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Cabecera Me Viene A La Memoria

YA VIENEN LOS REYES

“La Noche buena se viene, la Noche buena se va y nosotros nos iremos y no volveremos más”, reza un villancico popular. La Noche Buena ya ha venido y ya se ha marchado, lo mismo que la Noche Vieja y el día de Año Nuevo con el que se dio salida a un nuevo periodo de nuestras vidas. Queda la festividad de Reyes que, transcurrida dentro de un par de días, dará por finalizado el periodo navideño. Los niños, de nuevo a la escuela, algunos adultos se reincorporarán a sus respectivos trabajos y el resto continuarán en situación de paro, desconfiando cada vez más en el futuro que tienen ante ellos. Con la esperanza ya casi perdida, aunque, eso sí, escuchando promesas por un lado y por otro. A los políticos aún les quedan días de vacaciones para reincorporarse a sus cómodos escaños desde donde poder echar una partida electrónica con algún compañero. ¡Qué vida tan dura y monótona la de ellos! Sin siquiera poder votar lo que les apetezca que, incluso, para que no se molesten, tienen quien les indica el sentido de su aportación, conforme a la decisión partidista, con lo que su inspiración y su posible imaginación, quedan anuladas. Una pena que personas tan ilustres se vean ninguneados por los suyos. Por nuestra parte, la de los gobernados, ignorados en su desprestigio cada vez mayor. Pero éste no es el tema de hoy, sino el de los Reyes Magos, mucho más atractivo.


Se acerca la noche más feliz del año, especialmente para los niños y quienes, como abuelos, tenemos ocasión de compartir con ellos la alegría de la ilusión, de la magia que una tradición es capaz de motivarles: la de los Reyes Magos. He vuelto a revivir aquellos días en que hace 30 años más o menos disfruté llevando a mis hijos a saludar a los monarcas de Oriente en las antiguas Galerías Preciados. Ahora con nietos, en el mismo lugar, pero con el nombre del popular comercio cambiado. Incluso he recordado mis 5 ó 6 años llevado de la mano de mis padres al mismo lugar, antes de convertirse en el gran imperio que es actualmente. Pero ya entonces había apreturas, colas enormes para entregar personalmente la carta a los Magos, momentos de nervios por el acontecimiento y lloros de los más pequeños asustados por las barbas enormes de Melchor y Gaspar o la piel embetunada de Baltasar. El final de jornada tan especial de trato con la realeza, que es algo que no se produce todos los días ya que de ser así terminaría en aburrimiento, solía discurrir en un café (no cafetería sino café) cercano, merendando un vaso de leche con un suizo o una trenza, un tipo de bollería que apenas se encuentra, a pesar de la gran variedad de labores con harina que las panaderías ofrecen en la actualidad. Era una merienda especial, finura y elegancia por todo lo alto, porque los demás días del año se solucionaban con un bocadillo de chorizo o un trozo de pan con unas onzas de chocolate. Malísimo por cierto, ahora que recuerdo su sabor. Por lo menos, ningún parecido con los que actualmente degustamos.


Con la práctica seguridad de que, en su momento, sería premiado nuestro buen comportamiento con el regalo solicitado en la carta entregada en mano a SS.MM. nos enfrentábamos, como ahora, a las lentas horas que nos aproximaban a la noche mágica. La noche del 5 de enero abocada al amanecer del 6 en que, sin que la luz natural hubiera hecho su aparición, saltábamos de la cama (con lo frías que eran aquellas casas carentes de calefacción) y sin sentir el frío nos dedicábamos a destrozar envoltorios en busca de nuestras peticiones. Apenas se correspondían los juguetes encontrados en el salón, ante el Belén, con los que habíamos destacado en nuestras cartas, pero no existía desilusión; aquellos presentes aparecidos por arte de magia nos satisfacían igualmente. Donde no encontrábamos la razón del capricho real es en que se empeñaran en regalarnos pantalones, camisas, jerseys, calcetines, zapatos que como no nos los habíamos probado previamente, había que acudir siempre a cambiarlos por otro número. Mucha vestimenta y pocos juguetes. A nuestros padres les parecía muy bien.


Las cosas han cambiado mucho en este más de medio siglo. El vestuario ahora se adquiere constantemente. Y si el niño/a ha cumplido la media docena de años, ya es capaz de discernir sobre sus gustos y marcas, conoce las prendas de sus compañeros de clase y distingue las auténticas de las de imitación que, por supuesto, rechaza con rotundidad de experto. Los juguetes convencionales han pasado prácticamente a la historia y son los tecnológicos los más solicitados y con los que mejor se compenetran. Los fabricantes, incluso, pueden prescindir de las instrucciones para su uso, porque sólo con ponerlos en marcha ya saben su funcionamiento. Yen pocos días, el juego habrá dejado de ser novedoso. El dinero que los Reyes han invertido en esa consola o similar, incluido teléfono móvil con el que también se obsequia a los pequeños, no tiene la menor importancia para los nuevos poseedores de tanta tecnología. Los magos se lamentan de la inversión realizada, pero cuando llega un cumpleaños o el retorno al año siguiente, todo vuelve a ser igual. No escarmientan.


Cuando andábamos en nuestra infancia, la fiesta de Reyes quedaba limitada casi exclusivamente a los más pequeños. Todo, lo poco o mucho, era para ellos. Los mayores no optaban al regalo aunque bien es verdad que en aquellos años cincuenta del pasado siglo, las cosas no andaban como para andarse con presentes. La paga de diciembre (que entonces se abonaba a todos los trabajadores) había que aplicarla a renovar el escuálido y empequeñecido ajuar de invierno. Otra parte para los extraordinarios gastronómicos, que tampoco eran tantos visto desde la actual perspectiva y un poco más, el resto, para regalos destinados estrictamente a la infancia. Era algo sagrado: que los hijos, fuera la que fuera la condición familiar, dispusieran de, al menos, un juguete. Y si se podía hacer un pequeño esfuerzo más de uno, que es obligación procurar entretenimiento a la infancia para facilitar su felicidad, Intentando, además, incrementar el disfrute de sus antecesores, como es obligación paterna. En el caso de nuestra infancia, superar la que les tocó vivir a nuestros padres, víctimas de una trágica situación social, no fue demasiado difícil. Poseer un balón ya era más que lo que ellos tuvieron. No digamos si por otros conductos familiares alcanzábamos a unos patines, o un caballo de cartón, una escopeta que disparaba un corcho, rompecabezas, construcciones… Todo llegaba mientras el sueño nos invadía, venciendo nuestro estado de nervios, tras escuchar el sonido de las campanillas que los camellos de los Reyes llevaban al cuello y que dejaban su tintineo en el silencio de la noche, nada más acostarnos, como sirviendo de adormecedores. Yo los escuché muchas veces y años más tarde los escucharon mis hijos y ahora mis nietos a los que, afortunadamente, Papá Noel no les afectó al sueño en la pasada Navidad. Les sorprendió gratamente los regalos que encontraron al despertar ante el árbol, pero su espera no les quitó el sueño.


Ahora también se da el regalo para los mayores lo que supone toda una serie de molestias tratando de localizar lo que mejor se adapte a su gustos. Cuando, por fin, se encuentra algo, casualmente está fuera de presupuesto. Pero por no seguir dando vueltas por los centros comerciales optamos por ese regalo. Luego viene lo de la cuesta de enero. Dentro de 365 días se nos ha olvidado todo y otra vez a empezar.


Que los Magos sean generosos con todos, menos con los políticos, los jueces, los fiscales y los banqueros que no se lo han merecido.

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