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Cabecera Me Viene A La Memoria

INOCENTE, INOCENTE…


Cuando cuelgo este post es 28 de diciembre y es, por lo tanto, el día de los Santos Inocentes. Es la fecha elegida en el mundo cristiano para conmemorar la matanza ordenada por el rey Herodes de todos los varones menores de dos años nacidos en Belén y alrededores, con el fin de deshacerse del recién nacido Jesús. No deja de ser una fecha, como otras muchas, simplemente conmemorativa.
 
Según el evangelio de San Mateo, unos magos o sabios de Oriente preguntaron en Jerusalén dónde había nacido el futuro rey de Israel para poder acudir hasta él y adorarlo. Herodes se mosqueó y temeroso de de que alguien pudiera hacerse con el trono y dejarle sin ninguna de las prebendas de que gozaba, les pidió a aquellos sabios que cuando encontraran al Mesías volvieran para decirle dónde se encontraba. Melchor, Gaspar y Baltasar que, además de sabios tuvieron un aviso divino, le dieron un simbólico corte de mangas a Herodes y no volvieron a Jerusalén. Cambiaron su hoja de ruta y el rey quedó compuesto, sin noticias y con un cabreo monumental. Fue cuando dictó el edicto y siendo como eran inocentes de todo, los menores de dos años fueron ejecutados. Un acto sin sentido como los que suelen llevar a cabo todos los sátrapas y déspotas encumbrados en el poder. En nuestros días, Herodes hubiera montado una clínica abortiva para sus infanticidios ya que resulta mucho más progre y sofisticado. Claro que, si Herodes se hubiera dedicado a las cínicas abortivas, a la manipulación de embriones y a la eutanasia no hubiera pasado de ministro.
 
Se ha dado en llamar inocentadas a las bromas realizadas a otras personas. Normalmente no pasan de ser una simple broma que el afectado suele recibir con un cierto grado de humor. En otras ocasiones, aunque las menos afortunadamente, la broma adquiere tonos mayores y es de carácter pesado, inconveniente y molesta. Avisos telefónicos sobre el suceso de un familiar, amenazas, etc., así como otras, similares a las que se aplican a los novatos en colegios y cuarteles, aunque suelen estar perseguidas. Son las que no tienen ni pizca de gracia y sólo a algún salvaje carente de la más mínima noción cultural puede resultar de tono risueño. Son aquellas que narraba Gila: “Y le pusimos un petardo dentro de la cama y quedó hecho trocicos, me cá, cómo nos reímos”. Pero aquello era parte de un espectáculo humorístico donde, precisamente, se criticaba ese comportamiento de las bromas salvajes.
 
Las bromas que sí me vienen a la memoria son las que se gastaban hace años y que no iban más allá de pegar una moneda en el suelo, o clavarla ya que las de 25 céntimos tenían un agujero, y cuando alguien se agachaba para recogerla, se encontraba con la dificultad de hacerse con el hallazgo y encima ganarse un sonoro alboroto por parte de los que hasta ese momento permanecían escondidos: “Inocente, inocente, inocente”. Eso era todo. La cosa no pasaba más allá de unas mejillas ruborizadas por la vergüenza.
 
El cigarro que explotaba, la copa de coñac de la que no podías beber porque se trataba de un efecto en el cristal de la misma, las bombas fétidas… Había, incluso un establecimiento dedicado a artículos de broma que no sé si seguirá existiendo, Vicente Rico, muy cerca de la plaza Mayor de Madrid. La broma más difundida consistía en colgar un monigote de papel en la espalda de alguien y llamarle inocente cuando se percataba del adorno que portaba. Una broma sin maldad de ningún tipo.


También estaban las inocentadas de los diarios donde se publicaba una noticia falsa cuyo contenido se aclaraba al día siguiente. Éstas, prácticamente, han desaparecido ya que los periódicos publican inocentadas todos los días del año para hacernos creer las bonanzas gubernamentales. Y como ya hemos perdido la inocencia no picamos, aunque todavía quedan algunos inocentes que creen en ellas.


Yo creo que en la actualidad, pensando en cómo llegar a fin de mes, en el precio de la cesta de la compra, la mensualidad de los colegios y en el pago de la hipoteca, quedan muy pocos ánimos para bromas.

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