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Cabecera Me Viene A La Memoria

AGUINALDO

Cincuenta y dos y… fin. Cincuenta y dos semanas han transcurrido desde su comienzo pero… se acabó el 2011. Vaya en buena hora, y con él el equipo político que mayores perjuicios ha causado a nuestra sociedad desde… desde siempre. No se había dado nunca una gestión tan pésima y ha habido unas cuantas a lo largo de nuestra Historia. En todos los aspectos ha sido mala y cada día que pasaba de este finiquitado 2011, peor. Iniciamos, por tanto, un nuevo año y una nueva experiencia política en la que, en principio, habremos de confiar, hasta que nos demuestren lo contrario y transcurrido un año de despilfarro mantenido vuelvan a congelar nuestras pensiones y hacer peligrar, si no eliminar, nuestra paga extraordinaria de Navidad, nuestro aguinaldo. Que de  ello va hoy la cosa.
Consecuentes con el espíritu eufórico que establecen estos días pasados de la Navidad y actuales del cambio de año, nos dedicamos a renovar a todos cuantos nos rodean nuestro más ferviente deseo de felicidad. Trascurridas estas fechas todo volverá a ser lo de siempre y con respecto al prójimo “si te he visto no me acuerdo”. En esto, nada ha variado con respecto a tiempos pasados y me temo que no variará en el futuro. En otros aspectos, las cosas hoy son muy distintas a las de hace medio siglo, que son las que me vienen a la memoria, conforme al enunciado del blog. Hoy, concretamente, en uno de los aspectos que la Navidad de entonces imponía y que actualmente ha desaparecido en gran parte, por lo menos en su tipismo popular: el aguinaldo.
 
Estas fechas eran de una cierta inquietud familiar ya que su celebración constituía todo un acontecimiento. Visitas de familiares y amigos, vacaciones colegiales y compras. No tantas como ahora, pero compras. Por lo menos las viandas que se degustarían en la noche del 24 y la jornada del 25 -con preferencias hacia el cordero, el besugo o el pavo- y por supuesto los dulces de que irían sucedidas. Algo de turrón que se limitaba al blando, el duro, el de coco y no sé si alguno más, pocos en cualquier caso; las figuras de mazapán y alguna botella de sidra. La cosa no era demasiado complicada aunque así y todo originaba una cierta emoción. Al menos entre la población infantil. Y en las madres el desasosiego por tener que preparar todo, incluso montar el belén que árbol de Navidad no había.
 
En los días navideños surgía también, un año tras otro, la costumbre instituida de pedir el aguinaldo. Aparecían, de modo constante, los representantes de numerosos oficios de los que no teníamos la menor idea que se ocuparan de nuestro bienestar el resto del año, ni que estuvieran incluidos entre los servicios que nos proporcionaban la calidad de vida. Pero, al parecer, existían. Y en abundancia.
 
Sonaba el timbre de casa, abrías, y al otro lado de la puerta aparecía, sonriente, un señor de paisano, sin uniforme de ningún tipo porque era fuera de las horas de su trabajo. “Muy buenas tardes, soy el cartero que les desea felices Pascuas”. Y te entregaba una pequeña tarjeta donde, gráficamente, se expresaba de igual forma. “El cartero le desea muy felices Pascuas”. Como estabas acostumbrado a recoger el correo que se recibía de su propia mano, tras avisar de su presencia con un silbato y voceando el nombre del destinatario del correo, hacías intención de reconocerle, cosa que no siempre era posible. Será que por la mañana va de uniforme, pensabas y se lo hacías notar. “No -contestaba- es que yo soy el de los certificados y paquetería y si a usted no le han enviado nada pues… será por eso que no me identifica. De todas formas, les deseo una felices Pascuas”, ampliaba, extendiendo insinuantemente la mano. “Bueno, pues muchas gracias” y se le daba un pequeño donativo que calculo no excedería de cinco pesetas, un duro. Sin demasiado espacio de tiempo volvía a sonar el timbre. Otra persona ante la puerta con la misma o similar cantinela: “Buenas tardes, soy el cartero que les desea felices Pascuas”. Te entregaba otra tarjeta y todo igual. “Pero si ya ha venido un compañero suyo”. “Ya, me imagino que será Manolo, el de los certificados, yo soy el del correo urgente y si a usted no le han mandado ninguna carta urgente pues… por eso no me conoce. De todas las maneras, Felices Pascuas”. Otras cinco pesetas.
 
