Un mes tras otro, los análisis sobre difusión de la prensa escrita reflejan la caída sistemática y cada vez más alarmante del diario ABC. Su desplome es imparable en cuanto a aceptación por parte del público, pero no es esta columna el lugar más apropiado para juzgar ni su política informativa ni su estrategia comercial.
Sin embargo, esta agonía del centenario rotativo me trae a la memoria imágenes de otros tiempos en que el ABC era el referente informativo de la sociedad española; algo que fue desde, prácticamente, su nacimiento, el 1 de enero de 1903, aunque entonces fue concebido como semanal y así permaneció hasta 1905 en que se transformó en diario.
En los años 50, en ellos me sitúo para evocar los recuerdos, el ABC era como el distintivo en la gran mayoría de los hogares españoles. Sus páginas, siempre tan cómodas para ser leídas debido a su formato, ocupaban un lugar privilegiado sobre la mesa camilla, encima de algún sillón del salón o en la mesa del despacho, dependiendo de las características de cada vivienda. Nunca recuerdo un ABC abandonado en la cocina; hubiera sido como humillarle. Porque se sentía auténtica veneración por él. Se coleccionaba, como se coleccionaba el Blanco y Negro, de la misma editora, Prensa Española, y en cualquier caso se guardaba. Mis hermanos y yo, cuando había bastantes reunidos, los vendíamos como papel viejo y nos alcanzaba para ir al cine. En las casas podía faltar cualquier otra cosa, por la escasez de los tiempos, pero nunca el ABC. En sus páginas está recogida la historia reciente de España en la que, incluso, llegó a participar.
Como profesional del medio periodístico, lamento su declive, pero reconozco que también he contribuido a su descenso ya que desde algún tiempo ni lo compro ni lo leo. Si alguno cae en mis manos voy directamente a Mingote, le tributo mi admiración, sonrío y lo cierro. No es el ABC -que no, que no voy a juzgar su labor informativa- en el que escribió Azorín o González Ruano o Luis Calvo y más recientemente Enrique Llovet, Alfredo Marquerie, Antonio Díaz-Cañabate, Rafael Ansón, Antonio Burgos, Alfonso Ussia o Jaime Capmany. Son algunos ejemplos, porque en sus páginas firmaron siempre las plumas más destacadas del panorama literario. La crema de la intelectualidad. Y era todo un honor colaborar en su redacción,aunque la contraprestación económica no alcanzara para salvas. Hubo,incluso, alguna de aquellas grandes firmas de colaboración fija, que protestó a la dirección porque le habían subido la cantidad a percibir, sin haberlo solicitado, y renunció a ella. Lo verdaderamente importante era disponer de un espacio y si era en página impar, mejor.
ABC alternó en los kioscos con otros diarios de información general como Informaciones, Arriba, Madrid, Ya, Alcázar, Pueblo, …y alzaba su cabecera por encima de todos con orgullo; sintiéndose el más reconocido. Su importancia nacía desde el mismo edificio que lo albergaba, hoy convertido en centro comercial, una de cuyas fachadas ilustra este post. Las noticias no lo eran hasta que ABC las publicaba. Pero los tiempos han cambiado, del mismo modo que cambian los momentos que sugieren las imágenes que se fijan en nuestra retina.
Recuerdo una imagen, repetida en miles y miles de familias españolas. Años 50, domingo por la mañana. La madre se queda en casa, arreglándola, y preparando la comida. El padre lleva a sus hijos a pasear o al parque donde puedan correr libremente. Si es verano se acomodará bajo la sombra de un árbol y en invierno se quedará al sol. En cualquier caso, aunque vigilando a sus vástagos con el rabillo del ojo, estará leyendo el ABC que, desde el kiosco, llevaba bajo el brazo. Esta escena no la he vuelto a ver repetida.
