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Cabecera Me Viene A La Memoria

NOMBRES PARA EL RECUERDO

 El título de este blog -“Me viene a la memoria”- puede abarcar muchas fechas y momentos, teniendo en cuenta los años que uno ya ha cumplido y de los muchos acontecimientos de que ha sido testigo directo o indirecto. O sea, que diez años, además de ser una cifra redonda, es un tiempo considerable para que lo acontecido entonces forme ya parte del recuerdo; aunque parezca que fue ayer.


Diez años son los que nos separan de un lamentable suceso, ocurrido en París, que tuvo como protagonista a un ex miembro de la familia real inglesa: Diana de Gales que, hasta su separación del príncipe Carlos, ostentó la posibilidad de convertirse en reina consorte. Fue personaje de la prensa del corazón y ésa fue la razón principal de su muerte, ocurrida el 31 de agosto del 1997 -unos días antes que la madre Teresa de Calcuta- cuando en el automóvil en que se desplazaba con su pareja trataba de evadirse de los paparazzi que la perseguían. Una persecución que, como en tantos casos ocurre con los famosos, se traduce en lo que llaman una primicia informativa consistente en poder contemplar una fotografía en la que no se identifica al fotografiado, con un titular que indica el momento en que el famoso “entra en una tienda”, “sale de un domicilio”, “está dentro de un restaurante” y el texto que lo acompaña explica lo que posiblemente ha comprado en la tienda y para quién, con quién se ha encontrado, supuestamente, es ese domicilio, o con quién se supone que está comiendo el famoso en cuestión en ese restaurante. En ocasiones hasta se nos llega a decir quién ha pagado la cuenta y cuál ha sido el menú. Cosas que a la mayoría de los mortales, siendo incluso verdad, nos trae totalmente sin cuidado, por muy exclusiva que sea la noticia y a los famosos les impide llevar una vida normal. Los preocupados por aparecer en esas noticias, ya que incluso son ellos los que avisan a los fotógrafos para que inmortalicen el momento, ni son famosos ni son nada y gracias a esas ventas de su supuesta intimidad en la que casualmente “siempre son sorprendidos” van viviendo sin hacer nada de provecho para la sociedad. A Diana de Gales no le hacía falta buscar esa publicidad y por eso escapaba de sus perseguidores. 


Concide aproximadamente en las fechas, aunque con bastantes años de diferencia, otro recuerdo que me viene a la memoria y que se remonta sesenta años atrás.


Eran apenas las nueve de la mañana del 29 de agosto de 1947 cuando sonó el timbre de mi casa y desplazando mis cinco años a toda velocidad por el pasillo, fui a abrir la puerta a hora tan temprana. Era mi tía Pilar a la que había visto el día anterior cuando vino a felicitarme por mi onomástica.


-Mira, que hombrecico, él solico ha abierto.


Mi madre salió inmediatamente, sorprendida por una visita a hora tan intempestiva.


-¿Pasa algo, Pilar?


-Ay, maña, que disgusto, ¿no te has enterado?. Un toro ha matado a Manolete.


La noticia de la muerte del torero, ocurrida como consecuencia de la cogida que tuvo el día anterior en la plaza de toros de Linares, en la provincia de Jaén, no sólo impactó en el ánimo de mi tía. Lo fue en el ánimo de todos los españoles. Tanto de los aficionados a la tauromaquia como de sus contrarios que, por cierto, entonces no perseguían ninguna notoriedad mediática ni trataban de imponer a base de intolerancia sus criterios a los demás.


Había muerto quien revolucionó la fiesta nacional, el inventor de la verticalidad en el ruedo, el de los lances pausados, eternos, con los flecos de la muleta rozando el albero y sometiendo al enemigo. Acababa de cumplir treinta años. Mi padre me explicó que ese torero al que le había cogido un toro era el que habíamos visto unos días antes. Fue en su última corrida en Madrid, el 16 de julio de ese mismo 1947 y ese día, como los anteriores, fueron de gran excitación porque “íbamos a ver a Manolete”. Incluso vinieron unos amigos de mis padres para asistir al acontecimiento. Naturalmente, dada mi corta edad, yo no me enteraba de nada de lo que ocurría en el ruedo y sólo recuerdo que gritaba ¡olé! imitando al resto del público. Ni siquiera llegué a apreciar que Manolete fue herido aquella tarde por un toro de Bohórquez. Son datos de los que, como tantos otros, me he enterado posteriormente al desarrollar mi afición taurina. Pero puedo decir que vi torear a Manolete a quien hoy recuerdo en el 60 aniversario de su muerte.


Dentro de otros sesenta años, quienes entonces se dediquen a urgar en la memoria histórica, recordarán la muerte de Lady Di, la de Manolete y la de alguien que también fue figura, aunque en el mundo de las letras a las que supo dar un tratamiento distinto con su escritura en prensa y en libros: Francisco Umbral. Le traté brevemente en la revista “Mundo Hispánico”, que editaba el Instituto de Cultura Hispánica, al principio de los 70 y conversar con él suponía el mismo deleite que leerle. Era todo un ejercicio de habilidad lingüística, una especie de juego de esgrima con la ironía y el humor como fondo, muchas veces para no decir nada; simplemente por decir. Como creando fuegos de artificio con el lenguaje. Nos dejó en la misma fecha que Islero mató a Manolete y el mismo día en que quienes conforman el mundo de la escena daban sepultura a la actriz Enma Penella. Trágico agosto.

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