El año en que Castelao publicaba su obra más conocida “Los viejos no deben enamorarse”, el jugador de fútbol argentino Alfredo Di Stéfano fichaba por el Real Madrid. Era el 1953. El futbolista, desconozco si lo hizo o no, pero el caso es que tuvo ocasión de ver la obra representada en su Argentina natal, ya que se estrenó en Buenos Aires en 1941, cuando Di Stéfano todavía era residente en la ciudad del Plata. Sin embargo todo hace suponer que ni la vio en los escenarios ni la leyó; por lo menos cabe pensar que no hizo ningún caso a los recomendaciones del escritor gallego, ya que acaba de reconocer su noviazgo, y no sé si también su enlace matrimonial ya que no estoy muy puesto en este tipo de información sentimental, con Gina González, su secretaria, de 36 años, desde los 86 que contemplan la dilatada vida del mítico delantero madridista. Medio siglo distancian a una del otro. También puede entenderse como que 50 años les acercan ya que la costarricense y el hispano/argentino manifiestan públicamente un enamoramiento que surgió desde el momento en que coincidieron para escribir la biografía de la “saeta rubia”, que es como al mítico delantero le conocen quienes le vieron jugar y los que no.
Mi condición de seguidor colchonero (un poco menos sufridor en esta temporada con respecto a las anteriores, pero sin prescindir del carácter que implica el ser atlético, porque nunca se sabe qué puede ocurrir en el momento menos pensado) no me impide reconocer lo que Di Stéfano supuso para la historia del Real Madrid, para el fútbol español y hasta para el mundial, puesto que la opinión general es coincidente al incluirle entre los más importantes futbolistas de todos los tiempos. Para algunos, el que más. Y no vamos a entrar en análisis ni polémica al respecto. De cualquier forma, un excelente jugador de fútbol.
Tampoco vamos a polemizar sobre razones de edad si se trata de seguir los impulsos de su corazón, ni si ésta es apropiada para amar cuando oacumula años. Si Gigliola Cinquetti se lamentaba de no tener edad para amar, por joven, ahora hay quien critica la del jugador por todo lo contrario; los primeros sus hijos. De acuerdo que los términos medios son siempre los más razonables, pero los aspectos extremos se han creado para que sus propietarios los apliquen como mejor les parezca y en el momento que crean más conveniente, al margen de cualquier tipo de prejuicios ajenos. Por ello, es tan admisible y válido que las 16 primaveras de la Cinquetti eurovisiva le permitieran acceder al amor, como son válidos los 86 otoños de don Alfredo para el mismo fin. Y si a sus hijos les molesta, como al parecer les molesta hasta el punto de que pretenden incapacitarle, que sean capaces, cuando menos, de igualar al padre en cualquiera de las facetas que la vida nos presenta. Válido, por supuesto, para los 5 hijos del jugador, los hijos de los charcuteros, los jardineros, los ministros, los submarinistas y los militares sin graduación y siempre que no se den circunstancias inequívocas sobre la salud mental del progenitor y no las puramente derivadas de conceptos hereditarios que, al final, suelen ser las que promueven estas situaciones. Si los descendientes igualan o superan al padre en su paso por la vida, están autorizados para opinar, que no para imponer nada. Si no es así, el padre, como el diablo, por viejo sabe más y por tanto, callados están mucho más favorecidos. Eso, sin añadir que el “viejo enamorado”, aunque a Castelao no le pareciera oportuno, está en su derecho a hacer lo que le dé la real gana.
A Di Stéfano nadie le regaló nada. Él, con su sabiduría deportiva y su concepción del fútbol se impuso ante el resto de profesionales, en su mayoría de reconocida categoría. Tiempos dorados para el balompié. Ni se le regaló nada, ni estuvo exento de problemas hasta su implantación con la camiseta blanca.
Ocurrió, hace 60 años con su llegada a la capital de España, tras unos escarceos con el Barcelona que no llegaron a cuajar debido a los derechos que el River y el Millonarios tenían sobre el jugador. Las aspiraciones del exjugador y por entonces secretario técnico del Barça, Pepe Samitier ni el empeño profesional del abogado Ramón Trías Fargas consiguieron que Di Stéfano se vistiera de azul y grana. Sí lo consiguieron con Kubala, puesto que la pretensión es que ambos jugadores coincidieran bajo los mismos colores. Kubala, sin embargo, vivió una cuestión inversa ya que Santiago Bernabeu aspiraba a reunir a las dos estrellas en la plantilla madridista, cosa que no consiguió ya que la Federación dio prioridad al Barcelona para su fichaje. El argentino llegó a debutar en la capital catalana, aunque con resultados que decepcionaron a buena parte de la directiva, por lo que renunciaron (antes de que fuera tarde) a los derechos sobre el jugador en beneficio de la capital de España. El Madrid abonó al Barcelona la cantidad que había adelantado al River y el resto del traspaso al Millonarios, e incorporó a Di Stéfano a su plantilla, junto a Amancio, Puskas, Gento, Santamaría, Zoco, Araquistain, Isidro y Pachín, entre otros no menos importantes en el terreno de juego.
