpiente multicolor” por los pueblos o ciudades de nuestra geografía y las imágenes que componen los corredores unidos al paisaje, son de una belleza extraordinaria. Ahí, la opinión o la consideración deportiva no cuenta, sólo la imagen fotográfica.
En cuanto al dopaje, me inclino por los macarrones con chorizo, las chuletas de cordero y los flanes caseros. Es lo que más y mejor “coloca”.