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Cabecera Me Viene A La Memoria

Bodas de oro de un matador con televisión incluída

En un canal de televisión que no menciono, no por nada, sino porque cada vez es mayor mi alejamiento de la pequeña pantalla dado el escaso interés que me reporta y por tanto no me he fijado en cuál es, se ha programado un documental o una serie, no estoy seguro, sobre El Cordobés, con lo que el que fue ídolo de los ruedos hace 50 años y hoy ya retirado, retoma el primer plano de la actualidad. Y con menos peligro que poniéndose ante unos pitones. Es como si El Cordobés reapareciera para disfrute de tantos que le admiraron durante su etapa en activo y exasperación purista de tantos otros que le rechazaron por no estar conformes con su manera de ejecutar el arte de Cúchares. Una vez que localice el canal en cuestión, permaneceré atento al desarrollo de la serie ya que, además, supone una manera de ver toros en invierno, y el aficionado siempre agradece que su mirada pueda juzgar, aunque sea fuera de temporada, un lance de verónica, una chicuelina con los pies quietos, una vara en su sitio o una estocada derecha y fulminante.


Considero, a priori y sin mayor juicio que el simple instinto, que difícil lo van a tener quienes manejen las imágenes conservadas de El Cordobés para conformar el programa, ya que no fue pródigo en faenas ortodoxas, aunque sin llegar al negativismo de muchos ya que, aunque fuera a tirones y hasta diría que sin proponérselo demasiado, alguna que otra ejecutó. Un izquierdazo en una plaza de primera, un derechazo en un pueblo donde el público esperaba anhelante el salto de la rana con lo que el precio de la localidad quedaría justificado, una estocada recibiendo a un toro manso… Eran sus, llamémosle, genialidades.


A pesar de la cantidad de antitaurinos que proliferan, ya que es una actitud que se ha puesto de moda, lo cierto es que las plazas se siguen llenando de aficionados. O no tanto, pero que acuden a las convocatorias taurinas porque, como en el caso contrario, también hace “chic” manifestarse como entendido en el arte de la tauromaquia. Los tendidos, hoy, que no ayer, se nutren de gente trajeada elegantemente donde no falta la chaqueta ni la corbata que a uno se le antojan prendas impropias para acomodarse en un asiento de piedra o de madera. Ellas, con sus mejores galas de diferentes estilos y firmas de prestigio. El recientemente desaparecido Manolo Escobar que en tantas ocasiones manifestó públicamente su preferencia machista, ya no tendría que recomendar: ”No me gusta que a los toros te pongas la minifalda”. Hoy los toros son como antaño era la ópera, tan socializada en la actualidad. O sea, que las cosas se han dado la vuelta. Casi, casi, la ropa de etiqueta para los toros y los vaqueros para la ópera con zapatillas deportivas. El final es el de siempre: que hay toreros que lo hacen bien y quienes lo hacen mal, e igualmente en la lírica donde se escuchan magníficas voces y a otros vocear. Con independencia de la indumentaria que vistan los asistentes a uno u otro espectáculo.


Por esos ruedos andan Morante de la Puebla, el Fundi, el Fandi, el Cid, Perera, el Juli y un largo etcétera encabezados por un esquivo José Tomás que, cuando decide vestirse de luces, arrasa por donde va con su particular forma de concebir el toreo y de enfrentarse al peligro desde la quietud, la impasibilidad. Su caché es multimillonario pero los empresarios lo compensan con la gran afluencia de público que asiste a presenciar los carteles en que participa el torero madrileño. Un público que, normalmente, no sale defraudado aunque muchas tardes suponga la visita del torero a la enfermería. Quizá sea ese morbo el que despierte tamaña expectación.


Remontándonos en el tiempo, que en definitiva es lo que justifica la existencia de este blog, nos plantamos cincuenta años atrás y nos encontramos con el torero, al que hoy se recuerda en imágenes, que igualmente cautivó el interés de la afición hasta convertirse en un mito y cuyo nombre sigue hoy tan vivo como entonces a pesar de llevar unos años retirado. El Cordobés, Manuel Benítez, un ídolo tanto en las plazas de toros españolas como en las de Latinoamérica y Francia. Ídolo en los ruedos y fuera de ellos por efecto de su actitud en la vida.


