La situación debería llenar de vergüenza a quienes nos gobiernan y sobre todo a los que nos gobernaban hasta hace unos meses, causantes en gran medida de la situación actual de crisis, consecuencia de su derroche y su mirar hacia otro lado en lo que a comportamiento bancario se refiere. Y en ocasiones, bastantes, llevándoselo personal y directamente. Vergüenza de ver cómo diariamente se producen embargos de viviendas a quienes no pueden hacer frente al pago hipotecario comprometido como consecuencia de que otros faltaron a sus promesas. Promesas políticas incumplidas, promesas laborales sin resolver, impagos que van arrastrando situaciones hasta desembocar en el más débil, empresas destruidas por disminución del consumo y en muchos casos por culpa de la propia morosidad de una Administración incompetente. Una Administración que es incapaz de poner fin a esa situación de lucrativo acoso bancario añadiendo una tragedia más a quien estas tragedias se le amontonan.
No se trata de sentimentalismos hacia los afectados, sino de realidades que a diario se nos muestran desde los programas informativos televisivos donde las imágenes lo dicen todo. Familias obligadas a abandonar su techo ante la impotencia de sus miembros que, en ocasiones, han optado por el suicidio. Un impedimento menos para el banco que, así, no tendrá quien le proponga pactos o quien le suplique caridad.
La crisis afecta a esos pagos necesarios para mantener la vivienda que suponen cifras de una cierta consideración, pero afecta, todavía en mayor número, a quienes precisan de cantidades más modestas, simplemente para acudir al mercado a proveerse de lo imprescindible para alimentarse y conservar un mínimo de fuerzas para, cada día, poder ir llamando de puerta en puerta solicitando un trabajo que en muy pocos casos se conseguirá. Ni siquiera lo hay, incluso de ínfima calidad, para una emigración a la que aquel ministro de Trabajo zapaterista –Jesús Caldera- llamaba poco menos que con un megáfono camuflado como Plan de Regularización de Inmigrantes. Casi 6 millones de españoles carecen de ese derecho constitucional, lo que obliga a muchos de ellos a solicitar la ayuda de la caridad. Por eso los comedores sociales están a abarrotar aun habiendo multiplicado las capacidades y dotaciones habituales hasta hace pocos años, gracias a la generosidad de quienes todavía pueden prescindir de algún bien propio.
Son particulares o entidades que, en mayor o menor medida, aportan su óbolo para mitigar tanta necesidad. Son frecuentes las noticias sobre la solidaridad demostrada en el mundo por algún famoso o algún próspero empresario. También aquí se dan esos casos de generosidad. El último del que se ha tenido conocimiento es el realizado por Amancio Ortega, el fundador de Inditex (diciendo Zara nos entendemos mejor) que ha donado 2º millones de euros a Cáritas, para que los gestione en la atención a los más necesitados. Naturalmente, han surgido voces mezquinas con comentarios fuera de tono por parte de quienes prefieren el sistema de subvenciones oficiales y ser ellos quienes las administren, lo que es un “negocio” bastante rentable. Para empezar: el señor Ortega, con su dinero y no con el nuestro, puede hacer lo que le venga en gana.
El señor Ortega que hace 50 años iniciaba un negocio de confección de batas partiendo de una tan pequeña experiencia como la de haber trabajado, desde los 14 años, en unas tiendas de ropa en La Coruña y en Santiago. Era la único con que contaba, además de su inteligencia, su visión empresarial, su decisión y su imaginación. El negocio de batas prosperó, consiguiendo exportar parte de su fabricación, y consiguiendo un soporte para emprender nuevas aventuras empresariales que, en 1975, se convierten en Zara. Quien diga que no ha comprado alguna vez en Zara o Zara Home es casi seguro que miente. En 1988 inicia la aventura de abrirse al exterior instalando su comercio de moda en Oporto (Portugal) para diversificarse posteriormente por los cinco continentes, además de con otras marcas -Pull&Bear, Bershka y Oysho, Massimo Dutti, Kiddy’s Class, Uterqüe y Stradivarius a cuyos establecimientos accedemos sin tener muchas veces conocimiento de que pertenecen a la cadena de un leonés afincado en Galicia. que a los 14 años hubo de abandonar sus estudios y que en la actualidad es la tercera fortuna del mundo y su empresa, de la que es máximo accionista, el primer grupo textil.
Recuerdo que hace años estaba responsabilizado de una revista perteneciente al gremio de la peletería. En su sede, donde yo tenía mi puesto de trabajo, se reunían con frecuencia los representantes de los empresarios y de los trabajadores para dilucidar sus problemas. En una de esas reuniones, el representante sindical acusaba a uno de los que tenía enfrente de no acceder a las pretensiones que a él le iba muy bien en su empresa. El empresario le contestó recordándole que ambos se iniciaron, con la misma edad, como aprendices en la misma peletería y que mientras el hoy sindicalista racaneaba por entre las mesas de corte y le faltaba tiempo para salir disparado una vez dada la hora, él continuaba tratando de aprender el oficio, preguntando a los oficiales sobre éste o aquél detalle en la confección de un abrigo. Después se aventuró a establecerse como autónomo a base de entramparse con los bancos y de poner horas para sacar el negocio adelante. Cosa que consiguió, como hoy en día es fácil comprobar. Esfuerzo y ganas de trabajar. No menos hizo Amancio Ortega hasta alcanzar el imperio que hoy se rinde a sus pies y que le permite desarrollar comportamientos solidarios, de los que tanto se precisa hoy en día ante la impasibilidad gubernamental para evitar que la miseria se propague aún más.
Puestos a pensar en actos solidarios, surgen en mi memoria los llevados a cabo desde aquel programa radiofónico –“Ustedes son formidables”– que presentó el ya desaparecido Alberto Oliveras entre octubre de 1960 y junio de 1977, desde el que se intentaba y siempre se conseguía, paliar alguna situación dramática apelando a la solidaridad ciudadana. Por lo menos en lo básico, ya que siempre había alguna empresa que se descolgaba con una importante cantidad. Los oyentes aportaban la cantidad que sus disponibilidades le permitían, los famosos cedían algo personal para ser subastado: trajes y capotes de torero, batas de cola de alguna folklórica… Los teléfonos de la Cadena SER no paraban de recibir llamadas durante la duración del programa. Éxito total en cuanto a índices de audiencia y en cuanto al logro de los propósitos benéficos de cada semana.
Aquellos tiempos de calor humano han vuelto como un imperativo social y aunque no sea a través de la radio, porque también han vuelto los tiempos de penuria y de necesidad. Sobre todo para lo más elemental que es alimentarse. Esos tiempos tan criticados a los que cada vez nos vamos pareciendo más. Suele ocurrir en las espirales del tiempo.
A diario se facilitan miles de comidas a gentes que carecen de los mínimos recursos para alimentarse. En vista de la inutilidad oficial para remediar la situación, que sean los particulares quienes continúen con su misión voluntaria y solidaria de atender estas necesidades ya que con ello, como en aquel programa de radio que hoy ha venido a mi memoria, demuestran que son formidables.