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Cabecera Me Viene A La Memoria

LA EXTRA DEL NIÑO

Hace unos días el presidente del Gobierno anunció un proyecto por el que se regulará la ayuda de 2.500 euros a las familias por el nacimiento o adopción de un hijo, aunque no quedó claro qué sistema se decidirá para la entrega de esta cantidad ni si existe partida presupuestaria. ¡Bah!, pecata minuta. El objetivo básico, según parece, es incentivar la tasa de natalidad española. Si por ejemplo fuera, pienso yo, un acto electoralista, está claro que no sería reconocido como tal, así que vamos a dar esta promesa por buena. Al margen de las intenciones, y vamos a suponer las mejores, lo cierto es que la noticia ha despertado un gran interés en nuestra prensa y en la de Hispanoamérica ya que, según he comprobado en Internet, los periódicos de por allá se han hecho eco de ella. Eso sí, nos sitúa en el último lugar de Europa en ayudas familiares, lo que me lleva a meditar sobre el lugar que ocuparíamos antes.


Ahora, para igualarnos con Alemania, por ejemplo, una familia debe tener trece hijos para equipararse en prestaciones a otra alemana con dos. La comparación con Luxemburgo ya es como para ir cogiendo el pasaporte, o facilitándoselo a los responsables de tan fastuosa idea, porque esa comparación eleva nuestra necesidad de descendencia a veinticinco hijos.


La medida afecta a las madres españolas y a aquellas con residencia legal. Legales o no, lo cierto es que las madres extranjeras en España superaron el año pasado la cifra de 79.000 hijos y que gracias a ese empujón, la media de hijos es de 1,37 de los que el 16,4% corresponde a madres extranjeras.


Al grano, que este no es un post de demografía. Esta propina o paga extraordinaria o como quiera que sea el concepto bajo el que se conceda y se reciba, me trae a la memoria algo que tanto yo como los que nacieron en mi época vivimos en nuestras casas; por lo menos los hijos de trabajadores por cuenta ajena. Por entonces, la ayuda familiar eran los llamados “puntos”, un porcentaje del monto total de la nómina de una empresa que se repartía proporcionalmente entre los trabajadores con hijos a su cargo. En función de la plantilla y del número de hijos la cantidad variaba, pero representaba una ayuda real para la economía doméstica. En algunos casos, la cantidad a percibir por “puntos” representaba una cantidad más que considerable añadida a la nómina.


No era un premio a la natalidad, que también los había, sobre todo cuando se alcanzaba la categoría de familia numerosa como era el caso, entre otros muchos, del compañero Jesús Fragoso del Toro cuyos trabajos periodísticos siempre fueron altamente reconocidos. Eran incentivos para ayudar a la familia.


Pero, sin embargo, la idea no debía ser muy buena porque los “puntos” desaparecieron y no creo que ningún gobernante anule cualquier aspecto que suponga mantener el bienestar de sus gobernados. Tendría gracia que quienes dirijan un país hagan lo posible para que el país fracase hasta su hundimiento. Por eso supongo que lo de los puntos no debía ser muy allá.


Otro incentivo, aunque no para favorecer la natalidad, era estimular el ahorro en el ciudadano desde el momento de nacer. En Madrid -no sé lo que sucedería en otros lugares- la Caja de Ahorros concedía a los recién nacidos una cartilla con la cantidad, más o menos simbólica entonces, de una peseta. Y añadía una hucha metálica que para abrirla era preciso acudir a la sucursal donde tenían la llave. A esta hucha, o al cerdito de barro, iba a parar la cantidad recaudada en el santo, en el cumpleaños, en reyes, la paga dominical del abuelo… y cuando estaba llena se hacía el ingreso en la cartilla, que quedaba anotado con la extraordinaria caligrafía del funcionario utilizando la plumilla mojada en tinta. Tantos de tantos de mil novecientos cincuenta y tantos: 117 pesetas.


Cuando la cartilla se ponía al día resultaba que aquellas 117 se habían convertido en algo más de 120 y así sucesivamente con los siguientes ingresos, con lo que al llegar el momento de la boda, por ejemplo, tenías unos ahorrillos. Pues no se tienen noticias de que los bancos, en aquellos momentos, perdieran dinero, incluso lo ganaban a pesar de lo que sus directivos hoy lo considerarían dispendios.


O sea, para que las nuevas generaciones se enteren porque esto lo desconocen, el tener dinero en el banco generaba intereses para el cliente, pero tampoco debía ser una buena medida porque también lo eliminaron y en la actualidad te hacen el favor de guardar tu dinero, siempre que les pagues por ello, y porque te comuniquen lo que ingresas y lo que pagas, como si tú no supieras lo que tienes y lo que debes que pagar. También te cobran por tener tarjeta que, además, es obligatoria porque no te dan dinero en ventanilla. Una ventanilla que, si tienes que abonar a través de ella un recibo no domiciliado, en castigo a tu falta de colaboración, te obligan a ir determinado día y a determinada hora. Y si ese día es posterior al vencimiento, ¡ah, se siente!. Dentro de poco cobrarán por entrar en los bancos, como si fuera el cine. Pero si no hay dinero en un cajero y debes desplazarte hasta otro no te pagan la gasolina empleada, ni la repercusión añadida porque ese banco no es del grupo al que pertenece tu tarjeta y por lo tanto lleva gastos. Acabaremos como en el mus: “esto lo cobramos porque sí”.


Bueno, nada, que a quien le toque la extra infantil, que enhorabuena. Pero por el nacimiento del hijo, que, en el caso de casi todos los “mayormente” es el nacimiento del nieto.

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