En 1959, se vistió por primera vez de luces en Talavera de la Reina, en el mismo escenario en que se produjo la muerte de Joselito en 1929 atravesado por la cornamenta de ”Bailaor”. Cuatro años anduvo El Cordobés como novillero, granjeándose una merecida popularidad y acumulando unos considerables dividendos, hasta que en 1963 Antonio Bienvenida le dio la alternativa, en Córdoba, convirtiéndole en matador de toros. Desde entonces se enfrentó a cientos de astados de cuyos encuentros salió victorioso, aunque muchas veces afectado en su integridad física por el encuentro. El centenar de encierros lo superó, incluso, en varias temporadas. Su temeraria forma de torear le llevó en varias ocasiones al sanatorio, muchas veces con pronóstico de gravedad. De todos los percances salió con vida, que no es poco, y la aclamación del público fue en aumento hasta que optó por abandonar los ruedos en 1971, aunque con alguna incursión posterior.


Su estilo, aunque poco ortodoxo y no exento de polémica entre los puristas, convirtió a un ilusionado joven con vocación torera, en uno de los personajes más populares del siglo XX, sobre todo de la década de los 60. Y en vida, porque afortunadamente su presencia siempre risueña y su personalidad campechana permanecen intactas dado que configuran su carácter, fue reconocido, entre otros muchos galardones, como “Califa del Toreo”, el quinto. Sus Antecesores, “Lagartijo”, “Guerrita”, “Machaquito” y “Manolete”, todos cordobeses como exige la preciada distinción, fueron elevados a esa categoría taurina tras su desaparición de este mundo.


Algo que, seguramente nunca soñó aquel joven de Palma del Río (Córdoba), hijo de una humilde familia, que vio el mundo por primera vez recién iniciada la contienda civil española. Contagiado, quizá del ambiente bélico, él también se propuso dar “guerra” desde la profesión que eligió. Y lo consiguió, aunque a base de lucha, de días de hambre y de numerosas cornadas que dejaron huellas en su cuerpo; algunas de profundidad.


Su personalidad y su arraigo popular, hicieron que la literatura y el cine se preocuparon de él no sólo para servirse de estas características buscando el beneficio económico en la venta de libros y la comercialidad taquillera, sino para dejar reflejada la vida que desarrolló hasta alcanzar el éxito, utilizando una frase del popio torero para dar título a la obra conjunta de Larry Collins y Dominique Lapierre: “O llevarás luto por mí” que es el mismo, aunque retocado que utiliza la actual producción televisiva. La frase, a modo de sentencia fue pronunciada por “El Cordobés” a Angelita, su hermana, cuando ésta le imploraba que no se vistiera de luces. “Te voy a comprar una casa… o llevarás luto por mí”. La frase, impresa en la portada del libro, convirtió el proyecto editorial en un best seller, como anteriormente lo fueron, bajo la inspiración de los mismos autores, “Oh Jerusalem” o “Chacal”.


Como ocurre con casi todos los toreros, el nombre de El Cordobés también sirvió para dar título a un pasodoble, pero en este caso alcanzando notable popularidad de ventas y audiciones. Como el “As de la Torería”, se le calificaba en él.


http://www.youtube.com/watch?v=3TL2_Bku7PE


Ciertamente lo fue, gustara o no, que para gustos se han hecho los colores. Habrá quien recuerde sus zapatillas aferradas a la arena, despreciando al peligro, y quien lo haga rememorando el “salto de la rana”, sin dejar a un lado sus pelos alborotados por el trajín de la faena y que hoy, innecesarios ya como atractivo añadido han decidido desparecer de su cabeza como es frecuente en las edades que nos movemos. Los de nuestra edad le vimos torear, en los ruedos o en alguna corrida televisada cosa que antaño se hacía con frecuencia; quienes nacieron más tarde no le alcanzaron a ver en los ruedos pero su nombre –Manuel Benítez– y su apodo –“El Cordobés”– no les resulta desconocido. Saben perfectamente quién es aunque se cumplan 50 años de su incorporación por todo lo alto a la Fiesta Nacional. Figuras con personalidad es lo que hace falta en el panorama actual para que la Fiesta no decaiga. Si, de paso, tampoco se caen los toros, objetivo logrado. La Fiesta será eterna aunque sus detractores se empeñen en lo contrario.

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