En Madrid y con el Madrid sí se adaptó, repitiéndose su genialidad domingo tras domingo hasta convertirse en mito. Mito que hoy perdura, cuando apenas es dueño de sus piernas y debiendo valerse de un bastón para los pequeños y breves pasos que es capaz de dar. Es como en la actualidad se ve quien siempre supo desplazarse en el campo hasta el lugar oportuno para continuar, facilitar o rematar una jugada ante la portería contraria. Con una habilidad tal que convertía el césped en un escenario donde él ejecutaba el ballet del fútbol, como puede apreciarse en la foto que ilustra el post. La vida, que es cruel y que incluso le castigó, hace pocos años, con un infarto reparado con un cuádruple bypass. Es en lo único en que puedo emularle si es que yo aspirara a tener algún parecido con él, porque en el deporte no es en lo que más me caracterice. Me conformo con ser espectador. Y como tal es como sé del prestigio de Di Stéfano quien, según propia confesión publicitaria, si fuera “mi mujer usaría medias…” y aquí la marca de las medias en cuestión. Un anuncio que molestó a buena parte de madridistas, además de machistas censores de la broma publicitaria. Muy de la época.
Con medias o sin ellas, pero con la camiseta blanca, el que acabó siendo calificado como el mejor delantero centro de todos los tiempos, debutó con el Real Madrid, consiguiendo sus dos primeros goles oficiales –lo que son las cosas– enfrentándose en el Bernabéu al Barcelona al que, en total, le cascaron 5 sin encajar, además ninguno. Después, hasta más de 500 partidos oficiales, durante 11 temporadas, en los que superó los 400 goles marcados al equipo contrario. Hoy, como no podía ser menos, ostenta el cargo de Presidente de Honor en el club que le dio y al que dio tanta gloria, ya que durante su permanencia en activo fueron numerosos los trofeos obtenidos, tanto nacionales como internacionales.
Con su presencia en la delantera blanca contribuyó a que el equipo aumentara el número de trofeos en sus vitrinas con la consecución de ligas, copas del Generalísimo, de Europa, Intercontinental…, una sucesión de triunfos que acabaron el 27 de mayo de 1964 en un encuentro frente al Inter milanés en la final de la Copa de Europa. Con anterioridad a ese final en el equipo madrileño, Di Stéfano fue víctima de un secuestro en Caracas por miembros del Frente de Liberación Nacional en protesta por el régimen de aquél país, como si la saeta rubia tuviera alguna responsabilidad en ello. A los dos días fue puesto en libertad.
Un año después de abandonar el Madrid jugó para en el Español, en cuya alineación permaneció dos temporadas para dejar definitivamente el fútbol en 1966. Para dejarlo como futbolista ya que continuó vinculado al deporte del balón como técnico. Sucesivamente se puso al frente del Elche, el Boca Juniors, el Valencia, el (su) Real Madrid, Sporting de Lisboa, Rayo Vallecano, Castellón y River Plate con los que consiguió diferentes triunfos al saber transmitir a sus alineaciones, todo lo mucho que él había aprendido unido a su natural sabiduría deportiva.
Lástima que toda la acumulación de simpatía que por el profesa la afición, sea del equipo que sea, se vea hoy en entredicho a causa de una decisión que sólo a él corresponde. Como siempre en estos casos, unos están a favor de las decisiones que adopte el jugador quien afirma “sentirse joven”, mientras que otras opiniones se manifiestan en contra de este comportamiento amoroso. La actitud de los hijos va aún más lejos al pretender la incapacidad del ex jugador madridista. ¿Ven peligrar su herencia? ¿Aprecian solo interés en quien aspira a ser la pareja del jugador? ¿Consideran que existe una deficiencia de raciocinio en el comportamiento paterno? Que las cosas se resuelvan como mejor proceda, y si ninguna otra razón externa se opone a ello, que Di Stéfano disfrute la última etapa de su vida con la misma satisfacción personal y el mismo alborozo que se le dedicaba cuando metía un gol. Está en su derecho como ya apuntó el maestro Sorozábal poniendo música al texto de Fernández de Sevilla en la zarazuela “Don Manolito”, donde el deporte también es parte principal del argumento, y donde algún personaje señala que “el amor también es un otoñal” y que “el amor no tiene edad”. ¡Aúpa, don Alfredo!