Al día siguiente otro tanto. “El barrendero le desea muy felices fiestas”. Tarjeta y otras cinco pesetillas. “El vendedor de periódicos felicita a usted las Pascuas”. Ídem. “La portera desea que tengan una feliz Navidad”. A la portera hay que darle algo más porque está todo el año atenta a si alguien pregunta y se supone que vigila quién entra y quién sale en el edificio. Bueno, vale, a la portera veinticinco pesetas y una tableta de turrón para sus nietos. Otra vez el timbre. Riiiiing. “El sereno les desea unas Felices fiestas”. Parece distinto al que por las noches nos abre la puerta de la calle y cuida de los establecimientos, pero, claro, a la luz del día, ya se sabe: por la noche todos los serenos son pardos. “Tenga”, igualmente cinco pesetillas. Riiiiing. “Felices Pascuas les desean los barrenderos del barrio”. En la puerta de al lado su compañero está soltando la misma cantinela al vecino. Eran barrenderos, los de entonces, concienzudos. Además de barrer lanzaban el agua de la manguera a toda presión para dejar limpias las calles. Hoy se encargan del trabajo unas máquinas que apenas mojan el asfalto y para nada lo dejan limpio. Diez pesetas porque son dos los empleados públicos. Riiiing. “Buenas tardes, soy el trapero que les desea tengan unas felices fiestas de Navidad”. Tarjeta demostrativa y aguinaldo de diez pesetas, ya que nos libera de la basura que diariamente se produce en el hogar. ¡Ah! Pero aquí hay sorpresa, porque coger el aguinaldo lo coge el trapero, pero también él tiene su obsequio. Sabe perfectamente la cantidad de basura que se origina en casa de cada vecino y con arreglo al volumen te obsequia con un pollo o una botella de coñac o de anís. Él retiraba tu basura y él la reciclaba, pero ella le proporcionaba ocasión para alimentar a los animales que criaba en su casa, allá en la periferia de la ciudad. Pollos, gallinas, cerdos, para los que tenía alimentación gratuita. Era todo un detalle por su parte el intercambio de aguinaldos.
 
En la esquina, el guardia de la circulación controla el tráfico rodeado de tabletas de turrón y botellas de aguardiente que los viandantes y conductores le van dejando en agradecimiento al orden mantenido en la vía pública.
 
El timbre se va a desgastar de tanto uso. Riiiiiiiiiiiiiiing. Se trata de un grupo de niños vecinos del barrio cuyo portavoz reclama, como sus predecesores, su parte de aguinaldo. “Si nos da un aguinaldo le cantamos un villancico”. “Pero si lo hacéis bien”. “Esta noche es Noche buena…” No son demasiado originales en la elección del tema ni excelente la afinación, pero la buena voluntad manifestada es merecedora de la propina solicitada que no pasa de un par de pesetas y unos cuantos dulces. O únicamente los dulces. En el medio rural, toda la población infantil recorría la totalidad de las casas con similar propósito pero haciéndose acompañar de panderetas, zambombas o botellas de anís sobre las que se rascaba una cucharilla metálica, a modo de instrumentos. El repertorio era más extenso y pasado de padres a hijos desde tiempos remotos. Por ejemplo, aquella letrilla que rezaba: “A esta casa hemos llegado a pedir el aguinaldo/sacar las tortas y el vino y seguiremos cantando”.
http://www.youtube.com/watch?v=lK43SNE_HQg
 
Pasaban, pidiendo el aguinaldo, representantes de infinidad de profesiones de las que no se tenía constancia de su existencia. Y a ello, había que añadir el reclamo de los establecimientos a través de un bote rodeado de espumillón en el que destacaba en colores brillantes un “Felices Pascuas”; en la carnicería, la pescadería, la frutería, la carbonería, la panadería y por supuesto en los bares. Allí iba a parar la diferencia entre el valor de lo consumido y la moneda entregada para su pago.
 
Todos los aguinaldos sumados constituían un cierto desembolso al que, sin duda, ayudaba la percepción de la paga extraordinaria recibida por el padre de familia en su trabajo  remunerado. El aguinaldo del asalariado. Hoy, aquellos aguinaldos, aquellas pequeñas propinas casi han desaparecido y las pagas extraordinarias lo van haciendo ya que muchas empresas han adoptado dividir su importe entre los doce meses. También existía la costumbre de regalar una cesta a los empleados, surtida con embutidos, turrones, mazapanes y licores. Ésta se ha venido manteniendo hasta los últimos años, aunque cada vez más testimonial en base a la recortada rentabilidad empresarial; que argumentan los patronos. Este año, con la crisis, supongo que habrá desaparecido definitivamente. Además, quienes las recibían, sistemáticamente se dedicaban a criticar los contenidos, siempre escasos según el parecer de los obsequiados. “Ya les vale, con esta cesta y todo lo que nos explotan durante el año”. Entonces no había sindicalistas que organizaran una huelga por no incluir un jamón serrano en la cesta. El serrano era, por entonces, el no va más; nadie reclamaba para un jamón la condición de “ibérico”.
Las pagas extraordinarias suponían una importante ayuda a las economías familiares que, aunque parezca cosa de la época proceden de tiempos remotos ya que se atribuye su implantación al fundador y primer monarca de Roma, Rómulo. Fue durante su mandato cuando se impuso la costumbre de entregar regalos y monedas a los súbditos por parte de los nobles, con motivo de los buenos augurios deseados para el año nuevo. Simultáneamente, el mandatario también era objeto de obsequios por parte de sus colaboradores, consistentes en ramas cortadas de árboles frutales del bosque sagrado de Strenia, la diosa de la buena salud y la buena suerte. Los regalos, por tanto, recibían el nombre de “strenas”, al igual que las fiestas con que se despedía un año y se recibía al siguiente.
 
Propongo que los jubilados invoquemos a esta diosa por el mantenimiento de nuestra paga extraordinaria, porque como confiemos su percepción en la garantías que pueda ofrecer la economía del país, el aguinaldo navideño puede volatilizarse en aras de amortizar las deudas autonómicas o las subvenciones sindicales o a los partidos, o al cine patrio, o… tantas y tantas maneras de gastos tan abultados como inútiles para la comunidad.

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